Ruta de la Lana

Monteagudo de las SalinasFuentes

Parcial: 21,8 km; Totales: 21,8 km; Restan: 366,8 km

 

Haciendo de “marines”

Tal como habíamos previsto, a las 06:00 horas partimos de Villarreal hacia Monteagudo de las Salinas para iniciar la Ruta de la Lana. Nos lleva en su coche Juan Calvo que en principio iba a ser compañero de peregrinación pero por cuestiones laborales no ha podido ser. Todavía es noche cerrada y hace fresco. Dejamos la Autovía de Levante por Minglanilla donde encontramos un bar de carretera abierto ideal para desayunar. Media hora después llegamos a Monteagudo de las Salinas en los primeros albores del día. El pueblo se encuentra envuelto en un silencio profundo roto esporádicamente por los ladridos de algún que otro perro en la distancia. En el único bar abierto, la camarera está en plena faena de limpieza. Es portuguesa y nos atiende con unos nuevos cafés. Hay que llevar el cuerpo bien entonado. Llega la hora de la partida. Nos desplazamos al crucero de hierro situado en el camino del cementerio. No vemos ninguna flecha amarilla pero la Guía es clara en este punto. El semblante de Juan denota tristeza. Estaba tan ilusionado con esta ruta…. Está nervioso. Intuyo el sufrimiento que lleva por dentro y el esfuerzo que hace por contener las lágrimas. Entendemos que cuanto antes partamos mejor para todos. Entrego a Pepe la cámara de fotos. Va a ser el fotógrafo oficial. ¡¡ ULTREIA!! ¡¡BUEN CAMINO!! -nos desea el pobre de Juan-. ¡¡ULTREIA!! Amigo Juan, hasta la vuelta -le contestamos al unísono.

Vamos bien abrigados. Al ponerme la mochila, mi espalda acusa su peso. Y es que esta vez llevo como suplemento, el nada desdeñable peso de un respirador que debo utilizar mientras duermo para evitar las peligrosas apneas del sueño y al mismo tiempo los molestos ronquidos. Como ayuda, utilizo un recién estrenado bordón de bambú negro de la Sierra Espadán. Es ligero pero muy resistente. En la pared del cementerio vemos la primera flecha amarilla. Pasado el cementerio, la buena pista por la que vamos inicia con suavidad la subida al monte donde imperan los pinos y quejigos. De las ramas de los quejigos comienzan a brotar tiernas hojas primaverales. Vamos frescos y contentos. Pepe toma unas fotos del pueblo envuelto en la semipenumbra y en el que destacan sus dos colinas, la de más altitud coronada por el castillo y alrededor de la otra el pueblo. Lástima que dada la temprana hora, no hayamos podido sellar la credencial. Termina la cuesta y comienza un medio llaneo por el monte. De momento las flechas amarillas pintadas en las bifurcaciones no dan lugar a dudas. Por otra parte la pista está en buenas condiciones para la marcha.

A unos 2 km de la salida, nos encontramos con una bifurcación comprometida, menos mal que una flecha amarilla sobre una placa de matrícula de coche de Cuenca, nos indica que debemos tomar a la izquierda. Continuamos con la misma tónica y agradecido paisaje por la pista de la izquierda, que ahora tiene tramos más rectilíneos, hasta que a unos 5 km de la bifurcación inicia una bajada formando un seno muy cerrado que salva una vaguada. Pepe ve la posibilidad de atajar “cortando” el lazo, pero cuando llegamos a la pista advertimos que justo en lo más cerrado de la curva sale una pista a la derecha, por lo que retrocedemos para averiguar de qué se trata. No vemos flecha alguna. Es la entrada de una finca con cercado muy resistente. Sobre la verja, a la izquierda, podemos leer: “CERRADO-Prohibido el paso-GANADO BRAVO”, y más al centro: “Finca particular-Prohibido el paso” y otro cartel: “Coto privado de caza”. La verja está cerrada con cadena y dos candados. Dudamos si se trata de la Finca de Navalrramiro. Pero como no vemos ninguna flecha que nos indique que esa es la continuidad del camino, decidimos continuar por la pista que llevamos que sigue descendiendo suavemente. A 1300 metros sin encontrar ninguna marca, alcanzamos una pista que se cruza y limita con un extenso sembrado de cereal. No puede ser. No coincide nada. Estamos perdidos. Pues sí que empiezan pronto los problemas. Llamamos a Luis para que nos oriente. Efectivamente la verja que habíamos visto era por la que debíamos entrar a la Finca de Navalrramiro. Así que a retroceder toca. De momento vamos a hacer casi tres kilómetros de propina.

Al llegar de nuevo a la verja, nuestro pensamiento se centra en como nos las ingeniaremos para pasar al otro lado. Pepe inicia una exploración siguiendo la cerca a ambos lados, sin encontrar ningún hueco por donde pasar. Muy al contrario lo que encuentra son alambres de espino que dan más protección a la finca. Por teléfono, Luis nos dice que no hay alternativa, la única posibilidad es pasar por ahí. Y Pepe no se lo piensa dos veces, la situación exige una decisión inmediata.

La verja tiene unos 2 metros de altura. Pepe se encarama a ella sirviéndose de los alambres como escalones y tras un titubeo en las alturas consigue pasar al otro lado. Ahora me toca a mí. Ya veremos como me apaño. Me descargo de la mochila y respirador y se los paso a Pepe. Inicio la escalada. Las piernas me tiemblan porque la puerta se mueve. Dirigido por Pepe consigo trepar hasta lo alto. Ahora el problema está en pasar al otro lado. El tembleque de puerta y piernas lo hace complicado. No obstante, consigo por fin equilibrar la postura y con algún apuro, logro poner un pié sobre una fila de alambres de la otra parte y luego, con mucha precaución, el otro. ¡Qué respiro! Desciendo sin complicaciones y ya estoy junto a Pepe. Estamos dentro de la finca. Hemos hecho de “marines” -asegura Pepe-. Ya veremos lo que nos depara el destino, pero ya no hay vuelta atrás. Qué sea lo que Dios quiera y que el amigo “Santi” nos proteja.

Seguimos de frente por la cañada que han convertido en acceso a la finca. Cuando llevamos una media hora, advertimos la presencia de un todo-terreno que se dirige hacia nosotros y se detiene a nuestro lado. Lo conduce un hombre setentón que malhumorado nos reprende.

¿No han visto el cartel de “Prohibido el paso”? -nos pregunta con cara de pocos amigos.

Mire -le contestamos-, creemos que vamos por una cañada real que debería ser de paso libre.

De paso libre, nada -nos dice serio- yo solo tengo obligación de dejar pasar a los ganaderos. El camino para el resto va por otro lado.

Somos peregrinos camino de Santiago y le rogamos que nos deje atravesar la finca.

Con la Iglesia hemos topado. Así que peregrinos…-muestra cierta dificultad al hablar- Soy el dueño de la finca. Si dejase pasar a todo el mundo, se colarían las “motocross” y los “quads” y molestarían a los animales que andan sueltos. Por el monte viven a su aire unos 1000 corzos y 100 vacas. Miren –nos enseña unas llaves– ahora iba a abrir los candados de la verja. La otra puerta ya está abierta.

Parece que le hemos caído en gracia. Poco a poco vamos tomando confianza. Menos mal. Gracias amigo “Santi”. Nos despedimos y le agradecemos su comprensión.

Pasada la incidencia continuamos nuestro camino. Desde luego es una gran finca. Los animales deben estar a sus anchas por el frondoso bosque. Recordamos el consejo de Pedro Antonio de Alatoz sobre la conveniencia de llamar al Alcalde de Monteagudo de las Salinas para advertirle de nuestra presencia e intención de atravesar la finca de Navalrramiro. Si le hubiésemos hecho caso, posiblemente la verja hubiera estado abierta.

A unos 3300 metros de la verja, llegamos a un claro donde se levantan cuatro o cinco construcciones. La más grande debe ser la mansión del propietario. A la derecha dejamos unos corrales de ovejas que se espantan al vernos. Una ermita solitaria es la última construcción aislada del grupo de casas. Pensamos que junto a una de sus paredes donde da el sol, sería un buen sitio para almorzar. Nos dirigimos a la ermita y nos descargamos de las mochilas, junto a la pared que da al mediodía frente a la mansión, donde unos perros no paran de ladrarnos. La brisa sigue siendo fresca y unos nubarrones van apareciendo hacia el norte. Pero de momento tenemos sol. Sentados en el suelo y apoyados en la pared, vamos dando cuenta de los bocadillos y fruta. Telefoneamos al Ayuntamiento de Fuentes avisando de nuestra llegada. Le pasan el teléfono al cura. Nos dice que cuando lleguemos preguntemos por él.

Al poco rato aparece el todo-terreno que se dirige directamente hacia nosotros. El que dice ser el propietario de la finca se apea y nos pregunta si deseamos visitar la ermita. Se trata de la antigua Ermita de la Concepción que él mismo mandó restaurar.

Con mucho gusto le complacemos. El interior está muy bien cuidado. De sus paredes cuelgan cuadros clásicos, uno de ellos que llama la atención es un San Benito. Aparenta ser muy valioso pero no conseguimos que nos revele su autor. Está todo decorado con enseres de su casa. Poco a poco vamos entrando en una distendida conversación.

Soy arquitecto… ¿saben? En el último año jubilar, me desplazaba en coche con mi madre a Santiago para ganar el jubileo y cuando circulábamos por la autovía un coche se saltó la mediana y chocó de frente con el nuestro. Los ocupantes del otro coche fallecieron en el acto y nosotros estuvimos un año en coma. A raíz de ese percance, decidí retirarme de mi desmedida vida laboral y comprar esta finca. Vi la muerte muy de cerca y pensé que no merecía la pena seguir trabajando. De esto hacen cinco años. A partir de entonces vivo en esta finca de 10.000 hectáreas en contacto con la naturaleza. Me siento otra persona. La naturaleza y los animales colman con creces mi bienestar.

Sigue contándonos que su mujer es una marquesa de misa diaria. Que la está esperando. –Miren, ahí tiene en su reclinatorio, el misal y las gafas preparadas para la misa de mañana. El cura viene a oficiar la misa para nosotros.

Nos parece todo muy extraño. Tiene dificultad al hablar y para expresar los números debe ayudarse con los dedos y es que la operación en la cabeza tuvo que ser complicada -nos muestra las cicatrices-le debe haber dejado secuelas. De todas formas, a pesar de resultar una persona vanidosa aparenta buenas maneras.

Le agradecemos su deferencia por haber confiado en nosotros y enseñarnos la ermita y nos despedimos. ¿En que estado se encontraría la ermita si no hubiera sido por él?

-Continúen por el camino que llevaban y a poco más de un kilómetro encontrarán la verja que se encuentra abierta. Poco después tendrán que pasar por las obras del futuro AVE.

Para ser la primera etapa, ¡cuantas vivencias nos está deparando!

Efectivamente, a unos 1300 metros encontramos la verja de salida abierta. En uno de los muros podemos leer: “Las Gracias”, nombre que no deja de tener connotaciones con su propietario.

Las nubes continúan desarrollándose y la brisa va convirtiéndose en viento. Mal asunto, barrunta tormenta.

A unos 3300 metros del acceso a la finca llegamos a las obras del AVE, justo donde la pista alcanza otra más ancha muy embarrada por el paso de transporte pesado. Damos el alto a un coche de las obras y sus ocupantes nos dicen que continuemos por la pista de la derecha, una vez cruzada la vía del AVE por un puente, todo seguido hasta Fuentes. Por aquí está todo muy desolado. Y es que las obras están levantándolo todo. En el puente se encuentran trabajando unos obreros. Dos de ellos marroquíes que se extrañan cuando les decimos que vamos a Santiago. No deben entendernos.

Una vez pasado el puente, el Camino ya no ofrece dudas. Ahora va descendiendo con suavidad en busca del valle. Cuando llevamos andando una hora, comienza a aumentar la fuerza del viento y a cubrirse el cielo de negros nubarrones. Los truenos y relámpagos los tenemos ya casi encima. Hay que cubrirse de inmediato con los chubasqueros. Primero son unas cuantas gotas y enseguida un fuerte aguacero mezclado con granizo y viento racheado. Y lo peor es que todavía nos faltan unos cuatro kilómetros para llegar a Fuentes. La granizada toma intensidad, el piso de la pista se va encharcando y llenándose de barro. Vamos a paso ligero, no hay sitio donde refugiarse, estamos en medio del campo. Hay que seguir adelante y aguantar como sea. Un coche de las obras nos pasa patinando y dando tumbos. ¡Vaya final de etapa! Vamos calados hasta los huesos. El agua ya se ha introducido en las botas que chapotean. Después de una hora soportando estoicamente la lluvia, el granizo, el viento y el estruendo de los truenos, alcanzamos el asfalto muy cerca de Fuentes. Justo cuando la tormenta comienza a remitir. Desde las obras del AVE han sido 8200 metros.

Son las 14:30 horas. Nos dirigimos al Bar “Cazadores”. Está lleno de clientela. Nos desprendemos de los chubasqueros y preguntamos por el cura. Precisamente está comiendo con unos amigos al fondo del comedor. Me acerco a su mesa y me doy a conocer.

-Comed tranquilos, después hablamos- me dice con amabilidad después de darme la bienvenida.

Pues sin pensarlo a comer. La verdad es que tenemos hambre.

Después de una comida reposada, esperamos la presencia del cura que tarda un poco en llegar. Es que tenía que atender a los amigos y hacer unas cosas -se disculpa-.

Nos presentamos. El se llama Emilio. Le relatamos por encima lo que ha dado de sí la etapa mientras nos tomamos unos cafés.

Vamos a mi casa, vais a dormir en ella. ¡Como vamos a declinar su ofrecimiento!

Una vez en la casa parroquial -un gran caserón de muchos años de antigüedad- nos ofrece una habitación con dos hermosas camas. Nos enseña las estancias. En una gran sala de la planta baja piensa habilitar un Albergue de Peregrinos. En la planta superior está construyendo dos apartamentos rurales para alquilar. Todo para ayudar a las necesidades de la Parroquia. Se le nota muy ilusionado con sus proyectos. Una vez finalizada la visita, se despide. Como en vuestra propia casa -nos dice- tengo que salir a cumplir mis obligaciones. La verdad es que Emilio además de ser un gran emprendedor, es una persona maravillosa. Estamos ante la verdadera hospitalidad.

Nos cambiamos de ropa y la colgamos en la sala de la caldera. A las botas, empapadas de agua, las rellenamos con papel de periódico una vez sacadas las plantillas, y las colocamos también en la misma sala que es donde mas calorcillo hace.

Nos acostamos a descansar las piernas, pero por poco tiempo ya que recibimos una llamada de Luis que nos está esperando en el Bar Cazadores para asesorarnos de las etapas siguientes y darnos unas hojas con planos. Así que a levantarse toca.

En el Bar Cazadores encontramos a Luis a quien relatamos las incidencias de la etapa, sobretodo las ocurridas en la Finca de Navalrramiro o “Las Gracias” como la ha rebautizado su actual propietario.

Deberíais haber llamado al Ayuntamiento de Monteagudo y posiblemente hubieseis encontrado la verja abierta-. Pues sí. Lleva toda la razón.

Mientras nos tomamos unos cafés, nos va dando sobre plano, pelos y señales de los tramos más conflictivos con los que tendremos que enfrentarnos. En Cuenca nos reservará alojamiento en la Posada Tintes. Es un sitio bien situado y muy tranquilo -nos explica-. También nos pone al corriente de la marcha que mañana va a tener lugar entre Salmerón y Villaescusa de Palositos, con objeto de reinvindicar el paso libre por el despoblado cuyo término municipal alguien ha comprado y lo ha cercado. Ya veremos como concluye -nos subraya-. Por la tarde si tiene un rato libre nos hará por ver en Cuenca, lo mismo que Pedro Antonio de Alatoz que también participará en la marcha.

Salimos al exterior y nos enseña unos agujeros bajo un puente por donde a veces brota el agua que abastece al río Moscas. Nace ahí mismo. Curiosamente, en estos momentos no sale una gota de agua. Fuentes es un municipio serrano situado en la vertiente oriental de la sierra de los Palancares.

Después de tomar unas fotos nos despedimos. Luis se ofrece a resolver todas las dudas que tengamos, aunque estará algo ocupado este fin de semana. Siempre se encuentran grandes amigos en el Camino dispuestos a ayudarte en lo que sea.

Cuando nos despedimos nos retiramos a nuestro “Albergue” a descansar. Ya casi se nos ha olvidado el chapuzón que nos hemos dado llegando al pueblo.

Sobre las siete, salimos a dar una vuelta. Pocas cosas que ver. La ermita junto a la carretera y la Iglesia de la Asunción en lo alto. Aunque está nublado, no ha llovido en toda la tarde. Se está volviendo fresco. Volvemos al “Albergue”. Allí se encuentra Emilio que se dispone a prepararnos la cena. En primer lugar nos estampa el sello parroquial en las credenciales y nos muestra algunos libros sobre el Camino. Nos ofrecemos a ayudarle y comprar lo necesario para la cena. Pero Emilio nos dice que tiene de todo y que la cena la prepara él. La tortilla primavera es su especialidad y además preparada con huevos de corral. Se esmera en la elaboración de la tortilla. Asimismo saca de una orza unas morcillas caseras conservadas en aceite. Más que suficiente. La tortilla exquisita y qué decir de las morcillas. No sabemos como agradecer semejante hospitalidad. Emilio nos sorprende con su deseo de acompañarnos mañana durante un tramo de etapa. Se le nota un entusiasta del Camino de Santiago dispuesto a favorecer a los peregrinos. En su día acompañó a un grupo escolar en un tramo del Camino Francés.

Terminada la cena, Emilio recoge las llaves de la Iglesia y nos ofrece visitarla. ¡Cómo nos vamos a negar! Aunque restaurada, la iglesia todavía conserva vestigios de su procedencia románica. En el ábside podemos contemplar unas ventanas de dicho estilo bastante bien conservadas. En el interior, junto al altar mayor, también se conservan restos de la antigua planta románica. Después de la visita nos tomamos unos cafés en el bar y a dormir que mañana hay que madrugar un poco. Quedamos en levantarnos a las 07:00 horas.

Una vez en la cama y conectado el respirador, pienso en lo mucho que ha dado de sí esta primera etapa de la Ruta de la Lana. Para ser la primera ha resultado bastante movidita, esperemos que mañana sea más tranquila. A pesar de que los 22 km de etapa se han convertido en 25 debido a nuestros despistes, ha merecido la pena vivirla. Mañana si Dios quiere estaremos en Cuenca. Pido al amigo “Santi” que nos guíe y aguce nuestros sentidos para no perdernos.

Buenas noches y hasta mañana.

Fuentes-Cuenca

Parcial: 20,4 km; Totales:42,2 km; Restan: 346.4 km

 

Cuenca

 

La alarma del móvil suena a las siete en punto. He dormido de un tirón. Advertimos como, gracias a la calefacción, toda la ropa está seca, incluso las botas. Emilio hace un rato que está levantado y con el desayuno preparado. Está algo nervioso por acompañarnos. Sobre las 07:45 horas ya estamos dispuestos a emprender la etapa. De momento no llueve, pero en el horizonte se advierten nubes de tormenta. De todos modos, la temperatura, ideal para caminar.

Cruzamos la carretera general y una vez salvado por un puentecillo el cauce seco del Río Moscas, enfilamos la salida bordeando por la derecha el montículo donde se emplaza la Iglesia de la Asunción. Un coche se detiene ante nosotros. Lo conduce el alcalde que nos da los buenos días y nos desea “buen viaje”, eso del “Buen Camino” parece que no se lleva por aquí.

Enseguida tomamos una pista de tierra que va separándose de la carretera y aproximándose al monte. Tal como nos temíamos, la pista se encuentra embarrada por la intensa lluvia de ayer pero de momento vamos andando sobre la hierba que crece en los bordes evitando el barro. Nos encontramos entre interminables campos de verde cereal y otros roturados para la siembra de girasol. En general, el campo produce en la estación primaveral una imagen de esplendor.
A unos 1500 metros del pueblo, dejamos un gran “socavón” a nuestra izquierda convenientemente protegido. Es una “torca” -nos aclara Emilio- un día el terreno se hundió y se formó. Se prodigan por esta zona. Algunas son secas, como ésta y otras contienen agua que mana del interior de la tierra. En la Sierra de Palancares podemos encontrar muchas de ellas. Todos los días se aprende algo.

A 3200 metros del pueblo, llegamos a la Laguna de los Cedazos, una de las “torcas” con agua rodeada de vegetación y en la que varias aves acuáticas se desplazan por la superficie. Un oasis salvaje en medio de tanto campo de cultivo. La Ermita de la Atalaya ya la podemos contemplar en lo alto de una loma rocosa.

Aquí os tengo que dejar –nos dice Emilio- os deseo “Buen Camino” y que el Apóstol Santiago os proteja. Faltan las palabras para expresar nuestro agradecimiento por la hospitalidad y generosidad que nos ha demostrado. Además de las gracias, le deseamos con un fuerte abrazo mucho éxito en sus proyectos que a buen seguro verán la realidad muy pronto.

Conforme vamos ascendiendo hacia la Atalaya, el barro va complicando cada vez más nuestra marcha. Falta hierba donde pisar. Paso a paso y procurando no resbalar, llegamos a lo alto de la loma junto a la ermita, donde existen unas rocas calizas aptas para descargarnos las mochilas y desprendernos de la ropa de abrigo. Han sido 1500 metros de subida desde la laguna. La Atalaya es en realidad un caserío dedicado a la explotación ganadera. Dos o tres casas y varios corrales. Mientras Pepe se entretiene con las fotos yo me adelanto siguiendo la pista que bordea el montículo rocoso para aparecer luego a pocos pasos de la ermita. Es un rodeo innecesario.

La puerta de la finca está abierta, así que no lo pensamos y nos introducimos en ella. No nos fiamos de un camino que sale a la izquierda, no hemos visto ninguna flecha y además está embarrado. Al pasar por las casas, unos perros nos reciben con ladridos desaforados, pero no hay peligro, están encerrados. No vemos a nadie. Salimos por la otra puerta y advertimos un camino que bordea la finca sin tener que pasar por su interior, es el mismo que vimos a la entrada. A 130 metros de este camino sale otro a la izquierda que se introduce por los cultivos, no hay que tomarlo. Hay que seguir de frente por la pista que desciende. En una curva a la derecha, a 90 metros, sale de frente otro camino que se interna en el monte. No vemos ninguna flecha. Nos metemos por él y enseguida encontramos una señal blanco-roja negativa sobre un pino. Hay que retroceder. Una vez en la pista preguntamos a los ocupantes de un coche que se dirige a La Atalaya. Sigan por la pista, a unos 150 metros de aquí tomen el camino que sale a la izquierda, ese les conducirá a Mohorte.

Continuamos descendiendo y efectivamente a esa distancia más o menos sale un camino a la izquierda debidamente señalizado con una flecha amarilla pintada sobre el bordillo de la cuneta. El camino se introduce directamente en el monte en suave ascenso. 600 metros más adelante, un gran campo de cultivo recién arado corta la pista de cuajo. Sobre el tronco de uno de los pinos aislados en el interior del campo advertimos una flecha amarilla. Pero el barro hace imposible atravesar el bancal. Llamamos a Luis y nos dice que si no podemos atravesarlo, no hay más remedio que bordearlo por la derecha hasta encontrar la continuidad del camino.

Así lo hacemos. A la vista de la fábrica de aglomerados de madera situada en el valle, entre encinas, pinos, matorrales y subes y bajas formados por pequeñas vaguadas, llegamos al camino interrumpido donde existe una flecha amarilla. Han sido 1100 metros de rodeo.

El nuevo camino está muy embarrado y se hace pesado caminar. Las botas se llenan enseguida de barro pegajoso pero menos mal que conforme bajamos va mejorando hasta que alcanzamos la Calle Mayor de la localidad de Mohorte después de recorrer 2500 metros. Unas señoras que acaban de comprar el pan, nos saludan.

-Buenos días señoras, somos peregrinos hacia Santiago-.

Pues no hace mucho que paso otro peregrino por aquí -nos contestan-.

Una de las lugareñas, nos acompaña hasta el inicio del camino de La Melgosa.

-No tiene pérdida, la pista va paralela a la carretera, todo seguido hasta La Melgosa, unos 4 km escasos.

Muy confiados tomamos la pista, muy bien compactada, que discurre como trazada a tiralíneas, hasta unos montículos. Superados los mismos tenemos a la vista La Melgosa. Pasamos primero por el secadero abandonado de una antigua industria y enseguida las calles del pueblo y en la Plaza Mayor un bar hacia el cual nos dirigimos. Va siendo hora de tomarnos algo, son ya las diez y media. Unos bocadillos de tortilla de jamón practicamente los devoramos en un santiamén.

Con el estómago contento, reanudamos la marcha. El camino que se dirige a la Casa de la Mota discurre entre unas lomas que dejamos a la izquierda y campos de cultivo que nos separan de la carretera. Son 2 km la distancia. La Casa de la Mota es un gran caserón con patio interior. Nos dicen unos jóvenes que se encuentran dentro que es propiedad del obispado. Ya que está abierto, Pepe aprovecha para tomar una foto en el patio.

A partir de aquí podemos tomar la carretera general que pasa rozando la Casa de la Mota o bien dirigirnos por un camino que cruza el río Moscas y después la vía férrea y evita 1100 metros de carretera. Evidentemente nos decidimos por esta opción. Todo lo que sea evitar el asfalto se da por bien hecho aunque sea a costa de dar un pequeño rodeo. Desde la Casa de la Mota hasta la carretera por el camino son 1400 metros. El río Moscas se salva por un sencillo puentecillo romano. El camino está bastante encharcado pero siempre encontramos un sitio por donde librarnos del agua.

Una vez en la carretera, por el arcén izquierdo y la ciudad de Cuenca a la vista. ¡¡Qué pesado se hace andar sobre el asfalto!! Y eso que el sol no calienta todavía. Tras atravesar un polígono industrial -horroroso como todos- entramos en la ciudad de Cuenca propiamente dicha por la Avda. de Juan Carlos I que coincide con la carretera. Se hacen eternos los 3700 metros de asfalto. Una vez dentro de la ciudad, giramos a la derecha por la calle Ramón y Cajal, que a su vez empalma con la calle de las Torres hasta alcanzar el cauce canalizado del Río Húecar. Sin pasar el puente, tomamos a la izquierda la Calle de los Tintes que va pegada al río. Unos metros más adelante tenemos la Posada Tintes donde Luis nos tiene reservada habitación. Son las 13:00 horas. En total hemos recorrido desde Fuentes 20,4 Km.

La habitación de la posada es sencilla pero suficiente para un peregrino. Después de una buena ducha, bajamos al comedor que está repleto de comensales, lo que promete buen yantar. El camarero nos recomienda el menú degustación (20 euros) y no lo pensamos. Unos entrantes de la casa y un segundo de carne o pescado, fruta, bebida y café incluido. Demasiado para el cuerpo. Buenísimo.

Ahora toca una siestecita que el cuerpo y las piernas piden su descanso también. Sobre las cinco nos levantamos. Los nubarrones se van espesando y comienzan a caer chaparrones intermitentes. Lo primero que hacemos es dirigirnos al Hospital de Santiago para que nos sellen la credencial.

El antiguo hospital se encuentra en un altozano cerca del puente de San Antón sobre el río Júcar por el que mañana tendremos que pasar. Una Hermana de la Caridad nos atiende y en primer lugar nos estampa el cuño solicitado. A continuación se presta a hacer de guía visitando el Hospital. Ahora es una Residencia de Mayores. En primer lugar el patio interior que se encuentra protegido por cristaleras. Luego nos enseña la Sala de Santiago, la dependencia noble de la casa, utilizado para recepciones especiales. Está adornada con tapices y cuadros auténticas obras de arte y un mobiliario a juego. Después nos sube a un amplio jardín-mirador, un remanso de paz con unas vistas excepcionales. Se divisa todo el casco antiguo de Cuenca, en estos momentos cubierto de negros nubarrones, así como los barrios judío a la derecha y moro a la izquierda, en la ladera del monte al otro lado del río Júcar. Dicho jardín-mirador está rodeado por salas de ocio muy bien acondicionadas para uso y disfrute de los residentes. Por último nos enseña la antigua Botica que están habilitando como museo, un auténtico tesoro. En la botica podemos ver antiguos tarros de barro con cruces de Santiago grabadas, unas de color azul y otras rojo, dependiendo de la época que fueron fabricadas. También podemos ver diferentes útiles de farmacia, balanzas, fórmulas magistrales, etc.

Pedro Antonio de Alatoz nos llama por teléfono. Nos está esperando en el exterior. Agrademos a la monjita la visita guiada y salimos en busca del amigo.

Pedro Antonio acaba casi de llegar de la marcha a Villaescusa de Palositos. Resulta que al llegar a la verja de entrada de la actual finca, les estaban esperando unas parejas de la Guardia Civil que no les han permitido la entrada a pesar de que portaban flores para llevar al cementerio. Un auténtico abuso de autoridad. Una sola palabra para definir tal actitud: vergüenza.

Vamos hacia el centro en busca de algún supermercado abierto donde comprar unos bocadillos para la etapa de mañana. Además de ser domingo, creemos no vamos a encontrar ningún sitio donde nos den de comer. La tarde se está volviendo fea. Nubarrones negros van cubriendo poco a poco el cielo de Cuenca. Vamos en busca de un bar donde charlar. Y nada más entrar, comienza a diluviar, primero agua y luego granizo que cubre en unos momentos la calzada. No para de llover. Hay que aguantar en el bar.

Aprovechamos para comentar las próximas etapas. Pedro Antonio nos aconseja y nos da una serie de nombres y teléfonos para que podamos acudir en caso de necesidad. Allí mismo pedimos algo para cenar. Unas tapas de lo que tienen en la barra. Bastante mediocre pero que vamos a hacerle. No está la tarde para andar callejeando.

Entre bocado y bocado no paramos de conversar. Sin darnos cuenta se nos hacen casi las diez. Pedro Antonio tiene todavía que regresar a Alatoz pero nos dice que antes nos tiene que llevar a la parte alta de la ciudad para que veamos algo. Así que a por el coche. El granizo se ha acumulado en las aceras y resulta peligroso dar un paso. Una vez en el coche, lloviendo como está, nos desplazamos por el casco antiguo para hacer una mini-visita turística. La fachada de la catedral reluce con el sistema de iluminación nocturna. Después nos lleva hasta el Parador Nacional para que veamos las famosas Casas Colgadas también iluminadas, que esta vez contemplamos a través de la lluvia pertinaz que no deja de caer. Hay que volver a Cuenca cuando se presente la ocasión.

Se hace tarde y la noche no está para bromas. Cuanto antes regrese Pedro Antonio a su casa mejor. Nos deja al lado del hotel. Apenas nos hemos mojado.

-Hasta la vista amigo. Muchas gracias por todo.

-Buen Camino -nos contesta.

Da gusto estar en la habitación caldeada. No tardamos en meternos en la cama. Con el susurrante sonido de la lluvia tras los cristales de la ventana, no tardo en caer en los brazos de Morfeo.

Buenas noches y hasta mañana.

Cuenca-Villaconejos de Trabaque

Parcial: 49,6 km; Totales: 91,8km; Restan: 296,8 km

 

El valle de la chopera

Hoy nos permitimos levantarnos un poco mas tarde, es domingo y estamos mentalizados a caminar durante casi todo el día. Los kilómetros de la etapa lo requieren. ¡Qué importa levantarse media hora antes o después!

A las 07:45 horas nos encontramos saliendo de la posada. Aunque no llueve, las nubes cubren parte del cielo. Hace fresco. Hay que enfundarse bufanda y guantes.

Tiramos por la calle Tintes siguiendo el curso del río Huécar girando hacia la Plaza de España donde nos han dicho que tendremos un bar abierto. Los domingos son malos días porque casi todo está cerrado y lo poco que abre lo hace tarde.

Efectivamente, el bar está abierto y lleno de clientela, la mayoría trasnochadora. Observamos que el que más y el que menos están desayunándose chocolate con porras. “Allí donde fuereis haced lo que viereis”. ¡Qué chocolate más rico! Y de las porras calentitas mojadas en chocolate, ¡qué decir!

Con el cuerpo bien entonado, nos dirigimos hacia la salida de Cuenca por el Puente de San Antón que salva el Río Júcar, poco después de recibir las aguas del Huécar. En un cortado bajo el puente, junto a una oquedad convertida en hornacina, se encuentra la réplica de la imagen de la patrona de la ciudad: la Virgen de la Luz que se venera en la Iglesia que hay justo enfrente. Es oportuno unos minutos de oración para pedirle nos proteja durante esta larga etapa. Desde aquí nos despedimos de Cuenca cuyo casco viejo se puede contemplar en una bella perspectiva. Tiempo habrá de volver para rendirle una visita mas sosegada. Merece la pena.

Siguiendo la carretera que discurre paralela al curso del río, dejamos a la derecha la antigua Morería, convertida en el Barrio de San Antón, asentado en la ladera del Cerro de la Merced, y poco después unas instalaciones deportivas y la Residencia de la Seguridad Social. Al pasar una gran superficie Comercial, llegamos a una rotonda desde donde parte a la izquierda la carretera de Nohales. Han sido 2300 metros desde la Plaza de España.
Los 2500 metros hasta Nohales se hacen por una estrecha carretera, aunque por tratarse de domingo, el tráfico es escaso y más teniendo en cuenta la temprana hora de la mañana.

De Nohales a Chillarón son 4 km. A la entrada de Chillarón, encontramos abierto el bar del Hostal. Buena hora para almorzar y tomarnos un respiro. Hay que tomarse la etapa con calma.

Después de atravesar el pueblo, tomamos una carreterilla que sale a la derecha en dirección a Arcos de la Cantera. A 700 metros del desvío, llegamos a un grupo de casas. Una flecha amarilla nos dirige entre ellas a una pista de tierra. Se agradece de verdad porque comenzábamos a hartarnos de asfalto. Aunque la pista da un pequeño rodeo es preferible. Debido al agua caída, se encuentra algo embarrada sobre todo en las cercanías de las ramblas que salvamos sin mucha dificultad. Después de recorrer 3100 metros desde el centro de Chillarón, entramos en Arcos de la Cantera. Por carretera hubieran sido 2800 metros.

En Arcos preguntamos a unos paisanos que nos aconsejan ir por carretera hasta Tondos. Por otra parte creo que es la única solución. Ascendiendo por terreno más agreste nos vamos introduciendo en la montaña. Llegan las urgencias del peregrino que dejan a Pepe solo con sus pensamientos durante un tramo y poco después a un servidor que llega en solitario a la fuente-abrevadero de Tondos. Han sido 3600 metros desde Arcos. Hasta el momento llevamos recorridos 15,5 km. Estoy en un paraje arbolado y con bancos donde me descargo la mochila y respirador y espero la llegada de Pepe charlando con un lugareño. Al poco rato se nos une Pepe.

-Son pocos los vecinos del pueblo en esta época -nos informa el lugareño- solo en verano se nota más concurrencia. La gente se traslada a vivir a la capital, a pesar de la tranquilidad y el ambiente que aquí se respira. En diez minutos puedes estar en Cuenca.

Es la tónica de todos los pueblos pequeños que inexorablemente se van convirtiendo en residencias de ancianos. Aprovechamos para preguntarle por el camino a Bascuñana. Al pasar la Iglesia encontrarán una pista en descenso que deberán seguir sin perderla. Le deseamos tenga un buen día y continuamos.

Nada más salir del pueblo, la pista que debemos tomar comienza a descender hacia un barranco para iniciar el ascenso por la ladera opuesta. La temperatura sigue siendo fresca por lo que la cuesta no requiere grandes esfuerzos. Por otra parte, el terreno por el que discurre es muy agreste. Nos llama la atención no ver una sola flecha amarilla. Cuando llevamos 3400 metros recorridos desde Tondos, la pista desemboca en una carretera. Por la derecha se dirige a Bascuñana de San Pedro, de la que nos separan 5 km.

De nuevo el duro asfalto. La carretera discurre por el valle llaneando. Por lo menos, los pinares entre los que se pasa alegran algo la vista y ayudan a que los kilómetros no pesen demasiado. Una hora después estamos entrando en Bascuñana de San Pedro dejando la Ermita de la Concepción a nuestra izquierda. Nos dirigimos directamente a la plaza de la fuente, donde nos descargamos las mochilas y nos disponemos a comer y descansar. Desde Cuenca llevamos recorridos 24 km. Son las 14:30 horas. Solo se oyen los zumbidos de las avispas alrededor de la fuente y el gorjeo aislado de algún pajarillo. Parece como si no hubiera nadie en el pueblo, aunque el tenue humo que despide alguna chimenea con olor de carne a la brasa, nos da a entender que los pocos vecinos que quedan se encuentran comiendo. La brisa que corre es fresca por lo que el sol es bien recibido.

El cuerpo ya nos viene pidiendo su ración alimentaria. De momento vamos a dar cuenta de los bocadillos que compramos ayer en Cuenca, será nuestra comida de hoy.

Cuando estamos en plena faena, observamos como algún vecino sale a la calle a curiosear. Uno de ellos se aproxima a nosotros lo suficiente para saludarnos y enterarse de lo que vamos. Aprovechamos para preguntarle por el camino a Torralba del que nos da debida cuenta. Son casi 13 km lo que nos quedan.

Reanudamos la marcha. Son las 15:00 horas. Desplazados a lo más alto del pueblo, tomamos la única pista que se dirige hacia el monte dejando la Ermita de San Isidro a la derecha y unas cuevas-bodega después. La pista va llaneando por la ladera durante 1500 metros, lo que viene bien para digerir el bocadillo. A partir de aquí, se inicia una pendiente pronunciada durante unos 1300 metros llegando a un collado, justo donde la pista forma una curva cerrada a la derecha y continua subiendo. Estamos a 1200 metros de altitud. Comienza a chispear. Hay que ponerse los chubasqueros.

Desde el collado hay que tomar una pista en descenso que sale a la izquierda con la referencia de una chopera que crece en el fondo del barranco que es adonde debemos dirigirnos.

La nueva pista es un auténtico barrizal. ¿Dónde nos hemos metido? Parece como si alguna máquina hubiera removido la tierra. Seguimos las huellas de las rodadas, único espacio por el que se puede transitar aunque, eso sí, a duras penas. El barro pegajoso se va acumulando en botas y perneras. Entre el peso que van tomando las botas y la adherencia del terreno, nos cuesta Dios y ayuda levantar los pies. Es un continuo suplicio. Esto no lo esperábamos. Y encima lloviendo. Como Dios nos da a entender, vamos descendiendo con exasperante lentitud hacia la chopera, extremando las precauciones para no resbalar y caer en el barrizal. Son 1400 metros angustiosos hasta llegar al lecho del barranco que nos lleva casi media hora. En cuanto vemos la posibilidad de desviarnos al cauce cubierto de hierba alta, no lo dudamos. Aunque resulta también incomodo caminar por el piso irregular, todo es mejor que hacerlo sobre el barro. Bajo los chopos llegamos al paraje donde se sitúa la Fuente del Gallo. Paramos a recuperar fuerzas y tomar algo de líquido. Asimismo nos desprendemos de los incómodos chubasqueros pues ha dejado de llover. Mientras el terreno nos lo permite, continuamos sobre la hierba hasta que el cauce se estrecha tanto que no tenemos mas remedio que volver a la pista. Otro tramo sobre el barro hasta que llegamos al culpable de tal desaguisado, una excavadora aparcada al borde la pista, justo cuando ésta se estrecha. Está claro que están ensanchándola.

A partir de aquí, vamos encajonados junto al arroyo, que comienza a formarse, y la tupida arboleda de ribera. La pista se ha convertido en camino.

A unos 1600 metros de la Fuente del Gallo y tras dejar unos corrales abandonados a la derecha, el valle comienza a abrirse. Los kilómetros y el barro van haciendo mella en las piernas. Este último tramo se nos está haciendo interminable y para más “inri” no logramos ver ninguna flecha amarilla, lo cual nos disgusta y pone nerviosos.

A unos 1000 metros de los corrales, el camino desemboca en otro que cruza. ¿Por donde ir? La decisión es toda una aventura. La Guía no nos resuelve la duda. Nos metemos por un camino que sigue de frente y que pronto termina en una huerta. A retroceder toca. De nuevo en el camino, optamos por tomarlo a la derecha. ¡Que sea lo que Dios quiera! Menos mal que a 350 metros de la bifurcación advertimos sobre una roca situada en un camino que se desvía a la izquierda, unas franjas blanco-rojas que aunque algo desvaídas son visibles todavía. Esta vez hemos acertado.

Por el nuevo camino seguimos a lo largo del valle. El arroyo que llevamos a nuestra izquierda va llevando mas agua. A 450 metros del nuevo desvío el camino forma un recodo derecha-izquierda para librar un bancal. Seguimos adelante. Torralba se está haciendo de rogar. Parece como si los kilómetros no pasasen. Además, todavía no sabemos a ciencia cierta que vayamos por el buen camino.

A 2800 metros del recodo, el camino se bifurca. Intuitivamente tomamos a la derecha. Salgamos adonde salgamos ya nos da igual. Torralba sigue sin aparecer. De improviso, advertimos la presencia de un coche que viene a nuestro encuentro. Buena señal. Por lo menos tenemos a alguien a quien preguntar.

El coche da la vuelta tras pasarnos y se detiene junto a nosotros.

-¡Qué tal peregrinos!

¡Qué alegría nos llevamos! Se trata de Pepe, un miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Cuenca, que vive en Villaconejos de Trabaque. Es nuestro enlace en la zona.

-No preocuparos, vais por el buen camino, os quedan unos 2 km para llegar al pueblo.

Este encuentro nos levanta la moral. Aunque vamos cansados de verdad, rechazamos su ofrecimiento de llevarnos en el coche. Hay que terminar como sea la etapa a pié.

-Pues en el pueblo os espero.

Con los nuevos bríos que nos ha dado el encuentro con Pepe, estos dos últimos kilómetros se nos pasan sin sentir. A 1400 metros de la bifurcación ya podemos ver las primeras casas de Torralba y 500 metros más allá nos está esperando nuestro anfitrión en la entrada del pueblo. Juntos nos dirigimos a una plaza donde un olmo centenario emerge orgulloso en el centro. Es uno de los pocos ejemplares de olmo que han podido ser salvados de la plaga que los está matando en todo el territorio peninsular. Han sido 36,5 km los recorridos en esta etapa. Son las 18:30 horas.

Nos relata Pepe, que ayer también formó parte de la marcha reivindicativa del paso por Villaescusa de Palositos, que la marcha terminó con el encuentro de varias parejas de la Guardia Civil apostadas tras la verja de acceso al pueblo. Esta verja y la cerca alrededor de la finca, fue colocada por los nuevos propietarios tras la adquisición del pueblo (incluidas tierras comunales y servidumbres de paso). No valieron, ni las flores que llevaban algunos al cementerio para colocar sobre la tumba de familiares, ni la exhibición de una escritura de propiedad de alguien que no quiso vender, ni las palabras, ni las lágrimas… La Guardia Civil inmutable, les impidió el paso argumentando tajantemente que se trataba de una propiedad privada. Una auténtica vergüenza.

Volviendo a nuestra situación actual, resulta que en el pueblo no hay ningún local donde pasar la noche. Como es domingo, incluso tenemos problemas para que nos sellen la credencial. La mujer del alcalde nos dice que su marido está por el molino. Así que como no hay nada que hacer, Pepe nos propone llevarnos a su pueblo donde el Ayuntamiento nos puede proporcionar un sitio donde pernoctar.

Durante el trayecto, entramos en Albalate de las Nogueras, y nos acercamos al bar donde por fin podemos sellar la credencial.

Una vez en Villaconejos de Trabaque, nos acercamos en busca del alguacil que nos da las llaves del local que perteneció a las antiguas escuelas. La verdad es que no reúne muy buenas condiciones para quedarse. Pepe va a intentar buscarnos un acomodo alternativo en una casa adosada a una ermita que está a las afueras del pueblo. Durante el trayecto, el alguacil insiste en que en los bajos de las escuelas vamos a estar mejor, no pasaremos tanto frío. De todas formas nos desplazamos a la casa de la ermita. Por verla no pasa nada. Efectivamente hace mucho frío en su interior y no hay ni muebles, ni luz, ni agua, ni nada de nada. Es una pena tener desaprovechada esta casita. Es ideal como albergue o refugio.

– Hablaré con el alcalde –nos dice Pepe para ver lo que se puede hacer.

Irremediablemente, volvemos al local, tenemos que acomodarnos como sea. Con unas mesas y unos tableros preparamos los lechos, sobre los que ponemos unas colchonetas rígidas de gimnasio. Aunque duras, por lo menos no estaremos en contacto con el suelo. Está visto que hoy nos tendremos que acostar sin ducharnos. El alguacil nos abre el agua de unos humildes aseos que hay en un patio medio abandonado, por lo menos podremos lavarnos la cara. Después de preparar las “camas”, Pepe nos proporciona unas mantas. No hay calefacción, el ambiente es húmedo y además por la noche hará frío. Nos sella las credenciales con el cuño de la Carnicería de su mujer. Siente no poder atendernos mejor, pero entra de guardia a las diez y nos tiene que dejar. Le hubiera gustado llevarnos a cenar a su bodega-cueva. Le decimos que no se preocupe que nuestra condición de peregrinos exige algún sacrifico que otro. Por otra parte, descartamos comenzar la etapa en Torralba ya que Pepe no podría trasladarnos allí hasta media mañana. Tratándose de domingo y la hora avanzada, encontrar otra solución lo consideramos problemático. De todas formas, tan solo son doce kilómetros que compensaremos con las pérdidas, que casi seguro se producirán, a lo largo de la ruta. Después de unos consejos para la etapa de mañana y de reiterarnos que le llamemos ante cualquier duda, nos despedimos agradeciéndole su buen comportamiento y desinteresada hospitalidad.

Nos cambiamos de ropa y nos acercamos al Bar Máximo en busca de algo caliente para cenar. Mal día los domingos para viajar. El bar está lleno de clientela que se encuentra en plena efervescencia viendo por TV el partido de fútbol entre el Atlethic y el Madrid. Como podemos nos hacemos sigilosamente un hueco en una mesa y pedimos unas tapas de lo que les queda. De paso asistimos al final del encuentro que termina con la desahogada victoria de los “merengues” sobre los “leones” por 1-4.

De vuelta al “albergue”, nos introducimos en el saco de dormir colocado en el doblez que hemos formado con la manta. Así estaremos mejor protegidos tanto por debajo como por arriba. Ya veremos si puedo conciliar el sueño. Que sea lo que Dios quiera.

Buenas noches y hasta mañana.

Villaconejos de Trabaque-Salmerón

Parcial: 29,8 km; Totales:121,6 km; Restan: 267,0 km

 

Cambiando de Provincia

¡Vaya noche toledana que he pasado! Casi sin pegar ojo. La dureza del “prefabricado” lecho me ha pasado factura. Y lo peor de todo ha sido que no conseguía encontrar una posición cómoda para mi dolorida pierna izquierda. Así que a las 07:30 horas estamos saliendo de nuestro “albergue” circunstancial con la esperanza que a lo largo de la etapa me pueda recuperar. Pepe me dice que tampoco él ha podido dormir mucho que digamos.

Desayunamos en Casa Máximo y a las 08:00 horas ya estamos preparados para iniciar la etapa. Siguiendo la tónica de estos días, hace fresco y el aspecto del cielo no augura nada bueno.

Siguiendo las instrucciones de la dueña del bar, tomamos a la izquierda la carretera sin advertir flecha alguna. Nos acercamos hasta la ermita de la Concepción y allí no tenemos más remedio que preguntar porque la capilla de San Roque -referencia de la salida- no aparece por ninguna parte. No debemos haber entendido bien a la señora.

Un tractorista nos dice que tenemos que volver hacia el pueblo y ahora sí, en el lugar señalado, vemos en una esquina la referida Capillita de San Roque adosada a la pared de una casa y una flecha amarilla indicando la dirección del Camino.

Al lado, nos llaman la atención unos hatillos de varillas colocadas tal como si fueran “tipis”. Debe tratarse del mimbre secándose. Y es que la comarca de la Alcarria es famosa por dicho cultivo y elaboración. Es curioso observar los tocones de las mimbreras despuntando tiernas varillas que en esta época dan un colorido especial a la vega.

Con el error en la salida se nos ha hecho las 08:30 horas y la etapa es larga, no debemos descuidarnos.

Siguiendo la pista que discurre paralela al río Trabaque -que se adivina a unos 200 metros a nuestra derecha- vamos acompañados por la extensa vega sembrada de mimbreras. Tras el río, advertimos la cantidad de cuevas-bodega, que horadan la ladera del monte, donde se almacena el vino a una temperatura ideal. Los vecinos utilizan estas cuevas-bodega para montar sus saraos en los que se consumen espectaculares “chuletadas” regadas con los buenos caldos que reposan en las cubas.

A 1 km de la capillita de San Roque, llegamos a una bifurcación. El camino de la derecha se dirige al fondo de la vega, nosotros tomamos el de la izquierda.

A 400 metros existe una nueva bifurcación, el camino que describe la Guía es el de la derecha, como muy bien dice, “siguiendo a tu vista la hoz de Priego”, pueblo éste de cierta importancia pero que no se ve. Está situado al pie de la sierra en el límite de las comarcas de La Alcarria y la Serranía de Cuenca.

Seguimos la nueva pista que a 600 metros se bifurca de nuevo. Cuando esto ocurre siempre surge la duda si no ves ninguna flecha. Esta vez, se toma a la izquierda. La pista pronto comienza a empinarse sin descanso. A 1800 metros sale un camino a la izquierda todavía más empinado y 200 metros más allá, en las proximidades de unos corrales, llegamos a lo más alto. Desde aquí ya podemos ver una carretera junto al río, y al fondo hacia el norte, la silueta de unos cerros aislados en cuya cima se ubican unos depósitos de agua que, desde esta perspectiva, están escondidos tras una arboleda. Esos cerros serán hacia donde tendremos que acercarnos. En descenso nos encaminamos hacia la carretera que alcanzamos tras 400 metros, justo donde un puente salva el río Trabaque.

De momento vamos caminando a gusto, por supuesto abrigados. En la dirección que llevamos, el cielo está muy cubierto de nubes tormentosas. Mal asunto.

Tomamos la carretera hacia la izquierda. A 250 metros crece un solitario nogal a la derecha. Junto al nogal sale un camino que es el que tomamos.

Pasando un arroyo, encontramos un cruce de caminos, hay que seguir por el de enfrente que inicia una subida exigente que se prolonga durante casi un kilómetro. Pepe tiene urgencias que zanjar. Así que en solitario afronto el ascenso. Tiempo para meditar. Parece mentira como, a pesar de lo mal que he dormido, solo me molesta un poco la espalda debido al peso que soporta. Cada año que cumplo, voy observando como acuso más el peso de la mochila. Habrá que ir pensando en eliminar cosas. Ensimismado en mis pensamientos llego hasta lo alto de la cuesta. Aquí me descargo de la mochila y a esperar a Pepe que aparece a los pocos minutos. Ya va siendo hora de meter algo de alimento al cuerpo. Decidimos descansar un poco y tomarnos unas tabletas energéticas. Aprovechamos para llamar al Ayuntamiento de Salmerón que nos proporciona un teléfono donde podemos preguntar por Marciana que puede disponer de alguna habitación libre. Efectivamente, la buena señora nos confirma que no hay problemas. Podemos pernoctar en su casa.

Los cerros de los depósitos de agua los tenemos casi encima. A la derecha observamos la silueta de la Serranía de Cuenca que poco a poco vamos dejando atrás.

Casi 2 km después estamos ante los cerros que vamos bordeando por la izquierda. Ahora sí que podemos ver los depósitos de agua.

A 3100 metros de la carretera, la pista forma una curva cerrada tomando la dirección sur con el fin de rodear un promontorio. Buscamos las referencias que describe la Guía para evitar el rodeo, lamentablemente no somos capaces de encontrarlas, por lo que seguimos por la pista en descenso. Llevamos la dirección opuesta pero pronto una curva a la derecha, que forma un seno muy cerrado, nos devuelve a la orientación que llevábamos.

Ya en el llano, y dejando atrás los cerros de los depósitos de agua, vemos al frente unos cortados no muy altos, debemos estar próximos al cauce de algún río o arroyo. A 1800 metros del punto anterior, desembocamos en una pista que cruza y tomamos por intuición a la derecha que es la dirección norte. A unos 300 metros del cruce, sale una pista a la izquierda. Un corral situado en los cortados nos decide a tomarla. Entendemos que es el que indica la Guía, así que giramos por ella y nos dirigimos hacia él. Pronto nos damos cuenta que nos hemos equivocado ya que la pista gira bruscamente hacia el sur poco antes de llegar al cortado, perdiéndose en la distancia. Nos descargamos las mochilas. De nuevo a pensar. Es raro que sigamos sin ver flechas amarillas en los cruces y bifurcaciones. No hay más remedio que llamar por teléfono a Pepe de Villaconejos de Trabaque. Evidentemente nos habíamos equivocado. Teníamos que haber seguido recto por la pista principal. El corral de referencia está un poco más adelante tras un repecho. Así que ha desandar lo andado. Menos mal que no ha sido mucho el desvío.

Una vez en el cruce, rectificamos. A unos metros advertimos una flecha a la derecha sobre un paso de aguas. Estaba escondida tras el matorral, por eso desde la bifurcación no podíamos verla.

A 200 metros aparece el dichoso corral en una de cuyas paredes advertimos otra flecha amarilla. Poco a poco nos vamos acercando a la ribera del río Guadiela. El sonido de la corriente de agua va llegando con más nitidez y pronto lo tenemos a la vista a nuestra izquierda. ¡Qué cantidad de agua lleva! Ya veremos si no ha rebasado el puente. Con la fuerza que llevan sus aguas sería imposible vadearlo.

A 2000 metros del corral ya tenemos el puente delante de nosotros tras un recodo y un descenso. En las proximidades del puente, unos pescadores mantienen las cañas esperando con paciencia que pique algún pez.

Menos mal que las aguas no han llegado a rebasar el puente pero poco ha faltado. Al cruzarlo todavía tenemos que salvar un ramal del río, por suerte con poca agua, que atraviesa la pista y que cruzamos sobre unas piedras.

A partir del puente, la pista se dirige en ascenso directamente a la carretera que alcanzamos a 1 km. La tomamos hacia la izquierda y 3 km más adelante nos encontramos entrando en la localidad de Albendea. Han sido 18 km y pico los recorridos desde Villaconejos de Trabaque. Son las 13:00 horas y los estómagos ya nos están recordando que hay que tomar algo. En la plaza Mayor encontramos el único bar del pueblo. Lo atiende una mujer y un enano que resulta ser su hijo. Nos atienden de maravilla. Enseguida la buena señora nos prepara una sopa castellana y unos huevos fritos con patatas servidos por su hijo. Resulta que también disponen de una casa rural donde no hay problema para alojarse. Buena información para los peregrinos que decidan quedarse aquí. Entran parroquianos con los que mantenemos conversación, da la casualidad que uno de ellos es el hermano de la mujer de Pepe de Villaconejos. Nos dicen que no tardará mucho en llover. El frente nuboso está ya casi encima de nosotros.

Son las 15:00 horas cuando salimos del bar. Efectivamente comienza a chispear y antes de salir del pueblo nos tenemos que poner los chubasqueros, llueve de verdad.

Bajo la pertinaz lluvia, tomamos la carretera de Valdeolivas. Son 4400 metros de asfalto mojado. Un poco antes de llegar a Valdeolivas, tomamos un desvío que accede al pueblo por la parte de abajo directamente a la Iglesia cuyo interior se encuentra en plena restauración. Preguntamos por la salida hacia Salmerón. Tenemos que llegar a la carretera y buscar las escuelas. Ya en la carretera no terminamos de localizar la salida. Un paisano nos lo aclara. A unos 300 metros de la parada del autobús sale una pista a la derecha donde se ubican las escuelas. A pesar de que no llevamos demasiados kilómetros, nos encontramos cansados. La mala noche que hemos pasado y los kilómetros recorridos comienzan a hacerse notar.

Una vez en el desvío, nos adentramos unos 200 metros por donde sale otra pista a la izquierda. Esta sin perderla nos conducirá a Salmerón.

Parece que el frente de nubes nos va dejando. Ahora solo chispea. La pista comienza con tramos en ascenso suave pero constante, hasta alcanzar un collado que es el límite provincial. Entramos en la provincia de Guadalajara.

A partir del collado se inicia el descenso. Pronto vemos, en medio de un fértil valle, a tenor del verdor dominante, el pueblo de Salmerón algo desvaído tras la cortina de la persistente llovizna. Es el primer pueblo de la provincia de Guadalajara enclavado en la zona conocida como Llano de la Sierra en plena comarca natural de La Alcarria. Ante el inminente fin de etapa, el ritmo de la marcha se acrecienta y en poco tiempo ya estamos cruzando la carretera y entrando en el pueblo. Son las 18:00 horas. En total han sido 29,8 km los recorridos.

En la Plaza Mayor, frente a la iglesia, un zagalón nos sale al encuentro.

-Así que sois peregrinos.

Le preguntamos por la casa de la señora Marciana y muy amable se ofrece a llevarnos hasta la puerta.

-Pues el Ayuntamiento ya podía tener previsto algún alojamiento para vosotros, y además gratuito, es lo mínimo que podía hacer por los peregrinos.

El chaval no se muerde la lengua. Lo que dice demuestra mucha sensatez. Que alegría sientes en tu interior cuando compruebas lo bien que te reciben en los pueblos.

Nos acoge la Sra. Marciana que muy atenta nos da la bienvenida y nos asigna habitación.

Ya era hora de disfrutar de una buena ducha en el espléndido baño de la casa. Sacamos las plantillas de las botas y las rellenamos con papel de periódico, es la mejor forma de secarlas en poco tiempo. Después algo de colada.

Marciana nos va a preparar la cena. Mientras yo tomo mis notas, Pepe aprovecha para buscar quien le selle las credenciales y sacar unas fotos. Al poco rato, me reúno con él en la Iglesia.

La Iglesia de Salmerón presenta elementos de diversos estilos aunque el predominante sea el gótico. Dignas de mención son sus tres portadas: La del lado de la Epístola que da acceso a un zaguán donde por otra puerta se accede al templo; la del lado del Evangelio, inutilizable hoy en día, en la que destaca una hornacina vacía sobre la puerta adornada por dos medallones; y la tercera es la de los Apóstoles, de medio punto y dos arquivoltas con bustos de ángeles y santos. Sobre la puerta puede verse una cruz en relieve que aunque bastante deteriorada parece tratarse de una cruz de Santiago. El interior de la Iglesia es de una sola nave y varias capillas nobles.

Después de esta interesante visita, nos acercamos a investigar la salida de mañana que comienza en la parte trasera de la Iglesia. Esta chispeando y el ambiente es bastante fresco por lo que no tardamos en refugiarnos en el Bar “El Cazador” que es propiedad de la Sra. Marciana.

Después de tomarnos unas cervezas, nos retiramos a nuestro “Albergue” familiar. Marciana tiene casi lista la cena. Nos dice que antes estaban en el Bar de la Esquina, junto a la Plaza Mayor, pero lo tuvieron que dejar y ahora su propia casa hace de pensión y el bar lo tienen en unas dependencias anexas. En el comedor, una de sus hijas que parece muy involucrada en el Camino de Santiago y especialmente la Ruta de la Lana, nos sirve la cena. En compañía de sus hijos, fue una de las participantes, el sábado pasado, de la pacífica marcha a Villaescusa de Palositos, llamada de las Flores.

-Fue una vergüenza -nos dice con sentimiento- unos guardia civiles nos impidieron el paso. Lo único que reivindicábamos era: La rehabilitación de la iglesia románica -un auténtico tesoro- y libertad de acceso al cementerio, vías y lugares públicos y a los peregrinos por ser lugar de paso en la etapa entre Salmerón y Viana de Mondéjar, creo que no era mucho pedir.

En fin, esperemos que impere la cordura y pronto podamos pasar por los accesos públicos de toda la vida, sin miedo de recibir algún escopetazo. Ya veremos mañana como nos apañamos, la situación parece estar aún caliente.

-La pista debe estar embarrada, el otro día algunos que llevaban chiquillos se tuvieron que volver antes de llegar y con el agua que ha caído después…

Lo que faltaba.

Concluida la cena a descansar y a dormir. Lo necesitamos de verdad. Mañana Dios y el amigo “Santi” proveerán.

Buenas noches y hasta mañana.

Salmerón-Trillo

Parcial: 31,2 km; Totales:152,8 km; Restan: 235,8 km

 

El “Cebreiro” de la Ruta de la Lana

A las siete suena la alarma del móvil. Nos hemos desquitado de la mala noche de ayer, hemos dormido como lirones. A las siete y media, la Sra. Marciana ya nos tiene preparados unos estupendos desayunos y antes de la ocho nos despedimos de la buena señora que nos desea suerte en el paso por Villaescusa de Palositos. La verdad es que vamos a necesitarla.

Nos encaminamos hacia la Plaza Mayor. Ya en la Iglesia Parroquial, nos detenemos unos momentos ante la Puerta de los Apóstoles, también llamada de los Peregrinos, y nos encomendamos al amigo “Santi” que nunca nos ha fallado en los momentos difíciles. Frente a la Portada, sale una calle que va a dar a las afueras desde donde podemos contemplar una impresionante panorámica de la vega, que se abre a una cota inferior, y la ladera de la sierra que deberemos remontar muy pronto. El tiempo sigue la tónica de días pasados, hace bastante fresco y las nubes se mueven por el cielo amenazantes.

Por una pista descendemos a la vega, por la que discurre el Río Garibay, que salvamos por un puente hasta encontrar una pista que cruza tomándola a la izquierda. Han sido 500 metros desde el punto de salida. El pueblo se alza al otro lado del valle, encaramado en la cima plana de un cerro. Después de 300 metros por la nueva pista, sale otra en ascenso por la derecha. Es el Camino de Palositos, en fuerte ascenso por la ladera de la sierra.

Tal como nos decía ayer la hija de la Sra. Marciana, la pista está muy embarrada. Así que no queda más remedio que afrontar el repecho peleándonos con dos frentes: el molesto barro y la dureza de la pendiente. De momento caminamos entre bancales de olivos. ¡Menuda cuesta para empezar! Ya nos decía Pedro Antonio que esta subida podría considerarse como el Cebreiro de la Ruta de la Lana.

Poco a poco vamos dejando a nuestros pies Salmerón y su vega. El barro está complicando mucho la subida. Dicen que hay unos atajos para librarnos de unas “eses” que forma la pista, pero ni nos parece oportuno tratar de localizarlos ni se encontrarán en buenas condiciones de paso. A unos 1500 metros del inicio de la pista vemos, al borde de una curva cerrada, una flecha de hierro pintada de amarillo que pone “Camino de Santiago”, sostenida por una Cruz de Santiago, sobre ella una vieira. Eso quiere decir que vamos por el buen camino. Es gratificante encontrar de vez en cuando alguna señalización jacobea que nos recuerde que estamos en el Camino. Sigue el ascenso en la más absoluta soledad. Conforme nos aproximamos, Villaescusa de Palositos se va convirtiendo en una obsesión. Varias preguntas no dejan de martillear nuestra mente. ¿Cómo nos apañaremos para entrar en la finca? ¿Tendremos que volver a saltar una verja? ¿Nos saldrá algún guarda apuntándonos con la escopeta? Son preguntas que nos las vamos haciendo a cada momento sin respuestas objetivas.

Continuamos ascendiendo, aunque en este último tramo, algún descansillo sirve para tomar aire y ralentizar el corazón. A una hora del inicio de la cuesta, llegamos a la altura de las ruinas de la Ermita de San Matías de la que solo se mantienen en pie algunos sillares y una portada deteriorada con una inscripción: “Acabose en el año 1631”.

Ya hemos llegado al altiplano rodeados de pinares, encinas, robles y matorral, plantas aromáticas y medicinales y alguna que otra pradera. De momento parece que se acabó de subir. Nos encontramos a 1100 metros de altitud. Han sido casi 4 km de ascenso y hemos superado un desnivel de casi 400 metros. Es un placer contemplar el espectáculo que nos brinda la Madre Naturaleza.

A unos 500 metros de la ermita dejamos a la izquierda los restos de unos corrales en medio de una pradera. Llaneando por el altiplano, nos vamos acercando poco a poco a la finca de Palositos. Dejamos la pista antigua por la que marchamos que se interna en el bosque dando paso a una nueva de bastante anchura que parece trazada a tiralíneas. Cuando llevamos recorridos 1300 metros por el nuevo camino, advertimos el bidón amarillo que es la referencia para torcer a la izquierda y enfilar el acceso a Villaescusa de Palositos. La imagen del guarda y la escopeta vuelve a martillear nuestras mentes.

Ahora marchamos por el llamado Camino de Escamilla. A 500 metros del cruce del bidón amarillo, pasamos frente a la Casa de San Román, unas dependencias de la Finca de Briones. Comienzan las alambradas. Unos perros nos saludan con sus ladridos. Unos 500 metros más allá el camino se bifurca. Por el de la derecha vemos una flecha amarilla pero ya estamos advertidos que no vayamos por él, salvo fuerza mayor, se trata del camino que bordea los lindes de la finca dando un gran rodeo. Si queremos pasar por Villaescusa de Palositos debemos seguir de frente. Los nervios están a flor de piel. Vamos por el medio de una gran llanura plantada de cereal. El barro nos obliga a ir pegados a la alambrada para pisar sobre la hierba. A unos 800 metros de la bifurcación comenzamos a bordear un gran bosque de chaparros que vamos dejando a nuestra izquierda y al fin, a 900 del inicio del bosque, llegamos a la verja que da paso a la demarcación de Villaescusa de Palositos.

El espectáculo que encontramos es desolador, ramos de flores embarradas se encuentran esparcidos por el suelo y unos metros de cercado de alambre de espino destrozados. Pensamos en la pobre gente que el sábado intentó sin éxito traspasar la verja por el camino público de toda la vida para colocar unas flores en las tumbas de sus familiares. Verdaderamente tuvo que ser muy triste. Y más aun la sangre fría de los Guardia Civiles prohibiéndoles el paso. Pero ellos cumplían órdenes de la superioridad, así salvaban su honorabilidad. ¿Como se puede consentir semejante tropelía?

Nos encontramos en el mismo sitio sin guardias civiles ni persona alguna que nos impida el paso. Bajo la lluvia que comienza a caer, no lo pensamos dos veces y a través del espacio abierto en la trifurca que se formaría, nos adentramos en la finca. Que sea lo que Dios quiera. Muy lejos, ya comenzamos a distinguir la silueta de las “Tetas de Viana” que parecen dos granos sobre el horizonte. Por allí deberemos pasar también.

En el trayecto hasta la parte baja de Villaescusa de Palositos (900 metros desde la verja) no nos sale nadie al encuentro, no obstante marchamos con precaución, seguro que alguien nos estará observando desde algún punto. Advertimos como en el cerro donde se asienta el pueblo -cerca de la iglesia- han construido algo parecido a una gran mansión que desentona con el conjunto. Junto a los corrales y caballerizas, la pista está cubierta de cieno de lado a lado. Intento pasar y hundo las botas en el lodazal hasta el tobillo. Instintivamente doy marcha atrás pero el mal ya está hecho. Las botas quedan cubiertas totalmente de una mezcla de barro y excrementos de animales. ¡Qué vamos a hacer! El Camino lo limpia todo. Por el borde, pegados a las vallas, logramos salvar el barrizal con algún esfuerzo. De todas formas a mí ya me da igual. Me he puesto perdido. Obviamos la visita a la Iglesia románica y el pueblo, no está el horno para bollos, es mejor no tentar la suerte. Pero lo que más pena nos da es observar la Iglesia tras el alambre de espino y en lo alto del cerro, la nueva construcción.

Por detrás de unos almacenes buscamos el camino de salida. Sorteando el barro como Dios nos da a entender, llegamos a la fuente-abrevadero, donde la pista se encuentra todavía peor, encharcada y embarrada. Una vez rebasada la fuente ya se puede caminar mejor. La pista inicia un ascenso. Ya hasta se nos había olvidado que nos encontramos en una propiedad privada. Pero el amigo “Santi” nos ha echado una mano como de costumbre y podemos respirar tranquilos una vez llegamos a la verja de salida -a 1500 metros de las casas- que se encuentra, como era de suponer, cerrada con cadena y candado y no tenemos mas remedio que pasar por encima. Con la experiencia que tenemos en asaltar verjas, no supone mucha dificultad para nosotros.

Ya estamos fuera del recinto privado. El susto ha pasado. A nuestra izquierda otra verja da paso a una finca anexa a la de Palositos y por la derecha llega la pista que rodea su perímetro. Estamos en el borde de una extensa meseta sembrada totalmente de cereal. La vista se nos alegra con tanto verdor.

Seguimos por la pista en dirección a una construcción que vemos en medio de los campos de cultivo. Se trata de la Casa de Abajo. Son 1000 metros los que tenemos que recorrer entre los trigales para llegar hasta ella. Son las 12:00 horas. Se impone comer algo y descansar un rato que todavía nos quedan muchos kilómetros para llegar a Trillo. La Casa de Abajo es en realidad un corral abandonado, “guardado” por la carrocería -cada vez más oxidada- de un coche. Nos despojamos de las mochilas y nos tomamos unas barras energéticas y un sobre de “Flectomín”, es nuestro almuerzo circunstancial, no tenemos otra cosa.

Continuamos la marcha, el descanso nos ha venido bien. Corre una brisa fresca que anima a caminar. A 250 metros de la Casa de Abajo, la pista forma un ángulo recto. Una afortunada flecha amarilla de hierro nos indica que debemos abandonar la pista por un camino de rodadas semioculto por el cereal que lo ha invadido y cruzar el sembrado de frente en dirección a un bosquecillo. Menos mal que la flecha está donde debe estar.

A 200 metros de la flecha entramos en un bosque de encinas que atravesamos hasta llegar al borde de un campo de cultivo (400 metros). Desde aquí tenemos que caminar por el borde entre el encinar y el bancal unos 200 metros, dando a una pista que cruza y desde donde podemos contemplar las “Tetas de Viana” hacia donde poco a poco nos vamos aproximando, pero todavía quedan unos cuantos kilómetros. Seguimos a nuestra izquierda bordeando en descenso la cabecera de un barranco hasta llegar a unos 750 metros a otra pista que cruza. La tomamos a la derecha descendiendo por la vertiente izquierda del barranco en dirección al valle.

¡Qué diversidad de paisaje estamos asistiendo hoy! Los planos que nos ha dejado Luis nos están sirviendo de mucha ayuda porque las flechas siguen escaseando cuando mas las necesitas.

La bajada se hace larga. Menos mal que la tierra está más compactada y no hay prácticamente barro. A 3 km comienzan de nuevo los sembrados, ya estamos en el valle. A la izquierda dejamos un corral. Por aquí debe salir un atajo pero no nos atrevemos ni a buscarlo, no vaya a ser que nos perdamos a última hora.

A 600 metros del corral, ya en el valle, la pista forma un seno muy cerrado con el solo objeto de salvar un arroyo por un puentecillo. Vemos al otro lado la pista y no lo pensamos, si podemos cruzar el arroyo ganaremos unos metros. Efectivamente, el arroyo lo saltamos sin dificultad y tras subir por un talud nos plantamos en una pradera en cuyo centro surgen unos robustos nogales. Unos metros después recuperamos la pista que se encuentra bastante embarrada. Menos mal que la podemos bordear. Cuando llegamos al cauce del Arroyo de la Solana, nos quedamos impresionados por el agua que lleva. Es imposible vadearlo tal como vamos. No tenemos mas remedio que descalzarnos, remangarnos las perneras del pantalón y aguantar el contraste del agua helada. El nivel del arroyo nos llega hasta las rodillas. Una vez al otro lado, nos congratulamos, ya que ese baño de agua fría ha servido de sedante natural para los pies y pantorrillas.

Una vez calzados, reanudamos la marcha. A unos metros damos a la carretera. Desde la cabecera del barranco han sido 5 km los recorridos.

Tomamos la carretera a mano izquierda en dirección a Viana de Mondéjar. Las “Tetas de Viana” las tenemos casi encima. 2200 metros de pesado asfalto y ya estamos subiendo el fuerte repecho que conduce al centro del pueblo. El Camino pasa por la Iglesia románica con una interesante portada y un poco mas arriba damos con el Hogar Social. Frente a él, una puerta de la vieja muralla. Son las 15:00 horas. Es tiempo de tomarse un descanso y comer algo.

El matrimonio que lleva el bar, nos ofrece unos huevos fritos con patatas y chorizo que vienen muy bien al estómago. Son muy amables y se muestran interesados por el Camino que llevamos. Después de un buen descanso, a continuar.

Descendemos las pendientes calles del pueblo hasta que enfilamos un barranco por una pista que se dirige directamente a las “Tetas de Viana”. Después de recorrer unos 350 metros de pista, las flechas nos desvían hacia el barranco por una estrecha senda que sale a la derecha de la pista. Es cuestión de ir siguiendo la dirección de la cabecera del barranco por la ladera de las “Tetas de Viana”, dejando éstas a mano izquierda. Pasamos entre unas antiguas colmenas y las cuevas-bodegas que horadan la ladera de la derecha. Vamos subiendo con facilidad. Estos senderos son los que nos gustan. Este tramo está bien señalizado.

A 700 metros llegamos a una bifurcación. No hay lugar a dudas de que tenemos que seguir por el ramal de la izquierda. Poco a poco vamos dejando las “Tetas” atrás hasta llegar a un collado desde el que nos da un bofetón las horribles chimeneas de la Central Térmica nuclear echando vapor a todo lo que dan. Son 1800 metros desde la bifurcación. El monte es salvaje predominando las carrascas y quejigos. En este punto hay una bifurcación importante. La senda que llevamos, en mejor estado, continua bordeando las “Tetas” en busca de la senda de ascenso. Una señal nos advierte que debemos tomar una trocha que sale a la derecha y que en descenso se dirige a Trillo por una ruta de pequeño recorrido. Da gusto caminar entre las carrascas. Ya estamos próximos a la llegada y eso nos infunde ánimos y fuerzas. Vamos a paso ligero. No sentimos ni las piernas.

Siguiendo la señalización, a 3 km desde el collado comenzamos a entrar en las primeras casas de Trillo después de haber pasado por las instalaciones de unas pistas de “karts” y poder contemplar el Parador Nacional ahí abajo, junto al Río Tajo. En el pasado reciente era un importante Balneario. Enfilamos hacia el río por una cuesta abajo de pronunciada pendiente que nos deja en el puente sobre el Río Tajo. Estamos en Trillo. Son las 19:00 horas. Llevamos casi 12 horas sobre el camino. Una larga jornada.

Pasado el puente, preguntamos por algún alojamiento. Es mal día hoy para encontrar algo. Se celebra el Día Internacional del Trabajo. No obstante damos con un vecino que nos recomienda el Hostal Rural “Las Viñas”, otra cosa no hay. El mismo se encarga de llamar a los dueños. No hay ningún problema, menos mal. Desandamos lo andado y cruzamos de nuevo el puente en busca del Hostal, está al otro lado del río. No hay nadie por aquí. Nos descargamos las mochilas e intentamos llamar a los teléfonos expuestos en un cartel. Pero nadie nos contesta. Es cuestión de esperar, sentados en el suelo. Ya aparecerá alguien.

Estamos deseando coger la habitación para darnos una buena ducha. Nos damos cuenta que la puerta del Hostal cede al picaporte, no tiene echada la llave, así que entramos y a esperar en el salón mas cómodos. Después de un rato aparece la hermana del dueño que se encarga de ir a buscarle. Poco después aparece Eusebio. Resulta que el teléfono móvil que tiene es de Vodafone y precisamente hoy está sin cobertura. Eusebio es un enamorado de la Ruta de la Lana, lo que nos da pié para hablar sobre ella y contarle los pormenores de la compleja etapa de hoy, con el paso por Villaescusa de Palositos incluido. Eusebio tiene una página web con espléndidas fotografías de Trillo y los alrededores.

Trillo puede considerarse la puerta al Parque Natural del Alto Tajo -nos informa Eusebio que nos proporciona un CD con una bella presentación de los alrededores.

Después de una reparadora ducha y de la colada, nos desplazamos al centro del pueblo en busca de algún sitio donde cenar. Desde el puente, nos llama la atención el ábside de la Iglesia junto a las más lejanas chimeneas de la Central Térmica, el pasado y presente. El Mesón que nos recomienda Eusebio está cerrado, así que no tenemos mas remedio que cenar unas chuletillas de cordero y una ensalada en el Mesón de Victor, situado junto al puente, en una plazoleta en la parte baja del pueblo. Desde aquí podemos contemplar las sofisticadas cascadas del Río Cifuentes antes de desembocar en el Río Tajo.

Ya de noche, nos retiramos al Hostal donde distribuimos la ropa mojada por los radiadores del Hostal.

Y sin más preámbulos, a enchufarme el respirador y a descansar que la etapa ha sido dura y la de mañana se supone que no tendrá nada que envidiarla.

Buenas noches y hasta mañana.

Trillo-Mandayona

Parcial: 40,0 km; Totales: 192,8 km; Restan: 195,8 km

 

El páramo alcarreño

 

Otra noche de buen dormir en este coqueto Hostal de Eusebio. A las 07:30 horas ya estamos dispuestos -totalmente recuperados- en busca de un bar donde poder desayunar. Pasado el puente a la derecha encontramos uno que acaban de abrir donde nos sirven un mediocre desayuno. A las ocho nos hallamos pasando junto a las cascadas, encaminados en dirección a Cifuentes. Siguiendo la tónica de días pasados, hace fresco y llueve. Por eso decidimos seguir la carretera obviando, esta vez y sin que sirva de precedente, las flechas amarillas. En lo posible, vamos huyendo del barro. Además a esta hora no hay casi tráfico y se camina bien por el arcén acompañados de la agradable visión del Río Cifuentes, su ribera y fértil vega. En poco más de una hora nos plantamos en Gárgoles de Abajo (5,5 km) que queda a mano derecha sobre la ladera de un cerro. Aquí hacemos una parada junto a la “Fuente de los nueve caños” que se encuentra a la izquierda bajando unas escaleras.

Vamos rodeando el cerro y el pueblo hasta alcanzar la carretera N-204 que seguimos. A 2,3 km dejamos Gárgoles de Arriba a unos 400 metros a nuestra izquierda. 1 km más adelante pasamos por una piscifactoría abandonada y 2 km más allá dejamos a nuestra derecha un complejo residencial. Ya podemos ver al frente el Castillo de Cifuentes. A 700 metros de la urbanización, dejamos la carretera nacional tomando el acceso al pueblo. Unos metros después pasamos ante la Ermita de Nª Sra. de la Soledad y poco después nos hallamos entre El Balsón y los Manantiales que dan vida al Río Cifuentes. A nuestra espalda se alza el castillo encaramado en un cerro con mucha vegetación.

Como el apetito va llamando a la puerta -llevamos 12 km recorridos y son las 10:15 horas- nos dirigimos al centro en busca de un bar donde almorzar. En la Plaza Mayor rodeada de las típicas casas alcarreñas con soportales, encontramos el Bar Jesús. Está concurrido de parroquianos que se afanan en consumir sus desayunos. El camarero, a pesar de que nos está viendo, no nos hace ni puñetero caso, parece como si no le diera mucho gusto vernos. A buen entendedor pocas palabras bastan, cargamos nuestro “equipaje” y a buscar otro sitio donde seamos mejor recibidos. En primer lugar Pepe hace acopio de medicinas en la Farmacia. La boticaria nos recomienda un mesón en la zona de tascas.

Parece que el mesón acaban de abrirlo. Estamos solos pero el propietario nos atiende enseguida. Cerca de una estufa cuyo calorcillo agradecemos, vamos damos cuenta con tranquilidad de unos soberbios bocadillos hechos con pan recién horneado.

Una vez cargados de calorías, nos disponemos a hacer una rápida visita al pueblo. Sigue lloviznando. Hay que ponerse el chubasquero. Nos desplazamos hasta la Iglesia del Salvador situada en una plazoleta por encima de la Plaza Mayor. En la fachada lateral derecha, se abre la Puerta de Santiago de estilo románico, muy deteriorada por cierto. Frente a la portada principal de la iglesia se alza un viejo caserón remodelado como restaurante de lujo. Es la noble “Casa de los Gallos”, haciendo gala de su blasón en un lugar predominante de la fachada. Un poco más abajo se alza el Convento de Santo Domingo y su iglesia. El tiempo no está para muchas mas visitas. Así que toca continuar la etapa que todavía quedan muchos kilómetros por cubrir.

Buscamos el cementerio, desde donde sale el Camino a Moranchel. Frente al cementerio están dando los últimos toques a una rotonda. Por la tapia del cementerio parte la carreterilla por la que tenemos que marchar.

A unos 1700 metros llegamos a la altura de una nave. Aquí el camino se bifurca. Hay que tomar el ramal de la izquierda que va pegado a la nave donde vemos pintada una flecha amarilla. No se prodigan mucho que digamos, por eso, cuando advertimos una, nuestro interior se inunda de alegría. 4 km después estamos accediendo al pueblo de Moranchel asentado alrededor de una colina en cuya cima la acción del viento ha moldeado las rocas convirtiéndolas en unas curiosas figuras.

En la Plaza junto a la Iglesia nos paramos a descansar. De momento ha dejado de llover. Frente a nosotros, observamos la fachada de una casa que nos sorprende. Está pintada tal como si fuera una casa y la verdad es que da el pego. Está totalmente ornamentada con dibujos que semejan una fachada real, puerta con gatera incluida, una ventana donde aparece una niña con tirachinas y otra un niño se asoma haciendo pompas de jabón, maceta, enredadera, poyete, botijo, farol y todo lujo de detalles. Y el nombre de la calle: “Buscarruido” Sobre la pared se puede leer la siguiente leyenda:

“Quiero desde aquí agradecer a todos los que de alguna forma me han ayudado a llevar a cabo este trampantojo que comencé el 4 de mayo de 2006 y terminé el 11 de septiembre de 2006. Asun Vicente Ríos”.

Perfecto e ingenioso trabajo. Vaya desde aquí mi felicitación para Asun.

De Moranchel accedemos de nuevo a la carretera. A unos 500 metros del pueblo, una flecha nos dirige a una pista que sale a la derecha, es el llamado “Camino del Monte”. Ya va siendo hora de pisar tierra. Llevábamos muchos kilómetros de asfalto. Como me va ocurriendo en anteriores etapas, comienza a molestarme el hombro izquierdo. Lo más probable es que sea debido al peso de la mochila. No hay más remedio que soportarlo con resignación.

Poco a poco nos vamos aproximando a la ribera del Río Tajuña. Tengo que parar a solventar urgencias menores. Pepe se adelanta. Reanudo la marcha contemplando el río y la frondosa ribera que lo flanquea. Entre el verdor y los trinos de los pájaros voy caminando a gusto. De pronto, observo a unos metros a mi izquierda un puentecillo de madera y por pura casualidad una flecha amarilla pintada en el lateral de la pasarela. Menos mal que, aunque algo distante, todavía puedo ver a Pepe y le grito para que vuelva. Iba tan ensimismado por la pista que no se apercibió de la flecha. Es éste un punto conflictivo donde es fácil perder el Camino. Está a unos 1500 metros del desvío. Comentamos la conveniencia de señalizar mejor este punto para evitar despistes como el de Pepe. Menos mal que el amigo “Santi” se nos presentó de nuevo para echarnos un cable.

Una vez salvado el Río Tajuña, nos adentramos en una chopera. En este tramo no existe una senda bien definida. Gracias a las flechas amarillas pintadas en los troncos, vamos siguiendo el Camino que discurre paralelo al río. Unas veces te sales fuera de la arboleda y otras vuelves a entrar hasta que llegamos a una casita rural con placas solares (1100 metros). De momento nos desconcierta no ver flechas amarillas, parece como si se las hubiera tragado la tierra. Probamos por una sendita que bordea un sembrado de cereal a la izquierda pero retrocedemos al no encontrar ninguna marca. Descendemos hasta la parte delantera de la casita y vemos un camino de rodadas por el que se accede a ella. No tenemos otra opción que seguirlo. Efectivamente, al poco rato comenzamos de nuevo a ver flechas amarillas, justo cuando el camino de rodadas se transforma en pista. Poco a poco nos vamos separando del cauce del Río Tajuña que continua aguas arriba en busca del Embalse de la Tajera.

A 1300 metros de la casita rural, la pista forma una curva a la izquierda. Una flecha pintada en su sito nos desvía a la derecha por un camino que se interna por un encinar. La encina es el árbol predominante en La Alcarria. Incluso en los sembrados de cereal se ven ejemplares aislados que semejan seres pensativos en medio de la inmensa soledad que les rodea. A pesar de que deben molestar para las faenas agrícolas, no hay agricultor que ose talarlas. Parecen como si fueran un talismán para obtener buenas cosechas.

Por este nuevo camino, marchamos entre sembrados y carrascas aproximándonos a la carretera que aparece a 1200 metros del desvío después de un descenso pedregoso.

De nuevo a soportar la dureza del asfalto que después de los kilómetros se hace notar. 2500 metros más adelante llegamos a Las Inviernas, un pueblo asentado en una ladera. Accedemos al pueblo por una cuesta. Pepe se entretiene haciendo fotos a la Iglesia. Yo sigo adelante en busca de algún bar donde descansar un rato y comer algo. Encuentro uno abierto y entro sin más. De momento me descargo la mochila y el respirador. Llevo el hombro izquierdo hecho polvo. Pepe no aparece, ¡qué raro! Salgo a buscarle. No lo veo. ¿Será posible que se haya extraviado? Efectivamente, había seguido adelante sin percatarse del bar.

Son casi las cuatro de la tarde. A esta hora era más que probable que no pudiésemos comer. Además las propietarias del bar residen en Madrid y se encuentran con los preparativos para regresar a su hogar. Hoy es el Día de la Comunidad madrileña y han aprovechado para “estirar” al máximo el ya largo “puente”. No obstante, nos sirven unos cafés con leche y unas “magdalenas”, obsequio de la casa. Por lo menos metemos calorías en el cuerpo. Permanecemos en el bar una media hora charlando con la familia. Nos indican el mejor camino para continuar hacia Mirabueno sin pisar casi asfalto.

Siguiendo sus instrucciones, tomamos la calle principal del pueblo, que tira hacia arriba, en busca de la salida. La pista que encontramos está bastante decente. A pesar de los kilómetros recorridos -casi 26- vamos muy bien de pies y piernas. De momento tenemos que afrontar la Cuesta de la Tinaja. Después de tantos kilómetros esto no nos supone mucho esfuerzo. Al superarla, nos encontramos con una gran planicie sembrada de cereal, son Los Llanos de las Navas, un páramo inacabable. La “longaniza” que tenemos ante nosotros parece no tener fin. Es cuestión de mentalizarse de que en algún momento acabará. Marchamos a ritmo. El hombro ya ni lo siento, debe haberse auto-anestesiado. Ya podemos distinguir la catenaria de la vía del AVE que poco a poco va aproximándose. Cuando llevamos casi una hora desde Las Inviernas nos “topamos” con las vías. Es buen momento para llamar a la familia por el móvil que acaba de recuperar la cobertura. La pista quiebra en ángulo recto en busca del puente para cruzar las vías. Mientras estoy en plena conversación, siento que algo se aproxima como una exhalación, pasando sin apenas haber tenido tiempo de poder verlo. Se trata del AVE que se dirige a Zaragoza. ¡Menuda velocidad! Ha sido visto y no visto. Desde La Inviernas a lo alto del puente han sido 4500 metros. Como curiosidad, decir que el trazado de la línea férrea por el lugar, coincide con la Cañada Real Soriana Oriental.

Mandayona-Sigüenza

Parcial: 20,7 km; Totales: 213,5 km; Restan: 175,1 km

 

Las Hoces del Río Dulce

 

Son las 07:00 horas y después de una noche apacible ya estamos dispuestos a emprender la etapa. Me encuentro totalmente recuperado de la larga jornada de ayer. Anoche quedamos con el “patriarca” de la casa que nos serviría el desayuno y nos trasladaría a Mandayona en su taxi, pero parece ser que se le han pegado las sábanas y todavía tenemos que esperar un rato a que haga acto de presencia. De momento el día amanece nublado y lloviznando.

Hoy hemos decidido seguir una alternativa a la Ruta de la Lana que nos seduce más. En lugar de ir a Atienza directamente, iremos a Sigüenza por el Barranco del Río Dulce, tal como nos explicó Pedro Antonio y él mismo hizo. De paso, nos tomaremos un día de descanso que aprovecharemos para visitar Sigüenza con detalle.

Una vez desayunados, el “patriarca” nos traslada hasta el Puente Nuevo, donde arranca el sendero del Río Dulce. Hemos obviado el tramo entre Mandayona y el puente por no merecer mayor interés y además ayer lo hicimos de propina.

Desde el desvío a Aragosa, tomamos un camino a la derecha en dirección al río. De momento ha dejado de lloviznar pero no por ello el tiempo deja de parecer inestable. Por la margen derecha, vamos remontando el curso del río. Enseguida nos damos cuenta que el paisaje que tendremos por delante será algo digno de contemplar. 800 metros más allá salimos a la carretera. Ya comienzan a verse los sorprendentes farallones calizos que prácticamente envuelven a la pequeña localidad de Aragosa por la que entramos tras recorrer por carretera otros 800 metros.

El asfalto termina a la salida de Aragosa donde comienza el verdadero sendero que se interna en el Parque Natural propiamente dicho. Un panel informa de sus peculiaridades y normas de comportamiento.

Enseguida el río queda encajonado por unos altos cortados rocosos donde los buitres han encontrado un sitio idóneo para anidar. Comienza a llover, era de esperar. Toca enfundarse los chubasqueros. A pesar de la lluvia no perdemos detalle y paso a paso vamos abriendo camino, disfrutando de los maravillosos caprichos que, en algún momento de nuestra vida, la Madre Naturaleza tiene a bien brindarnos. Un regalo digno de agradecer.

De repente el valle se abre dando lugar a una extensa y fértil huerta. Solo se oye el sonido constante de la lluvia al rebotar en las hojas de los chopos, sauces, alisos y fresnos que pueblan las húmedas tierras de las riberas del río y dan unos matices sorprendentes al entorno. Advertimos numerosas encinas, enebros y quejigos que alternan las laderas solaneras, mientras que en las umbrías observamos que predominan los quejigos. Un ecosistema maravilloso que transmite paz y tranquilidad.

La huerta da paso a la zona conocida como “El Portecho”, un cañón formado por curiosos farallones de caliza de varias tonalidades entre cuyas paredes, serpenteando, se abre paso el río. ¡Espectacular!

Sigüenza-Atienza

Parcial: 0,0 km; Totales: 213,5 km; Restan: 175,1 km

 

Jornada de “descanso”

 

Hoy no hay prisa en levantarse. La jornada la vamos a emplear en hacer turismo. Pienso, que en nuestro peregrinar hacia Santiago, la mayoría de las veces pasamos de largo por las ciudades sin apenas haberlas visitado como se merecen. Hay ciudades monumentales por sí solas que no se deberían pasar de largo, una de ellas es Sigüenza, una ciudad medieval con un valioso patrimonio artístico digno de ser visto. No queremos perder esta ocasión que nos brinda nuestro peregrinaje por la Ruta de la Lana, cualquiera sabe cuando volveremos… si volvemos algún día.

Desayunamos en el mismo hotel con tostadas y aceite, más o menos como casi todos los días hago en casa. Como hay tiempo hasta el comienzo de las visitas a la catedral, nos acercamos a la parada de taxis para apalabrar el traslado a Atienza. Son 28 euros  y la salida a las cuatro de la tarde. Callejeamos por la villa observando las diferentes construcciones que mantienen su aspecto original con muchos blasones luciendo en las fachadas. Cuando llega la hora, nos dirigimos a la Catedral de Santa María, una robusta construcción que, impulsada por el obispo Bernardo de Agén -aunque fue su sobrino el que dio comienzo definitivamente a las obras- comenzó a levantarse en el siglo XII. Si bien, su base constructiva fue en estilo románico, la arquitectura en su conjunto es de estilo cisterciense (transición del gótico).

Situados en el amplio atrio, podemos contemplar la fachada oeste y portada principal. Destaca en el cuerpo central el medallón en bajorrelieve y el rosetón románico. A ambos lados de la fachada, se alzan las dos torres almenadas de base cuadrada construidas con piedra arenisca; la de las Campanas a la derecha en cuyo interior están dispuestas, en la tronera de su cuarto del último cuerpo, quince campanas en dos niveles, cada una con su propio nombre, que se encargan, por sí solas o combinadas, de dar automáticamente hasta doce toques diferentes; y la de Don Fadrique a la izquierda. Inicialmente se utilizaron a efectos defensivos y estuvieron adosadas a las murallas. Las dos torres se comunican por una balaustrada de piedra.

Una vez recreada la vista, nos aproximamos hacia la puerta central, llamada del Perdón, de estilo románico como las laterales y penetramos en el templo. Menos mal que vamos abrigados porque en el interior el ambiente es bastante frío y húmedo. En la Parroquia de San Pedro, situada en la primera capilla de la izquierda, convenientemente habilitada con calefacción, va a oficiarse la Santa Misa. Vamos directamente hacia el lado derecho de la Capilla Mayor, donde se encuentra la famosa Capilla de San Juan y Santa Catalina, más conocida como la Capilla del Doncel que sirve como punto de encuentro para las visitas guiadas. De momento estamos solos y tenemos que esperar un rato a que aparezca el sacristán que se encarga de enseñar la Catedral. Merece la pena la espera, porque al percatarse de que somos peregrinos, se desvive desde el primer momento en atendernos como si nos conociéramos de toda la vida. Se llama Oscar, procede de la Argentina húmeda, y lleva varios años desempeñando las funciones de sacristán y guía de la Catedral.

En primer lugar nos lleva a visitar el Retablo de Santa Librada cuyo altar preside la Santa, que junto a las estatuas de sus ocho hermanas -todas ellas Vírgenes- y pinturas que representan escenas de su vida, se alza al fondo de la nave transversal izquierda. Está labrado en piedra caliza y es una de las más estimadas obras del plateresco. En el centro del segundo cuerpo, se emplaza una hornacina con una arqueta repujada en plata que contiene sus reliquias. Pepe se muestra interesado por conocer detalles de la vida de Santa Librada (tiene una tía que se llama así) y una de sus hermanas, Santa Quiteria que es la patrona de Almassora (un municipio limítrofe al de Castellón de la Plana). Oscar se presta amablemente a satisfacer su curiosidad.

Según la leyenda, Santa Librada y sus ocho hermanas fueron consecuencia de un parto múltiple de Celsia, mujer del gobernador romano de la Lusitania Lucio Catelio allá por el año 119. Para evitar que su marido se enterara -los partos múltiples estaban mal vistos ante la creencia de que eran consecuencia de haber mantenido relaciones sexuales con varios hombres- se las entregó a la comadrona para que las ahogase. La comadrona era cristiana y no podía hacer tal cosa por lo que decidió criarlas. En una de las persecuciones de cristianos, todas las hermanas fueron apresadas y llevadas ante Catelio. Celsia las reconoció al instante confesando la verdad. Catelio les ofreció riquezas y honores si abandonaban la fé de Cristo pero ellas se resistieron, por lo que el gobernador no tuvo más remedio que condenarlas a muerte de acuerdo con la ley. En base a esta leyenda, Santa Librada es invocada por los devotos en casos de esterilidad.

Enternecedora historia la de Santa Librada y sus hermanas.

Añade que la mayor parte de los turistas lo único que les lleva a visitar la Catedral es conocer la Capilla del Doncel, haciendo poco caso a otras obras de tanto valor artístico como aquella.

Formando ángulo recto con al Retablo de Santa Librada, se sitúa el Mausoleo del Don Fadrique de Portugal, obispo que tuvo un papel importante en la construcción de la Catedral. Mandó elevar la torre izquierda, construir el retablo de Santa Librada y el de la Virgen de la Leche e incluso su propio mausoleo. Dividido en dos cuerpos: el inferior con el escudo del obispo y esculturas de San Francisco y San Andrés y en el segundo, aparece la estatua orante del obispo con distintas esculturas entre las que destacan San Pedro y San Pablo. Sobre los dos cuerpos, unos relieves de la Piedad y el Calvario rematan la valiosa obra decorada con el más depurado estilo plateresco.

Continuamos la visita. Cada una de las capillas y retablos que circundan la catedral tienen algo especial que ver y alguna historia que Oscar nos va transmitiendo con sumo detalle. Como curiosidad, nos señala la capilla perteneciente a la familia Vázquez Figueroa, parientes del cantante Rafael. Parece estar interesado en que nos llevemos una buena impresión de la Catedral y, por supuesto, de él mismo.

Entramos en la Capilla Mayor separada por una reja plateresca de hierro forjado. Al fondo del presbiterio se encuentra el Altar Mayor con un retablo renacentista de madera policromada de diferentes estilos. A lo largo del muro del presbiterio se encuentran enterramientos de personajes ilustres. A ambos lados, destacan sobremanera los púlpitos construidos íntegramente en alabastro, el de la derecha o de la Epístola de estilo gótico flamígero con escenas que representan a la Virgen sobre una nave de San Jorge y Santa Elena, y el de la izquierda o del Evangelio de estilo plateresco con escenas de la Pasión de Cristo.

El Coro se encuentra en el centro de la nave principal. La sillería es de madera de nogal tallada en estilo gótico con celosías que no se repiten. Sobre los asientos hay un dosel corrido, en gótico flamígero, con escudos del Cardenal Mendoza, por cuya iniciativa y a sus expensas fue construido este soberbio coro. En la parte superior del dosel se extienden dos tribunas con balaustrada plateresca donde se instala el órgano churrigueresco de 2100 tubos. Parte del coro fue destruido por las bombas caídas sobre la catedral durante la Guerra Civil española y reconstruido, al igual que la Linterna, después de la misma.

Pasamos seguidamente a la Capilla del Doncel situada al lado derecho de la nave transversal. Con portada plateresca y separada por una reja, fue en un principio dedicada a Santo Tomás de Cantérbuy (el obispo Tomás Becket) que como casi todos sabemos por la magnífica película “Becket o el honor de Dios” protagonizada por Richard Burton en el papel de Becket y Peter O’Toole en el de Enrique II, fue asesinado -por el solo hecho de desafiar la autoridad real sobre la Iglesia- en los peldaños del altar de la catedral de Cantérbury por cuatro caballeros secuaces del Rey Enrique II de Inglaterra.

En el interior de la capilla -mas bien un panteón familiar- destaca en el centro, el mausoleo de los padres del Doncel, Don Fernando de Arce y Doña Catalina de Sosa, sostenido por leones, y sus efigies yacentes. La cabeza de ella sobre un dosel y la de él sobre laureles, indicando que murió guerreando. En el muro, destaca también el sepulcro plateresco de D. Fernando de Arce, obispo de Canarias y hermano del Doncel. Pero la obra maestra de la Capilla es el enterramiento de D. Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, que tantos visitantes atrae a la ciudad. Muerto, según la leyenda, en brazos de su padre en el campo de batalla durante una incursión en la Vega de Granada, su hermano Fernando se encargó de levantar el mausoleo. Bajo una hornacina se haya el sepulcro con la estatua semiyacente del Doncel recostado leyendo un libro, luciendo la Cruz de la Orden de Santiago en la parte delantera de su esclavina. Un paje llora desconsolado a sus pies. Para Ortega y Gasset “la estatua más bella del mundo”. A ambos lados de la hornacina unos relieves del Apóstol Santiago a la izquierda y San Andrés a la derecha, contemplan el indefinido semblante del Doncel que sorprende ante la naturalidad de la postura. Parece como si el artista hubiese querido dejar a la imaginación del observador la interpretación sentimental que refleja el rostro del Doncel. Verdaderamente es una escultura excepcional. De nuevo Pepe se queda con las ganas de sacar unas fotos, el Apóstol Santiago hubiera sido una buena excusa, pero sigue sin atreverse a pedírselo a Oscar.

La parte inferior de la hornacina contiene la siguiente inscripción:

Aquí yaze Martín Vasques de Arze
cauallero de la Orden de Sanctiago
que mataron los moros socorriendo
el muy ilustre señor duque del Infantadgo su señor
a cierta gente de Jahén a la Acequia
Gorda en la vega de Granada
cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce su padre
y sepultólo en esta su capilla
ano MCCCCLXXXVI. Este ano se tomaron la ciudad de Lora,
las villas de Illora, Moclín y Monte frío
por cercos en que padre y hijo se hallaron.

Junto a la Capilla del Doncel, se ha instalado parte del antiguo retablo que se hallaba en la Sacristía de la Capilla que da gran colorido y belleza a esta parte de la nave transversal derecha.

Vamos dando la vuelta a la girola contemplando las distintas capillas de las que nuestro cicerone nos va dando todo lujo de detalles, hasta que llegamos a la puerta de la Sacristía Mayor o “de las Cabezas”, una de las obras artísticas más representativas de la catedral.

La puerta de madera, de gran valor artístico, está decorada con las tallas de catorce santas mártires. Oscar nos hace llamar la atención de un lienzo sobre la puerta, en el que se funden en un mismo cuadro el Pentecostés y la Ascensión del Señor.

-Fijaros -nos explica Oscar- como ante la mirada atónita de sus discípulos -que aparecen con las lenguas de fuego posadas sobre sus cabezas- da la impresión que el Señor se sale de la parte alta del cuadro empujado por los ángeles.

¡Verdaderamente sorprendente!

La originalidad de esta Sacristía, reside en las 340 cabezas de personajes de la época, esculpidas en roca, que cubren la totalidad de la bóveda de medio cañón. Estas se alternan con relieves más pequeños que representan florones y querubines. Una maravilla. Oscar nos señala un busto del Apóstol Santiago. Pepe no tiene que pedir permiso para tomar una foto, el mismo Oscar le autoriza a hacerlo. De todas formas nos entregará al final unas postales de lo más representativo de la catedral. Aprovechamos la circunstancia de tener ante nosotros al Apóstol Santiago para preguntarle si nos puede estampar el cuño de la catedral en nuestra credencial de peregrino.

-Cuando termine la misa que se está celebrando en la Parroquia de San Pedro, se lo pedís al cura, no os pondrá ningún reparo.

Al salir de la Sacristía vemos al cura dirigirse a la puerta de salida con intención de marcharse. Nos falta tiempo para salir tras él que al escuchar nuestra pretensión, no tiene inconveniente en volver a la sacristía de la Parroquia en busca del sello.

-Estoy supliendo al párroco y lo primero que hay que hacer es encontrar el cuño.

Pero el cuño no aparece por ningún lado a pesar que Oscar entra a formar parte de la búsqueda. Al final nos conformamos con una nota manuscrita en la credencial refrendada con su firma, es más que suficiente.

En estos momentos aparece un tropel de chiquillos que acuden con su maestro a visitar la catedral que inmediatamente se sientan ante el Altar Mayor. Oscar no tiene más remedio que llamar la atención al maestro al ver que algunos mozalbetes están haciendo uso indebido de las cámaras de fotos.

-Ahora voy a enseñaros el Claustro, merece la pena, aunque está cerrado al público por encontrarse en obras, lo hago por vosotros, porque sois peregrinos.

Una vez en el Claustro, nos explica nuestro guía:

-Mirad los huecos que hay en el muro, probablemente son las huellas de donde iban empotradas las vigas de la techumbre de madera que cerraba el primitivo claustro. El viejo, fue reedificado en el año 1505 por iniciativa del obispo López de Carvajal, con ayuda del Cardenal Cisneros que fue Capellán Mayor de la Catedral en tiempos del Cardenal Mendoza. De estilo gótico tardío, cada una de las cuatro galerías de unos 40 metros de longitud, disponen de siete ventanales ojivales por lado, calados con celosías góticas protegidas por verjas. Observarlos bien, ¿no os parece que muestran cierta similitud con los del claustro de la Iglesia de Santa María de Nájera?

Dos puertas de arcos de medio punto dan paso al jardín, plantado por zonas con hierbas aromáticas y árboles frutales. En el centro se abre un aljibe de piedra de sillería con escalinata y brocal renacentista.

-Es curioso que a diferencia de los claustros de otras catedrales y conventos, éste se encuentre situado al norte -puntualiza nuestro guía.

En los muros de las galerías o pandas, cada una con su nombre propio, se abren varias capillas, en las que destacan sus portadas, y enterramientos. Entre ellas es digna de mención la Capilla de la Concepción situada en la “Panda de la bodega” dedicada a los enterramientos de los familiares de los canónigos. Oscar se encarga de darnos detalles minuciosos de todo lo que aparece a nuestro paso.

Salimos del claustro por la Puerta del Jaspe que da acceso a la catedral.

A pesar de que ya han transcurrido casi dos horas desde que iniciamos la visita, el tiempo se nos ha pasado volando. Oscar no puede dejar de enseñarnos el altar de la Virgen de la Mayor, patrona de Sigüenza, que preside el altar barroco del trascoro. De origen románico fue traída a Sigüenza por el Obispo Bernardo de Agén en el año 1143. Está fabricada con madera de ciprés y se libró varias veces de ser destruida o quemada. Todavía se nota en su mejilla derecha la huella del sablazo que le asestó un soldado francés durante la guerra de la Independencia. Desde el año 1928 preside la procesión del “Rosario de los faroles”, interrumpido durante la guerra civil española y reanudada a partir del año 1943. Asimismo nos pide que alcemos la mirada hacia lo alto del trascoro. Sobre una de las columnas salomónicas -la izquierda- descansa la estatua del Apóstol Santiago al que le falta un brazo. Es el tercer Santiago que existe en la catedral.

Fue una de las zonas más castigadas por las bombas durante la Guerra Civil española.

La hora de las visitas ha rebasado con creces. En el atrio de la Catedral nos despedimos de Oscar al que agradecemos su deferencia, ha sido un cicerone de lujo.

-Todavía tenéis tiempo de visitar la “Casa del Doncel” – concluye alejándose.

Por la Plaza Mayor embocamos la calle homónima. Echando una mirada hacia atrás, podemos contemplar la fachada sur donde se abre la Puerta del Mercado, de estilo románico, que da directamente a la plaza. Esta puerta está cubierta por un pórtico. Sobre la portada una gran rosetón muy original. A la derecha se alza la Torre del Santísimo, también llamada del Gallo que en sus tiempos sirvió de atalaya.

Nos encaminamos sin más por la cuesta de la Calle Mayor. A media calle a la izquierda se encuentra la Iglesia de Santiago, actualmente en restauración, que formaba parte del antiguo Convento de las Clarisas, hoy en día convertido en residencia privada. Un poco más arriba, doblamos a la derecha por la Traveseña Alta hasta acceder a una plazuela donde a la izquierda se sitúa la Iglesia Parroquial de San Vicente con portada románica y frente a ella un bello edificio. Se trata de la casa de las familias de los Vázquez Arce y Sosa, la conocida como Casa del Doncel, símbolo de la ciudad. Su construcción data del siglo XIII. Su aspecto exterior asemeja una casa-torre. Su interior recientemente rehabilitado, contiene un Museo que se presta a visitarlo. Sus amplios salones están decorados con cenefas mudéjares y separados por arcos del mismo estilo. En el segundo piso se guarda el Archivo Histórico Municipal.

Se va aproximando la hora de la comida, y debemos concluir nuestra visita a la ciudad. Seguimos nuestros pasos por la Traveseña Alta hasta dar con la Plaza de la Cárcel que en su día fue la Plaza Mayor, centro neurálgico de la ciudad medieval.

El espíritu ya lo tenemos más que colmado, ahora toca dar satisfacción al cuerpo que nos está suplicando su ración de alimento.

Así que directamente nos dirigimos al Restaurante “El Mesón” del que tenemos buenas referencias. Hoy nos desquitamos del día de ayer con un sabroso “cabrito asado” de esos que saben tan bien preparar en la zona. Un sobresaliente para el restaurante y cocinero.

Llega la hora de despedirnos de esta encantadora ciudad. Recogidas las mochilas nos dirigimos a la parada de taxis donde pronto aparece el taxista que nos tiene que llevar a Atienza.

Durante el recorrido, el taxista nos va explicando los lugares más significativos. Uno de ellos, las antiguas Salinas de Imón de las que se tiene referencia que fueron construidas en el siglo X y han estado en plena producción hasta el año 2002. Fue uno de los complejos salineros continentales más importantes de la península. Sus albercas e instalaciones están condenadas a la ruina.

Poco más adelante, ya en el valle, podemos divisar a lo lejos la localidad de Atienza asentada alrededor de un cerro en cuya cima destaca el castillo, “la peña muy fuert” mencionada en el Cantar del Mío Cid.

El taxista nos deja justo al lado del Hostal “El Mirador” donde tenemos reservada habitación. Cuando descendemos del taxi, el viento frío nos espabila del sopor que nos está produciendo la digestión del asado.

Una vez tomamos posesión de la habitación nos disponemos a visitar el pueblo. El frío obliga a ir bien arropados. Además los nubarrones que van apareciendo por el cielo son de los que llevan agua.

Entramos en el recinto amurallado por la Puerta de la Virgen. Enseguida encontramos la Plaza del Trigo o del Mercado en uno de sus costados se alza la Iglesia de San Juan. La plaza, donde antiguamente se celebraba el mercado de la Villa, está rodeada por tradicionales casas apoyadas sobre soportales que alternan la madera y la piedra en su construcción. En primer lugar entramos en la Iglesia de San Juan por una portada de líneas clásicas. El interior es grandioso de tres naves separadas por gruesas columnas cilíndricas.

De nuevo en la Plaza, seguimos nuestro recorrido a través de la llamada Puerta de Arrebatacapas. Mucho viento debe soplar en los crudos días de invierno a través de ella para llamarse así. La Puerta comunica con la Plaza de España donde se sitúa el Ayuntamiento. Esta Plaza es de forma triangular y al igual que la Plaza del Trigo, está rodeada de soportales y construcciones de diversas épocas entre las que destaca un palacio del siglo XVI con gran arco adovelado y bello escudo heráldico de la familia “de los Bravo”. Es ahí donde nació Juan Bravo, uno de los Comuneros de Castilla, según confirma una placa adosada a la fachada.

Volviendo sobre nuestros pasos, hacemos un inciso en un bar donde calentamos nuestros cuerpos con unos cafés. Subiendo la cuesta en dirección al Castillo, pasamos junto a la Iglesia de la Trinidad que encontramos cerrada. Pepe continúa hacia el castillo y poco después sigo sus pasos. La cuesta es de aúpa pero hoy estamos frescos y nos lo podemos permitir. Junto a las murallas, a la altura de la Iglesia de San Salvador, observamos la grandiosidad de la Torre del Homenaje del castillo que sobresale majestuosa de un enorme promontorio rocoso, destacando sobre un profundo cielo azul salpicado con nubes de tormenta. A través de una abertura en la muralla, tenemos una bella panorámica del amplio valle, cubierto con un manto de verde cereal, cuyas hojas crecen vigorosas por el agua caída con generosidad durante casi toda la primavera. Al final de las murallas se encuentra el cementerio, junto al cual se ubica la Iglesia de Santa María que está cerrada.

Emprendemos la bajada dejando a nuestra izquierda una improvisada Plaza de Toros sin ningún interés artístico. Las campanas de la Iglesia de la Trinidad comienzan a repicar. A ver si tenemos suerte y podemos visitarla y de paso estampar el cuño en la credencial.

Encontramos cierto revuelo a la entrada de la Iglesia. Debe celebrarse algo importante. Unos zagales en bicicleta se aproximan a nosotros. Preguntamos por el cura.

Yo sé donde vive -nos dice el más predispuesto de ellos- seguidme, os llevo a su casa.

Detrás de él descendemos nuevamente hacia la Plaza del Trigo. Nos introduce en una casa donde nos sale al paso una mujer.

-Son peregrinos que vienen a ver al cura -le dice el avispado chaval.

Subiendo las escaleras y sin pensárselo dos veces, nos conduce directamente hasta los aposentos del cura párroco y nos presenta a D. Agustín, una persona entrada en años.

-¡Qué buen lazarillo eres Pedrito! -le dice el cura revolviéndole cariñosamente el cabello.

Ante tan buena recomendación, D. Agustín nos sella inmediatamente las credenciales.

Si queréis, podéis venir conmigo a la Iglesia de la Trinidad. Dentro de diez minutos dará comienzo el Santo Rosario. Además, hay cosas bonitas que ver en la Iglesia, es todo un museo. Os aconsejo que no os vayáis sin verlo.

Acompañados del cura y de Pedrito nos dirigimos a la Iglesia que está repleta de fieles y entre ellos los cofrades de la Santa Espina con sus atuendos para la ocasión -tienen en la iglesia su propia capilla- alargando el brazo con el cepillo postulando una ayuda a todo el que pasa.

El Retablo Mayor de estilo barroco, ocupa todo el muro circular del presbiterio, y está presidido por un grupo escultórico de la Santísima Trinidad. Se hace preciso destacar la Pila Bautismal de estilo románico, el Cristo de los Cuatro Clavos, escultura del siglo XIV y especialmente, el Cristo del Perdón al que se le puede contemplar casi rozándole y provoca al mirarlo una sensación de estupor y mutismo. Desde luego es una maravilla.

Como no queremos entretener los Oficios, no es la ocasión más adecuada para visitas, dejamos la iglesia y nos dirigimos, atravesando el pueblo, a la Ermita de San Bartolomé de estilo románico. Es una pena que esté cerrada, ya que su en su interior hay un valioso museo, aunque eso sí, podemos admirar la extraordinaria galería porticada de entrada con siete arcos de medio punto.

La tarde comienza a languidecer, el tiempo se está volviendo desapacible y no tardará en llover por lo que decidimos regresar al calorcillo del Hostal. Junto a la Ermita advertimos unas flechas amarillas de salida del pueblo, lo cual nos extraña pues en la guía la salida se hace por la carretera de Cañamares, al otro extremo. Habrá que preguntar.

Ya hay gente en el comedor cuando llegamos al Hostal. Con una cena ligera será suficiente pues hoy la comida ha sido copiosa. Preguntamos a la dueña por la salida hacia Miedes de Atienza y no lo duda, por la carretera que nos indica a través de una ventana, en la parte baja del pueblo en dirección a Tordelloso.

-No hay otra -nos asegura la buena señora-.

Así que habrá de olvidarse de las flechas que hemos visto y hacerle caso, hay que evitar las aventuras en una etapa que no sabemos como se presentará y donde encontraremos cobijo, aunque nuestros amigos Luis y Pedro Antonio y la propia guía nos aseguran que en Tarancueña, el cura D. Inocente ofrece con mucho gusto la casa parroquial a los peregrinos. Quedamos con la propietaria que a las siete estaremos listos para desayunar.

En el exterior hace frío y está lloviznando pero la habitación está calentita por la calefacción. Me acuesto pensando en el ajetreado día que hemos llevado. A pesar de haberlo empleado de descanso, menuda paliza de idas y venidas nos hemos dado visitando lugares y monumentos. Pero no me preocupa, ha sido una jornada muy gratificante. El día no se ha perdido, ha merecido la pena vivirlo. Nunca mejor dicho: “El Camino no se anda, se vive”.

Buenas noches y hasta mañana.

Atienza-Caracena

Parcial: 35,0 km; Totales: 248,5 km; Restan: 140,1 km

 

Santiago hospitalero

Esta noche he descansado a gusto. A las 06:15 horas ya estamos levantados, tenemos que aprovechar bien la jornada. Una vez preparados nos dirigimos al comedor del hostal donde tomamos un buen desayuno y a las 07:15 horas nos encontramos bajando una cuesta en busca de la carretera de Tordelloso que discurre entre sembrados de cereal con un verde que se desborda por el valle. Como va siendo habitual, hay que abrigarse bien pues hace frío. Polar, bufanda y guantes. Al llegar a la carretera, echamos una mirada atrás antes de enfilar la carretera. De vez en cuando es aconsejable mirar hacia atrás para comprobar de donde venimos ¡Que imagen más espectacular la Torre del Homenaje del Castillo sobresaliendo de la roca y dominando tanto la zona urbana como los llanos de Atienza! Es de las que nunca se olvidan.

 
Iglesia de Alpedroches

En casi una hora estamos a la altura de la localidad de Tordelloso (4,5 km de Atienza) que dejamos a la izquierda, sin entrar siquiera en el pueblo. En una rotonda del segundo acceso al pueblo, dejamos la carretera que llevamos por una secundaria que sale a la derecha en dirección a Miedes de Atienza.

A 1,4 km del cruce, dejamos a la derecha el Alto de las Peñas que irremisiblemente va siendo “roído” por una cantera de donde se extrae roca para convertirla en áridos para la construcción. El terreno en esta zona es agreste y negruzco. Entre la montaña y el valle vamos acercándonos a la pequeña localidad de Alpedroches a 1,8 km de la cantera.

Saliendo del pueblo en suave descenso nos vamos acercando a los Llanos de Miedes por el que discurre el Arroyo de la Respenda. Ya en los Llanos, observamos unos corrales a nuestra izquierda y una cañada que discurre paralela al arroyo. Al frente se cierra el valle con la Sierra de la Pela que hace de límite natural de las provincias de Guadalajara y Soria y que tendremos que superar nada más pasar Miedes de Atienza.

     
Fuente de Miedes de Atienza   Blasón

A las diez estamos entrando en Miedes de Atienza (5,2 km de Alpedroches), último pueblo de Guadalajara donde coincidimos con el Camino del Cid. Ya llevamos casi 13 km recorridos, el cielo está despejado y sopla una brisilla de aire fresco que se agradece. Es buen momento y buena hora para hacer un receso y tomar algo si encontramos un bar. En principio nos dirigimos a la Plaza Mayor con una hermosa fuente con obelisco central y unos curiosos tubos que salen de dos de los caños para facilitar la recogida de agua. La plaza está rodeada por casonas palaciegas donde destaca la fachada de la Casa Consistorial luciendo un gran blasón. Nos dirigimos al Bar Moreno donde descansamos un rato hablando con el propietario mientras nos tomamos un café con leche y bollos. En Retortillo nos recomienda el Bar de Juani.

Es un personaje un tanto extraño nos explica Moreno pero es un buen cocinero cuando no tiene un vaso de vino de más.

Una vez descansados, nos disponemos a enfrentarnos a la sierra. Un vecino entrado en años que encontramos al paso nos señala el camino que debemos tomar.

-También hay otro camino que se dirige directamente a lo alto de la sierra pero no merece la pena y además estará perdido por las aliagas. Tomad el que pasa por el depósito de agua que os evita las curvas de la carretera y se sube muy bien.

Los 600 metros que hay hasta el depósito de agua el camino es ancho y la pendiente no es muy agresiva. Enseguida advertimos las flechas amarillas. A partir del depósito de agua, el camino se convierte en una trocha que discurre por la ladera pedregosa y baldía en paralelo al arroyo por el que fluye algo de agua. El viento va en aumento. Poco a poco vamos remontando el barranco guiados por la señalización hasta alcanzar la carretera, cruzarla y por un camino mejor “cortar” las últimas curvas y salir de nuevo a la carretera a la altura del puerto. Ni un solo árbol, solo las aliagas resisten la crudeza del entorno. Nos encontramos a 1375 metros de altitud, techo de la Ruta. A nuestra izquierda, un parque eólico. Las aspas de los molinos, giran a gran velocidad impelidas por el fuerte viento que azota estas alturas. Desde Miedes de Atienza hasta el puerto han sido 2400 metros.

Hemos dejado atrás la cuenca del río Tajo y entramos en la del Duero. 900 metros de carretera, cuyo trazado se encuentra en pleno acondicionamiento, y llegamos casi llaneando al límite provincial, estamos en la Provincia de Soria. El paisaje es agreste y duro. Ante tanta aridez, nos imaginamos como serán los inviernos por aquí. Seguimos adelante pero de Retortillo de Soria, nada de nada, se hace de rogar. No lo vemos hasta que lo tenemos encima. Observamos como unos abantos planeando sobrevuelan unos estercoleros.

A 3 km del límite provincial estamos entrando en Retortillo de Soria, en cuya Puerta de acceso -que forma parte de la muralla- unos ancianos toman el sol de mediodía al socaire. Nos vemos obligados a parar a saludarles y de paso satisfacer su curiosidad sobre nuestra procedencia y destino. En principio íbamos a ir al Restaurante La Muralla, del que tenemos buenas referencias, pero se encuentra cerrado por encontrarse los dueños de viaje. Así que no tenemos más remedio que dirigirnos al Bar del Cazador.

Son las 12:30 horas, todavía tenemos tiempo de tomar una cerveza antes de comer. Allí mismo nos desprendemos de las mochilas y conocemos a Juani, el propietario. Con gafas de gruesos cristales, cabello revuelto entre rubio y canoso, barba de varios días, aspecto físico deplorable y otras cosas que prefiero callar, aparenta rebasar los sesenta. En sus muchas idas y venidas del interior de la casa al mostrador, siempre tiene un vaso de vino dispuesto para echarse un trago. Ya veremos lo que nos da de comer. Nos acordamos de la advertencia de Moreno de Miedes. “Es buen cocinero pero cuando está algo bebido se puede esperar de todo”. Que el Apóstol nos ampare. Enseguida nos viene a la cabeza el Vitorino de Hontanas. Sin lugar a dudas hemos encontrado al Vitorino de la Ruta de la Lana.

Después de una larga espera pasamos al comedor que pronto se llena de comensales. Juani atiende, ayudado por una camarera, a la cocina y al comedor. Desde nuestra posición, podemos verle trajinar en la cocina dando con sus manazas unas soberbias “palizas” a los bistés de carne y de vez en cuando, como no, salida al bar a tomarse un “lingotazo” de tintorro. Encuentra tiempo para todo. Intentando no pensar en lo que ven nuestros ojos, vamos apurando sin mucho apetito la comida. Dicen que lo que no mata engorda, así que adelante, que sea lo que Dios quiera.

No hay prisa por marchar, tan solo nos quedan 8 km escasos para concluir la etapa en Tarancueña. Reposamos un poco la comida y a las 15:15 horas nos disponemos a partir. Mientras estamos en el Bar del Cazador, el cielo se ha ido cubriendo de nubes y ya está lloviendo. Así que nos enfundamos el chubasquero y por si acaso los pantalones impermeables. También hace viento y frío por lo que vamos abrigados como si saliéramos a primera hora de la mañana.

Nos liamos un poco para salir del pueblo. Ya en la carretera, divisamos en dirección a Tarancueña un cerro picudo que destaca a lo lejos -el Pico de la Cogullada- que deberemos dejar a la izquierda de la carretera que tras larga longaniza se interna en el monte. Está lloviendo de lo lindo. No obstante Pepe se apercibe de la Ermita de la Virgen del Prado junto al pueblo y retrocede para sacarle unas fotos. Mientras tanto, yo voy haciendo camino en solitario rodeado de campos de cultivo, preferentemente de cereal. A 500 metros del pueblo existe una bifurcación debiendo tomar la carretera de la izquierda, la otra se dirige al Burgo de Osma. Poco después me alcanza Pepe y juntos vamos aproximándonos al cerro que destaca en el valle. La solitaria carretera tira hacia arriba. Observamos como un coche se acerca desde una pista. Cuando está próximo a nosotros, le hacemos el alto, sobretodo para confirmar que vamos bien y de paso intercambiar unas palabras. Se trata de una pareja de “abueletes” que pasan de largo sin hacernos ni caso. No debemos infundirles mucha confianza. El valle poco a poco se va estrechando, la cuesta se empina y sigue lloviendo. El dolor de la espalda me molesta bastante. Marcho apretando los dientes y tratando no pensar en la espalda. Son unos momentos de sufrimiento. Por fin, a unos 4500 metros de Retortillo alcanzamos el cerro y poco después terminan las tierras de cultivo y nos internamos en un bosque de encinas ya en pleno monte. Ya estamos deseando llegar, a ver si tenemos suerte y el cura D. Inocente nos deja alojarnos en la Casa Parroquial.

Ya en bajada y tras unas curvas aparece de repente la localidad de Tarancueña tras 7,7 km desde Retortillo. Son las 17:00 horas cuando entramos en las desérticas calles del pueblo. Mal augurio. Pasamos por la Casa Parroquial que se halla cerrada. No vemos un alma por la calle. Parece como si el pueblo estuviera deshabitado. Damos vueltas y mas vueltas esperando ver a alguien y al final nos hacemos llamar la atención a través de la puerta abierta de una casa. Se oyen voces en el interior. Enseguida sale un paisano al que le preguntamos por D. Inocente.

-Uy!! Si D. Inocente solo viene al pueblo en verano –nos contesta el paisano.

-Tenemos entendido que ofrece la Casa Parroquial a los peregrinos –le instamos– alguien tendrá la llave.

Vamos tras él en busca de una vecina para preguntarle. La vecina no sabe nada.

-Aquí no hay ningún sitio donde quedarse, además no tienen ni bar ni tienda donde poder comprar. Yo es que ya me iba, prácticamente el pueblo está vacío. ¿Por qué no prueban a ir a Caracena? Allí tienen Ayuntamiento y mayor probalidad de encontrar algo.

Si por lo menos hubiera estado abierto el Hostal La Muralla, pero la idea de quedarnos en Casa Juani no nos seduce en absoluto. Además ya no es cuestión de retroceder. El peregrino siempre debe dirigirse adelante.

-Son 8 km siguiendo el cauce del Río Caracena, no tienen pérdida, está bien señalizado con marcas de GR. Yo no puedo hacer nada más, si quieren que les lleve a alguna parte…

No tenemos alternativa. A pesar de la hora que es, no tenemos más remedio que hacerle caso. Aunque estamos cansados, habrá que hacer de tripas corazón y hacer los 8 km suplementarios que nos separan de Caracena. Y allí Dios o el Apóstol dirán.

El mismo paisano nos indica la salida del pueblo. Agradeciéndole su atención, nos despedimos.

En principio, caminamos por una pista bastante embarrada, que discurre por el valle del Río Caracena. Advertimos las marcas blanco-rojas que señalizan este tramo del Sendero Ibérico Soriano. El fértil valle poco a poco se va estrechando hasta que a los 3 km se pierde a la altura de un antiguo molino. Aquí se termina la pista y comienza el sendero por la margen derecha del río.

Comienza el Cañón del Río Caracena. Caminamos entre altos cortados de piedra y tierra caliza entre negra, ocre y rojiza. El río lo llevamos de la mano. Vamos siguiendo su curso serpenteante y a 1500 metros del molino, junto a la Fuente de la Tejilla, debemos vadearlo sobre piedras. Caminamos ahora por la margen izquierda. Los cortados que tenemos casi encima impresionan. El entorno es sorprendente. Por unos momentos imaginamos al implacable caudillo moro Almanzor cabalgando con sus huestes por este paso natural, en una de sus razias contra los cristianos. A 800 metros se vuelve a cruzar el río.

Estamos en un paraje aun más extraordinario donde unos enormes tolmos de piedra caliza se elevan, majestuosos e imperturbables al paso del tiempo, en medio del cañón. En esta zona dicen que se han encontrado restos arqueológicos de la Edad de Bronce. Hay que saborear estos lugares con avaricia. Una vez cruzado el río, hay que hacer un poco de “escalada” usando las manos para poder seguir las marcas, la senda se ha perdido y hay que trepar agarrándose como se pueda a la roca.

Salvamos el roquedal por una gran abertura que comunica de nuevo con el sendero. El río serpentea entre los tolmos. Poco después el terreno forma un cañón estremecedoramente angosto. No notamos ni las piernas. Hasta nos hemos olvidado del cansancio. En estos momentos, nuestro único afán es llegar cuanto antes a Caracena. La única vegetación existente se circunscribe a los márgenes del río. Vamos a buen paso pero sin perder detalle alguno. Tenemos que vadear el río hasta tres veces más. En la última de ellas, la de mayor anchura, me falla una piedra, resbalo y meto todo el pie en el agua. Menos mal que ya quedará poco para llegar. Poco después ya podemos ver encaramado en un cerro rocoso el ábside de una Iglesia. Debemos estar cerca de Caracena pero todavía tenemos que dar un gran rodeo para entrar al pueblo. A 1600 metros de la zona de Los Tolmos llegamos al puente romano de Cantos por donde se cruza el río, esta vez con comodidad. Ya hemos salido de las angosturas del cañón. Estamos en un nuevo valle y Caracena lo tenemos a cierta altura a la vistas a nuestra izquierda. Por una senda nos dirigimos junto a unos antiguos corrales a la carretera, punto desde donde comienza la cuesta que nos deja en la Plaza Mayor donde nos recibe el magnífico “Rollo Jurisdiccional” de estilo barroco donde advertimos una fecha inscrita: 1538. Han sido 35 los kilómetros recorridos en el día de hoy. Nos quedaremos como sea.

Pero la cosa no está clara. Al igual que en Tarancueña no percibimos un alma por la calle. Cuando la desolación volvía a reflejarse en nuestros rostros, aparece como por arte de magia, un “todo terreno” conducido por una mujer.

Creo que no hay nada nos contesta a nuestra pregunta sobre donde alojarnos siguiendo la calle encontrarán el Bar Pacheco, está abierto yo vengo de allí, vayan a ver lo que les dicen.

Efectivamente el bar está abierto. Lo atiende uno de los hijos de Santiago Pacheco, pastor y propietario de la casa y bar.

-El único que puede daros alojamiento en el pueblo es Gonzalo, nuestro vecino, voy a ver si no ha salido todavía para trabajar.

El chico vuelve con una lamentable respuesta:

-Ya se ha ido.

El cielo se nos viene encima. Son las 19:30 horas y estamos reventados, ¿adonde ir a estas horas? Lo único que se nos ocurre es esperar a que regrese el pastor a ver si conseguimos que nos deje dormir aquí. Mientras tanto, el chico nos sirve unas cervezas. En la calle hace ya bastante frío, en el bar estamos de maravilla al calorcito que desprende la chimenea. Nos quedamos cómodos desprendiéndonos de la ropa mojada y de las botas empapadas a las que introducimos unas hojas arrugadas de periódico y ponemos todo a secar junto a la chimenea. Pepe sale con la cámara a tomar algunas fotos. Vuelve helado de frío. Poco a poco vamos venciendo la tirantez inicial y ganando la confianza del chaval al que nos cuesta sacar las palabras. Se trata de Diego, el primogénito de una familia compuesta por cinco miembros. Tiene 14 años. Sus otros dos hermanos, Santiago de 12 y Antonio de 6 años. Su madre está encamada enferma de gripe. Su padre Santiago, saca adelante la familia con los beneficios que le reporta un rebaño de 200 ovejas y bien poco del bar. Estará de regreso de ocho y media a nueve. Los chicos, van a un colegio de San Esteban de Gormaz, situado a 30 km de distancia, y se alojan en el Hogar Escolar. Un taxista les traslada los lunes y los devuelve a casa los viernes. Diego está repasando la lección de Geografía. Nos cuenta, que el pasado puente del 2 de mayo ha hecho con un grupo del colegio el tramo del Camino Francés entre Estella y Santo Domingo de la Calzada. Así que tenemos delante de nosotros a un peregrino en ciernes. Ha vuelto satisfecho del Camino al que promete volver en la primera ocasión que se le presente. Entretanto hacen acto de presencia los otros dos hermanos. Santiago aparenta ser el más introvertido y el benjamín Antonio, no para de dar rodeos hasta que definitivamente se arrima a Pepe con un cuaderno de deberes en busca de entretenimiento y sobretodo de algo de cariño. En el pueblo solo viven de forma permanente siete personas. Los únicos niños son ellos.

Sobre las nueve comienzan a oírse el campaneo de cencerros.

-Ya está mi padre de vuelta –nos dice Diego.

Efectivamente, es Santiago, no podía ser otro, que muy amable nos dice que esperemos a que encierre las ovejas en los corrales. Los hermanos Diego y Santi, enseguida salen para ayudar al padre.

Casi una hora tarda Santiago en volver.

-Las ovejas están en época de parir y los pastores tenemos trabajo adicional –nos dice nuestro anfitrión. -Lo único que os puedo ofrecer es dejaros un sitio para dormir sobre el suelo, aquí o en el comedor, donde gustéis.

Hoy no nos importa lo más mínimo dormir sobre el suelo, faltaría más. De nuevo “Santi”, nunca mejor dicho, ha venido en nuestra ayuda.

-Os prepararé algo de cena. Mi mujer está con gripe en la cama, así que me las arreglaré como pueda. Mientras prepara la cena, Diego nos baja dos esterillas y dos sacos de dormir.

-Con las esterillas tenemos bastante, dormiremos en el bar junto a la barra frente a la chimenea.

Santiago se desvive por nosotros. Nos prepara unas tortillas a la francesa y una ensalada. Santiago y su prole en una mesa y nosotros en otra vamos dando cuenta de los huevos o tortillas que Santiago ha preparado. Terminada la cena, los dos mayores se levantan para irse a dormir. También quieren llevarse al pequeño Antonio que se resiste aunque está muerto de sueño.

Dejadle en paz –les dice el padre con autoridad – ya lo llevaré yo a la cama.

Santiago tiene ganas de conversación. Nos explica que el pueblo cuenta con dos iglesias románicas, la de San Pedro y la de Santa María, que es la que vimos desde el cañón. La de San Pedro cuenta con una bella galería porticada con siete arcos apoyados sobre bellas columnas. Además tiene un castillo, entre dos precipicios, situado en lo más alto y estrecho del promontorio rocoso. Una “picota” y la Torre de la antigua cárcel que está casi frente al bar, completan el patrimonio monumental de este pequeño pueblo medieval.

Hablamos de las ovejas y su explotación.

-Los sistemas de estabulación de pastos, muy común en Estados Unidos, son muy difíciles de ponerlos en práctica en España –nos explica Santiago-, se necesitan muchas hectáreas de terreno apropiado para ello –nos contesta al comentario sobre nuestro periplo por la Finca de Navalrramiro-.

Sigue comentando que en el pueblo están censados 13 habitantes aunque conviven solamente siete de ellos, los cinco miembros de su familia, Gonzalo que tiene un trabajo de vigilante y alquila habitaciones y un catalán que no habla con nadie y que ha venido al pueblo por el resto de sus días.

-Es el que salió por TV en el programa de “España en directo”, por cierto, un poco exagerado –nos dice Santiago.

El alcalde vive en Burgo de Osma y lleva 40 años sin soltar la vara de mando gracias a los votos de sus incondicionales parientes que tampoco viven en el pueblo.

-Así que podéis haceros una idea de como funciona el Ayuntamiento.

Es triste ver que un pueblo con tanta relevancia en el pasado esté irremisiblemente condenado al abandono. Cuando le contamos lo que ha pasado en Villaescusa de Palositos, nos contesta que también alguien envió al pueblo un testaferro con intención de comprarlo.

-Pero lo que no pueden comprar de forma alguna -afirma con rotundidad- son las tierras comunales y las vías públicas de paso.

Estamos de acuerdo con él. El pobre de Antonio ya está dormido apoyada la cabeza sobre la mesa. Santiago no para de hablar y hablar, hasta tal punto que su mujer desde arriba le tiene que recriminar. Está sufriendo por nosotros.

-Ya voy mujer, ya voy.

Se le nota una persona con mucha cultura. Ha vivido varios años en Madrid. Nos llama la atención que se haya venido a asentar aquí y precisamente de pastor. A pesar del cansancio, se nos ha pasado el tiempo como un suspiro.

Son casi la una y todavía Santiago tiene que acercarse al “paridero” para ver como le va a la oveja parturienta. Separamos las mesas, nos barre la estancia, pone unos troncos en la chimenea y nos deja unos batidos para el desayuno.

-Cuando salgáis mañana, cerrad la puerta con la mano –nos dice Santiago despidiéndose.

Le agradecemos su hospitalidad y mientras él se va a atender a la oveja, nos vamos acomodando sobre las esterillas que nos ha dejado Diego. Buena familia, sí señor.

Mientras concilio el sueño enchufado al respirador, no puedo dejar de pensar en la suerte que hemos tenido al dar con esta familia. Hoy hemos tenido, y nunca mejor dicho, al amigo “Santi” como hospitalero. A pesar de la dureza del suelo, esta vez mi cuerpo ni lo nota. Además, el calorcillo que despide la chimenea estimula a que en pocos minutos estemos durmiendo. Una etapa vivida con intensidad, otra de las que permanecerán indelebles en el recuerdo.

Buenas noches y hasta mañana.

Caracena-San Esteban de Gormaz

Parcial: 23,4 km; Totales: 271,9 km; Restan: 116,7 km

 

El Duero

Los primeros albores del día me despiertan. Son las 06:30 horas. También Pepe se está moviendo. En unos instantes nos incorporamos y nos espabilamos con agua muy fría del lavabo. Pepe, pendiente toda la noche del crepitar de las brasas, ha tenido que levantarse dos veces a reponer troncos para mantener vivo el fuego de la chimenea. ¡Qué buena persona el amigo Pepe! Está en todos los detalles. Es una suerte tenerlo de compañero de peregrinación. Por mi parte, y a pesar del suelo, he dormido de un tirón y es que el cansancio ha podido con el rudimentario lecho.

Una vez nos tomamos los batidos que nos dejó Santiago, nos disponemos a iniciar la jornada bien abrigados. Hoy tenemos previsto llegar a San Esteban de Gormaz, otro de los grandes pueblos de la Ruta de la Lana. Al abrir la puerta, una ráfaga de aire helado azota nuestros rostros, única parte descubierta del cuerpo. Dos perros pastores que montan guardia a la puerta, nos dan los buenos días meneando el rabo, parece como si nos conociéramos de toda la vida. El cielo está completamente raso, es el primer día que esto sucede.

Descendemos por la calle en busca de la salida del pueblo, acompañados por los dos perros. Atravesando la Plaza Mayor nos fijamos por última vez en la esbelta picota situada en medio de la plaza, para que todo el vecindario no tuviera problemas de contemplar el castigo ejemplarizante impuesto a los delincuentes.

Pasada la plaza, iniciamos un descenso más pronunciado. Ya estamos en la única carretera existente de acceso al pueblo, los perros se despiden de nosotros, meneando el rabo y jugueteando, alejándose a toda prisa en dirección a los corrales.

Por el estrecho valle del Río Caracena nos dirigimos a Carrascosa de Abajo, distante 5,3 km,. A 2100 metros del pueblo, pasamos ante la Ermita de la Virgen del Monte, situada en la falda de unos altos escarpes, donde los buitres han encontrado un lugar idóneo para establecer sus colonias.

A 600 metros de la ermita, donde la carretera forma una gran curva obligada por los tajos que se alzan a la derecha, cruzamos el río por un puente. Unos metros después de cruzar el puente, se encuentra el acceso al Complejo Turístico Rural “Las Praderas”, que aprovecha esta zona privilegiada, con amplias praderas y hermosas choperas y vegetación, para ubicar sus instalaciones dominadas por una atalaya árabe levantada en un cerro cercano.

A unos 1200 metros del Complejo Rural, cruzamos de nuevo el río que ahora llevamos a nuestra derecha. Poco después, Pepe se adelanta para tomar unas fotos. A 1400 metros del puente estoy entrando en solitario en Carrascosa de Abajo mirando a todos lados tratando de localizar a Pepe. Atravieso el pueblo sin toparme con nadie. A Pepe parece habérsele tragado la tierra. No sé si apurar el paso o ralentizarlo. Opto por ir más despacio, no puede ser que Pepe haya pasado el pueblo sin esperarme. Pero ¿adonde se habrá metido?

Los montes comienzan a perder altura, el valle y el paisaje se ensancha. Voy ganando distancia y Pepe sin aparecer. En una recta de la carretera miro hacia atrás y por fin le veo venir a marcha forzada intentando alcanzarme. Resulta que se había visto obligado a hacer una parada técnica. Y yo sin darme cuenta de su mochila que había dejado visible en la cuneta. Respiro más tranquilo.

A 3,5 km de Carrascosa de Abajo entramos en Fresno de Caracena. Menos mal que aquí nos encontramos con más gente. Pepe toma unas fotos a la Iglesia y al “rollo jurisdiccional” de la misma hechura que el de Caracena. A partir de aquí, disponemos de unos planos que nos facilitó Luis, así que esperamos no perdernos por las traicioneras pistas de concentración parcelaria.

Pasada la Ermita de la Soledad, y tras una cerrada curva, sale una pista a la izquierda a 1100 metros del pueblo señalizada con una flecha amarilla.

-Tomad la pista que asciende hacia la loma del monte y sin perder la enfilación NW os conducirá a Ínes -nos había dicho un paisano unos momentos antes.

Despidiéndonos del río Caracena, que tan inolvidables vivencias nos ha proporcionado, comenzamos la subida a la loma entre sembrados de cereal. A 550 metros encontramos una bifurcación con una flecha que nos indica a la izquierda. Seguimos subiendo. A unos 750 metros nos encontramos con otra bifurcación, esta vez debemos tomar la pista de la derecha. Ya casi hemos alcanzado lo alto de la loma donde tenemos otra bifurcación sin señalizar pero el plano no ofrece lugar a dudas, debemos seguir la pista de la derecha.

Entramos en una zona donde se alternan las encinas con franjas de tierra que aprovechan al máximo su fertilidad para sembrar cereal. A 1 km de la bifurcación, tenemos que dejar la pista por un camino muy perdido que sale a nuestra izquierda que poco después, convertido en torrentera, desciende a otro vallecillo por donde fluye un arroyuelo (450 metros del desvío). Cruzado el vallecillo, la pista forma una curva a la izquierda y tras una subidita otra curva a la derecha nos saca a otra pista (500 metros desde el arroyo). Tomamos la nueva pista a la derecha en dirección norte que ya sin perderla nos encamina en suave descenso a la localidad de Ínes. El paisaje se vuelve más agreste. Las tierras de cultivo escasean. Una tosca cruz de madera nos saca de la monotonía y poco después entramos en una zona donde el paisaje se transforma como por arte de magia en un auténtico vergel. Una dehesa donde abunda el arbolado y huertos de hortalizas que recibimos con alegría porque la temperatura ambiente comienza a hacernos sudar. Al atravesar esta zona de frescor que aprovecha la humedad del Arroyo Madre, entramos en Ínes, un pueblo que vive del vino (con denominación de origen Ribera del Duero) y el cereal. Desde Fresno de Caracena han sido 8 km los recorridos.

Pepe se ha quedado un poco rezagado. Entro en el pueblo donde advierto cierto revuelo y voces. Son un grupo de peregrinos de Carrascosa de Abajo que se dirigen a Santiago -me informa un vecino-. Justo me da tiempo a ver las mochilas de los últimos desapareciendo tras una curva. Me quedo con las ganas de charlar con los primeros peregrinos de la Ruta de la Lana con los que casi tropezamos.

Al poco rato aparece Pepe y juntos entramos en el Bar de la Asociación de Jubilados. Es hora de tomar algo y descansar. Solo nos pueden ofrecer unas refrescantes cervezas acompañadas con “cortezas” y “panchitos”. Hubiésemos preferido otra cosa más sustanciosa pero no puede ser. Una vez reposados reanudamos la marcha acompañados por Jesús, un viejo vecino que se presta con amabilidad a indicarnos la salida.

-Dejando la ermita de Ntra. Sra. de la Blanca a la derecha -nos explica al pasar las últimas casas del pueblo- sigan siempre adelante sin desviarse.

Buena gente por donde pasamos, siempre dispuesta a ayudarte.

El calor va en aumento, de nuevo comienzo a padecer por culpa de la espalda. Los 4 km de pista hasta Olmillos, entre campos baldíos y algún sembrado de cereal, se me hacen eternos. No obstante soporto el dolor con resignación, esperando se me pase como en etapas anteriores.

Al entrar en el pueblo nos topamos con unos vecinos que mientras holgazanean sentados en la calle, discuten sobre los peregrinos. Uno de ellos, montado en un todo terreno, no comprende ir caminando a Santiago.

-Habiendo coches -intenta justificarse- ¿Cómo es posible?

-Pregúntales, pregúntales –le increpan varios vecinos- si quieren que les lleves en el coche.

No se atreve porque en nuestras caras ya adivina la respuesta.

-Llevan a un grupo de peregrinos un cuarto de hora por delante -nos informan- que tengan buen viaje.

El Buen Camino sigue sin existir.

Salimos de Olmillos al encuentro de la carretera. Lo que faltaba, el maldito asfalto con el calor que hace y encima final de etapa. Comentando la discusión de los vecinos, acometemos la carretera por terreno completamente llano, preludio de que el gran río lo tenemos encima. Pepe me hace una especie de almohadilla con el polar que interpone entre las correas de la mochila y la espalda para tratar de aliviar el dolor. Y por fin, a 2600 metros de Olmillos, nos recibe el caudaloso Río Duero, con sus típicas aguas teñidas de marrón después de fuertes lluvias, el mismo que hizo de límite fronterizo natural entre los reinos cristianos y Al Andalus.

Llevando el río de la mano, pronto divisamos a lo lejos los restos de un castillo sobre un cerro. Estamos a tiro de piedra de San Esteban de Gormaz. No obstante, los 3,4 km que nos separan del pueblo se nos hacen eternos. El calor nos ha pillado de improviso. El sol cae a plomo sobre nuestros sudorosos cuerpos y ni una sombra donde poderse detener unos minutos. Pero todo llega y por fin alcanzamos el largo puente medieval que salva el río, entrando en San Esteban de Gormaz. Han sido 23,4 km los recorridos desde Caracena. Son la 14:15 horas.

Dejando atrás junto al río, el complejo turístico rural de “El Sotillo”, pasamos junto al Arco de la Villa y por la Avda. de Valladolid, buscamos el Hotel “Ribera del Duero”, cuya puerta encontramos cerrada. ¡Vaya por Dios! Con las ganas que tenemos de una buena ducha… Me desprendo de la mochila y el respirador, sintiendo un gran alivio. Menos mal que responde el dueño a nuestra llamada de teléfono y acude enseguida para asignarnos la última habitación que queda (55 euros con desayuno incluido). Resulta que el domingo es el día de descanso. La habitación magnifica, con todos los detalles. Hoy vamos a descansar bien. Antes de despedirse, nos prepara la televisión para que podamos ver el partido de fútbol de esta noche entre el R. Madrid y el Sevilla C.F. Al final hemos tenido suerte.

¡Qué bien nos siente la ducha, después de dos días sin poder hacerlo! Una vez aseados nos dirigimos al Restaurante “La Puerta de Castilla” también conocido como Casa Rufino que se encuentra junto al Arco de la Villa. Aunque un poco tarde, no hay problema para comer. Rufino nos atiende en persona. Unos revueltos de setas y unas chuletillas de cordero con ensalada, nos devuelven la vida. Hasta el dolor de espalda ha desaparecido.

Hace calor en la calle, necesitamos una buena siesta. Hasta las siete no despertamos, ¡qué bien hemos cogido la cama! A pasear y visitar el pueblo.

En primer lugar, nos acercamos al soto del río Duero para contemplar junto a la orilla, un primer plano del puente de 16 ojos y tomar unas fotos. ¡Cuántos años de historia el de este soberbio puente medieval, vía de acceso obligado a la antigua muralla! ¡Cuántas batallas entre moros y cristianos habrán soportado sus piedras!

Seguidamente nos encaminamos hacia el Arco de la Villa, también llamado Portal de Castilla por donde se accede a la Plaza Mayor, el corazón del casco antiguo. La parte posterior del Arco muestra un noble escudo de armas. La Plaza Mayor con soportales presidida por el Ayuntamiento cuya fachada poco favor le hace, lamentablemente desentona con el conjunto. Ascendemos por la Calle Real flanqueada por casas señoriales de piedra alternadas con otras de adobe, exponiendo en sus fachadas sus blasones hasta llegar a la Iglesia de Santa María del Rivero, una joya románica al igual que la Iglesia de San Miguel a corta distancia, más empotrada en el cerro del castillo.

Visitamos la galería porticada de la Iglesia de Santa María del Rivero, una auténtica atalaya sobre la ribera del río, de ahí su nombre. En los capiteles y metopas de las columnas, advertimos una importante decoración dominada por un escenario de terror y desafío. Muestra de ello los motivos que aparecen en los capiteles, entre ellos, la enorme serpiente que mantiene aprisionada un águila en su boca; una enorme ave rapaz acabando de cazar una especie de paloma de largo pico; un monje combatiendo a un ave de gran cabeza. Y en una de sus metopas, llama la atención un fraile sonriente que parece estar observando la ribera del río mientras muestra un libro abierto. Un auténtico goce para los sentidos. Nosotros también perdemos o más bien ganamos un poco de tiempo observando la frondosa ribera surcada por las aguas del gran río. Es una pena que no podamos completar la visita a la Iglesia por encontrarse cerrada.

Arriba sobre la plataforma rocosa de un cerro horadado por multitud de cuevas-bodega, los restos de un castillo cristiano junto a un castro moro, dominan la extensa planicie que se abre a sus pies por la que fluye orgulloso el río Duero.

Es hora de regresar, la tarde comienza a languidecer y a pesar del calor de las horas centrales del día, se está volviendo fresco. De nuevo en el centro, pasamos por delante de una pastelería y no lo pensamos dos veces. La cena de hoy será un café con leche con una típica torta del lugar, será más que suficiente. Comentamos donde se habrán metido el grupo de peregrinos que llevábamos delante. Parece como si se los hubiese tragado la tierra.

De vuelta al calorcito de la habitación, nos disponemos a presenciar el emocionante partido de fútbol entre el Sevilla y el Real Madrid que termina con la victoria in extremis de los “merengues” por 3-2. Pepe alterna el fútbol con los “sudokus”.

A enchufarme el respirador y a dormir como un bendito arrebujado entre las sábanas.

Buenas noches y hasta mañana.

San Esteban de Gormaz-Quintanarraya

Parcial: 30,5 km; Totales: 302,4 km; Restan: 86,2 km

 

La hospitalidad de un pueblo

 

A las 06:15 horas, totalmente repuestos iniciamos los prolegómenos de la salida y a las siete ya nos encontramos desayunando en el bar del hotel.

Aunque hace algo de fresco, el estado del cielo, totalmente despejado, augura calor. Por la Avda. de Valladolid nos dirigimos hacia el puente que dejamos a la izquierda siguiendo la carretera de Aranda del Duero. A 400 metros del puente tomamos a la derecha la carretera de Alcubilla de Avellaneda, que al inicio rodea el montículo sobre el que se alza majestuosa la Iglesia de Nª Sra. del Rivero. A 800 metros, cruzamos la carretera de circunvalación por un paso inferior, y ya nos encontramos en medio de la campiña rodeados de campos que alternan el cultivo mayoritario de cereal con algún que otro plantel de cepas.

A 7 km del desvío pasamos de largo por la pequeña localidad de Matanzas de Soria donde nos llama la atención la forma de cubrir las casas, muchas de ellas construidas de adobe, con teja en una sola hilera colocadas con la concavidad mirando al cielo. Nos extraña que de esa forma no entre agua al interior de la casa, pero un vecino nos asegura que no pasa ni una gota.

3 km más adelante, entramos en la localidad de Villálvaro cuando tres chiquillos acompañados por su maestra, se apresuran para entrar en la Escuela al son de la música. Nos extraña que con tres alumnos la tengan activa. Son las 09:30 horas, buena hora para buscar algún sitio donde almorzar.

Localizamos la única tienda-bar existente en el pueblo. Nos atienden de maravilla con un buen desayuno casero. Enseguida entablamos conversación con el dueño y un inmigrante de Igualada. Nos comenta el buen señor, la rapidez con la que estos pueblos van perdiendo sus habitantes, denominador común de la mayoría de estas pequeñas poblaciones. Cuando él se jubile lo más seguro es que el pueblo se quede sin tienda ni bar. Se trata del padre de la Directora General de Educación de la Junta de Castilla-León. Gracias a ella, la escuela permanece activa con los tres niños que quedan en el pueblo. Queda con esto desvelada nuestra extrañeza. Al saber que somos de Castellón, nos dice que nuestro actual Obispo Casimiro tiene parientes en el pueblo al que ha acudido en varias ocasiones. Con el inmigrante catalán comentamos la necesidad imperiosa de mano de obra que tienen estos pequeños pueblos para poder mantener las explotaciones agrarias y subsistir en una sociedad cada vez más proclive a las grandes urbes. Los comentarios e historias que vamos escuchando a lo largo de las etapas, van formando parte esencial de las vivencias de un Camino irrepetible.

Después de media hora de distendida tertulia, reanudamos la marcha. El asfalto está siendo el dueño y señor de la jornada. En un altozano próximo a Zayas de Báscones, nos encontramos con un pastor y su rebaño de 900 cabezas que aparecen entre las encinas haciendo sonar los cencerros. Parece que no le caemos muy bien. Desde el primer momento se muestra esquivo a nuestras preguntas. De estatura más bien baja y gordinflón, cara tosca de tez morena reseca por el viento y el sol, mirada huraña. Es extremeño y se llama Jesús, de los pies a la cabeza, un espécimen ibérico de la España profunda. Sin miramiento alguno nos suelta a bocajarro:

-¡Qué le den por culo al Camino de Santiago!

Nos quedamos de piedra. ¿Qué le habrá hecho el Camino de Santiago? Apoyado en un cayado tan retorcido como el dueño y que no para de mover, no nos inspira confianza. Es un amargado arregla mundos. Infunde temor.

-Los únicos seres inteligentes del planeta –sigue largando por su boca, por decir algo- son las abejas que no dudan en matar a los zánganos cuando no los necesitan. Hay mucho zángano suelto por el mundo empezando por los curas.

Le escuchamos con nerviosismo y sin atrevernos a contradecirle. No nos fiamos un pelo, es un tipejo de mucho cuidado, ¿No nos habremos topado con el mismísimo anticristo? La situación se podría complicar así que abreviamos la parada y nos marchamos a paso ligero, mientras él continúa mascullando improperios entre lo que le queda de dientes.

Al paso por las propiedades de la Finca de Zayas de Báscones (6 km de Villálvaro), delimitada con grandes mojones de piedra en los que están tallados el emblema y nombre de la propiedad, nos sacamos la espina del encuentro con el pastor contemplando la extensa alfombra de flores amarillas que destaca sobre unos campos de verde cereal. Otra bonita estampa que nos brinda la Madre Naturaleza. El calor va en aumento y se va transmitiendo al asfalto y por ende a las plantas de los pies. Estamos deseando llegar aunque sea a Alcubilla de Avellaneda donde pararemos y esperamos encontrar algún sitio donde comer.

A las 13:30 pasamos por delante de la Ermita del Santo Cristo del Campillo y poco después entramos por las calles de Alcubilla donde preguntamos por el bar.

Seguidme –nos dice el primer vecino que nos sale al paso– soy el dueño del bar.

Ni hecho a posta. Han sido 22 km de carretera los recorridos. Resulta que es un alicantino que se ha hecho cargo del bar hace unos meses. Enseguida nos prepara una mesa. Unas cervezas para refrescarnos y al poco rato la comida servida por su mujer, unas lentejas estofadas y un plato combinado, buena cocinera. El bar lo tiene limpio y muy bien arreglado. Nos comenta que próximamente estará abierto un hotel rural en el palacete de los Avellaneda, actualmente en restauración.

Terminada la comida, entablamos conversación con el cura mientras se toma su aperitivo. Nos pedimos unos cafés y entretanto charlamos con él sobre el Camino y principalmente de la ruta a seguir hasta Santo Domingo de la Calzada. El cura y un vecino se enzarzan en una discusión sobre la ruta más idónea. Más bien parece un diálogo de besugos. El cura, muy cabezón, se quiere salir con la suya y el vecino por no llevarle la contraria pone pies en polvorosa. Nosotros le explicamos el camino que pensamos seguir de acuerdo con la Guía que le mostramos y parece que no se queda muy conforme. Está ofuscado en que el Camino debería pasar por Clunia -un antiguo enclave romano-. Damos por terminada la charla y en su compañía, nos dirigimos a su casa donde nos estampa el sello en las credenciales y acto seguido nos indica como salir del pueblo.

A la altura de un taller, sale una calle que termina en una pista que comienza a remontar la ladera de una montaña nada más pasar unas cuevas-bodega. El repecho es fuerte, pero tenemos tantas ganas de pisar tierra que a pesar de estar en plena digestión, apenas acusamos la subida. De flechas nada de nada. La única señalización que encontramos es un orinal colgado de unos matojos. Marchamos por pista entre encinas, algún pino, coscojos y matorral diverso. Después de subir durante 2100 metros, llegamos a la altura de unas taínas de ganado, donde comienza a llanear la pista. 350 metros más adelante, nos acercamos a una bifurcación continuando a la derecha por el camino más pisado que comienza a descender. Las marcas continúan brillando por su ausencia. Lo único amarillo que vemos, y nos hace sonreír, es la carrocería amarilla de un coche en lo alto de una loma. A 1100 metros de la bifurcación salimos a una carreterilla asfaltada. Tenemos frente a nosotros dos pueblos a la vista, por el tiempo que llevamos caminando, debe tratarse de Hinojar del Rey y un poco más alejado Quintanarraya. Cruzando la carretera, seguimos nuestro descenso por una pista de concentración parcelaria. A 1700 metros, con la primera población a tiro de piedra, alcanzamos otra pista que cruza. A la derecha no puede ser ya que nos alejaríamos. Tenemos el pueblo encima y no conseguimos encontrar la mejor forma de acceder a él. Probamos en línea recta por el linde de un sembrado de cereal, pero el río nos impide la continuidad, imposible vadearlo por la zona, lleva demasiada agua. Tenemos que retroceder a la pista. Por instinto, optamos por tomarla a la izquierda por donde nos parece vislumbrar a lo lejos una línea de árboles en dirección al pueblo, debe existir un puente por allí. 1500 metros después alcanzamos un área lúdica junto a unos chopos donde nos sentamos a descansar unos momentos y beber. Ya estamos muy cerca. Efectivamente a 100 metros cruzamos el río e inmediatamente llegamos a las primeras casas del pueblo.

Saludamos a un matrimonio que se encuentra descansando sobre unos poyetes a la puerta de su casa. Les pedimos agua y preguntamos por la salida hacia Quintanarraya.

-¿Quintanarraya?- nos contestan perplejos.

Sí, Quintanarraya ¿no es esto Hinojar del Rey? –les preguntamos con desconfianza.

-¡Qué va hombre, que va! Esto es Quintanilla de Nuño Pedro, parece que van un poco perdidos, Quintanarraya lo tienen a unos 10 kilómetros.

En un instante, el alma se nos cae a los pies. ¡Como habrá sido posible! Con lo que hemos sufrido para llegar y al final nos hemos tenido que despistar.

-No hace mucho que otros peregrinos aparecieron perdidos por aquí- nos dicen tratando de confortarnos.

Pero el malhumor ya lo tenemos clavado en el corazón. Es un consuelo saber que no hemos sido nosotros solos. Pero al fin y al cabo, un consuelo de tontos. Ahora tendremos que retroceder para tomar la carretera de Hinojar del Rey y eso nos va a llevar unas dos horas. Tratamos de serenarnos refrescándonos con el agua que nos ofrece la buena señora y escuchamos con atención por donde debemos ir.

-A Hinojar del Rey se puede ir por pista pero yo les recomiendo la carretera, no se vayan a perder otra vez.

Desde luego le haremos caso.

A lo hecho, pecho, así que a rectificar toca. Son las 18:30 horas. Con la moral por los suelos y cabizbajos, recorremos los dos kilómetros de la carretera de Alcubilla hasta donde sale a la derecha la carreterilla que se dirige a Hinojar. Ya no siento ni el dolor de la espalda. Nos viene a la memoria la pérdida en la última etapa del Camino de Madrid cuando aparecimos en Gordaliza del Pino en lugar de Reliegos. Vamos a paso ligero apurando al máximo las pocas fuerzas que nos quedan. De nuevo toca subir hasta el collado donde arranca la pista que equivocadamente tomamos. Luego vienen unos sube y bajas. El tiempo corre que vuela. ¿Cuánto llevaremos andado hoy? No quiero ni pensarlo, he perdido hasta la cuenta. ¡Cómo pesan los kilómetros! Un pastor conduce, entre los encinares, a un rebaño de ovejas de regreso a los corrales. Y después de 7 km de recorrido desde Quintanilla estamos entrando en el verdadero Hinojar del Rey cuando el sol se aproxima al ocaso. Non encontramos en la Provincia de Burgos.

Preguntamos por el camino de Quintanarraya, no quisiéramos equivocarnos de nuevo. Siguiendo las indicaciones que nos porporcionan los lugareños, atravesamos el río por el puente situado a la salida del pueblo, tomando el camino de la derecha junto a una báscula. A los pocos metros, advertimos una flecha amarilla pintada sobre un ribazo. ¡A buenas horas mangas verdes! ¡Cuantos kilómetros llevábamos sin ver una flecha amarilla! ¡Ya podía haber estado en la bifurcación donde nos perdimos! Hay que intentar ser positivos. No es cuestión de lamentarse. Ahora sí que estamos cerca del final de etapa. El camino inicia un fuerte repecho hasta coronar una loma. Y ahí tenemos Quintanarraya a nuestros pies en medio de un llano entre arbolado y huertas. ¡Aleluya! ¡Bienvenida sea!

Un poco antes de entrar en el pueblo nos fijamos en un gran cartel junto a unas cuevas-bodega anunciando “El Camino del Cid”. Debe ser lo que vende por la zona. El Camino de Santiago ha quedado diluido, como un azucarcillo en el agua, entre el “Camino del Cid” y del “Destierro del Cid” en sus dos versiones. Entramos reventados al pueblo después de casi 40 km, cuando la etapa era de 30,5 km. Un grupo de vecinos en plena tertulia, sentados en el interior de una cochera, nos saludan y nos ofrecen sillas, agua y vino de su propia cosecha que no dudamos en aceptar agradecidos. Se desviven por atendernos. Enseguida ponen en jaque a otros vecinos para procurarnos la llave del albergue y acercarse al bar para ver si nos pueden dar de cenar. Lamentablemente, el bar está cerrado y no consiguen encontrar al propietario. Como un “flash”, veo a cierta distancia un cura retaco con boina y sotana cruzando la calle. Ha sido visto y no visto, no da ni tiempo a saludarle. Unos cuantos vecinos nos acompañan hasta el Refugio y enseguida aparece la Presidenta de la Asociación “La Espiga” -ligada al Camino del Cid- con la llave del local. Menos mal que por lo menos dormiremos bajo techo. El refugio muy humilde, bastante destartalado y oliendo a humedad pero por lo menos tendremos unos amplios colchones sobre el suelo, suficientes para extender los sacos de dormir; serán nuestros lechos de esta noche. Hay que ser agradecidos con lo que te ofrecen. La máxima del peregrino es pedir poco y agradecer mucho. El fontanero del pueblo, a su vez marido de la Presidenta de la Asociación “La Espiga”, nos abre la llave de paso del agua y nos enchufa el “termo” pero la ducha ¡para que contar! Aunque necesitamos más que nunca un buen aseo, vamos a tener que posponerlo para mañana. Hoy habrá que lavarse como los gatos. Poco después aparece de nuevo el fontanero y nos dice que nos espera en su casa para compartir la cena con su familia. ¡Qué manera de desvivirse por nosotros! Esto sí que es hospitalidad.

Entre unas cosas y otras se han hecho las nueve de la noche. Sin cambiarnos siquiera nos acercamos a la casa. Alrededor de la mesa de la cocina -como si se tratara de nuestra propia casa- cenamos a gusto escuchando los comentarios de la familia. Nos cuentan lo de los peregrinos que se perdieron como nosotros.

-Hicisteis bien en venir por la carretera, por la pista lo mas seguro es que os hubieseis vuelto a perder.

Como es natural nos hablan del pueblo, de los diferentes “Caminos” que pasan por él y de sus actividades. Les sugerimos que igual que hay una flecha a la salida de Hinojar del Rey, podrían pintar unas cuantas más, por lo menos en los cruces y bifurcaciones mas conflictivos, sobretodo el desvío del monte. También nos explican la salida del pueblo hacia Huerta del Rey. Nos ofrecen levantarse cuando lo hagamos nosotros para darnos el desayuno. Declinamos el ofrecimiento, faltaría más, ya desayunaremos en Huerta del Rey, solo son 6 km. Agradeciendo su deferencia y la generosa hospitalidad de todo el pueblo, nos despedimos. Hoy estamos bastante cansados, seguro que pillaremos bien la “cama”.

Tal como estamos -¡cómo para andarse con remilgos!- nos arrebujamos en el saco de dormir. Hace frío y más que hará a lo largo de la noche. Me enchufo el bendito respirador y después de dar las gracias al amigo “Santi” por la feliz conclusión de la etapa, en un santiamén caigo entre los brazos de Morfeo.

Buenas noches y hasta mañana.

 

ADVERTENCIA:

Rebobinamos un poco la etapa hasta Alcubilla de Avellanada. Nos situamos a la salida del pueblo ascendiendo al monte. Una vez que estamos a la altura de las taínas de ganado, a unos 350 metros existe una bifurcación. Nosotros hemos tomado a la derecha por la pista más marcada cuando en realidad deberíamos haber tomado el camino de la izquierda algo perdido durante 150 metros, lo cual induce al error. Es el sitio donde no debería faltar una buena indicación. A unos 500 metros de la bifurcación el camino entronca con una buena pista que 2300 metros más allá te dejará en la carretera a 200 metros de la entrada de Hinojar del Rey. En todo caso, si te equivocas y vas por la derecha, al salir a la carreterilla, la tomas a la izquierda y 3,5 Km más adelante llegarás igualmente a Hinojar del Rey. Nuestra equivocación nos ha costado un rodeo de nada menos que 8 km.

Quintanarraya-Santo Domingo de Silos

Parcial: 25,3 km; Totales: 327,7 km; Restan: 60,9 km

 

El Buen Pastor

Cuando el amanecer comienza a vislumbrarse por las ventanas del Refugio, ya estamos despiertos. Son las 06:30 horas. A pesar de las ínfimas condiciones de la habitación, prácticamente he dormido de un tirón, sin apenas notar el frío y humedad de la noche. Una vez aseados como Dios nos da a entender, a las 07:00 horas estamos cerrando el Refugio y depositando la llave en el buzón.

Atravesamos el pueblo envuelto en un silencio sepulcral. Siguiendo las indicaciones de nuestros anfitriones de anoche, y después de pensarlo un poco, nos desviamos por una pista a la derecha por la que recorremos unos 300 metros. Dudamos si continuar o volver, la eterna duda del peregrino cuando no existe señalización, no nos fiamos un pelo del camino ya que parece dirigirse hacia el este. Así que optamos por dar marcha atrás y regresar a la carretera de acceso al pueblo dirigiéndonos hacia la general, vamos cogiendo pánico a perdernos. A 1600 metros del pueblo alcanzamos la carretera general que se dirige a Huerta del Rey.

Por el arcén vamos apuramdo los 4,6 km que nos separan de Huerta del Rey, atravesando el valle por un terreno prácticamente llano y rodeado de huertas. El día se presenta luminoso, ni una sola nube en el cielo. Unas paradas técnicas y a las 09:00 horas estamos entrando en el pueblo y buscando un bar abierto donde desayunar. Ahí tenemos el Bar Villarreal, ¡qué casualidad! Villarreal es un pueblo limítrofe con Castellón de la Plana. Nos pedimos el desayuno habitual lamentando que la atención del propietario brille por su ausencia. Le debemos parecer unos bichos raros y nos da la impresión que está deseando que nos vayamos. Intentamos encontrar una panadería donde comprar el almuerzo pero hasta las diez no abren el horno y no es cuestión de esperar, así que continuamos nuestro camino, a falta de pan… habrá que conformarse con las socorridas pastillas energéticas.

Acompañados del río Arandilla que llevamos a la izquierda, vamos saliendo del pueblo por un desfiladero. A 1250 metros y tras cruzar un puente llegamos a la zona de las piscinas municipales y la Fuente Arandilla, que abastece de agua al río. En este punto es donde se encuentra a la izquierda el desvío a Pinarejos.

Dejando la Ermita a la izquierda y la Casa Forestal a la derecha, nos adentramos en una zona de pinares sobre un prado que se presta durante algunos tramos, para andar entre los pinos evitando el asfalto. Estamos en el entorno de los pinares de las Navas que nos alegra la vista, acompañando el buen día que se nos ha presentado con una temperatura ideal para caminar.

A 4750 metros del desvío, siempre entre pinos, llegamos a una zona recreativa donde se encuentra el Centro Forestal de Pinarejos, la Ermita y la Fuente del Caño, por la que brotan dos buenos chorros de agua. Buen sitio para tomarse un descanso y dar cuenta de una pastilla energética y frutos secos. Son las 10:30 horas. El ambiente es más bien fresco por lo que apetece mantenerse al sol. Mientras Pepe toma unas fotos a la ermita y alrededores, aparecen dos ciclistas burgaleses que están haciendo el Camino del Cid hasta Valencia. Todavía les queda mucho trecho por delante.

Desde aquí, comienza la carretera a tirar hacia arriba hasta llegar al puerto de Mamolar después de 2 km de ascensión. Aquí a 1170 metros de altitud, el bosque clarea bastante. Enfrente, podemos contemplar la escarpada pared caliza de Peñáguila La carretera comienza un descenso suave hasta Mamolar (3800 metros del puerto). A la entrada del pueblo nos sentamos en unos poyetes y aprovechamos para cambiar de calcetines. Es mucho asfalto lo que llevan nuestros pies y mi pie izquierdo ya lo está notando. Una ampolla en el talón y otra incipiente en la raíz de una uña. Cuando lleguemos a Santo Domingo habrá que repararlo.

Entrando en la plaza del pueblo, nos llama la atención un alto pino con el tronco muy pelado al que solo le queda un “penacho” de ramas en lo alto.

-Es el “mayo” que plantamos todos los años a principios de mayo -nos informan unos vecinos.

Este es uno de tantos pueblos castellanos que se celebran los “mayos”, una festividad muy antigua.

-Alrededor del “mayo” –nos aclara un lugareño– concurren mozos y mozas contemplando a los mozos trepar a lo más alto del árbol intentando alcanzar una bandera u otro trofeo, mientras las muchachas los animan desde abajo bailando y cantando. Esos días, son propicios para “rondar” a las mozas casaderas que quedan obligadas a invitar al mozo a una buena merienda.

Desvelada nuestra curiosidad, cruzamos la plaza en dirección a la Iglesia y la carreterilla de Peñacoba. De repente, casi tropezamos con una figura que nos resulta conocida. Es el cura bajo y gordinflón que vimos de pasada en Quintanarraya. Con una colilla de puro retorcido en la boca, tocado con boina llena de agujeros y vistiendo una sotana de color indefinido, raída, sucia y apergaminada va camino de la iglesia portando dos cubos de agua que casi no puede sostener.

-Vosotros sois los que pasasteis ayer por Quintanarraya –nos dice como sorprendido.

Pocos curas se ven ya con esas trazas. No tenemos más remedio que explicarle nuestra procedencia y meta. Pasamos por delante de la Iglesia en cuya espadaña penden unas viejas campanas.

La carreterilla va bordeando el valle con los altos cortados de Peñáguila a nuestra derecha y con un hermoso robledal a nuestra izquierda, cuyos árboles comienzan a despuntar las hojas. Al socaire de los cortados de Peñáguila, unos caballos pastan a sus anchas disfrutando de la soledad del valle y relinchando cuando advierten nuestra presencia. Pronto divisamos el alto de Peñacoba al final de los cortados. A mitad de camino nos sale al encuentro un pastor que vigila con atención como las ovejas cruzan la carretera. Se llama Jesús, tocayo del “anticristo” de Zayas de Báscones, pero menuda diferencia. Todo lo contrario que aquel, sencillo y amable. Este es el buen pastor del Camino. Nos dice que si le hubiéramos dicho que queríamos sacar una fotografía al rebaño nos lo habría agrupado en la pradera.

-Hay otro pastor en Mamolar -nos dice- pero él no lleva las ovejas tan blancas como las llevo yo, es un cochino, las ovejas se merecen lavarlas de vez en cuando.

Lo encontramos tan receptivo que Pepe no se resiste en contarle uno de los mejores chistes de pastores, de la cosecha del amigo Vicente de Almazora, al que responde con una carcajada contenida. Nos informa del desvío para llegar a Santo Domingo de la Calzada.

Está a un par de kilómetros, un poco antes de llegar a Peñacoba, es un camino de tierra –nos dice despidiéndose.

Da gusto tratar con gente que no tiene reparo en perder unos minutos conversando y respondiendo a nuestras preguntas.

Seguimos adelante prestando atención al desvío, advertimos uno pero la dirección que lleva no nos infunde confianza por lo que llegamos al acceso de pueblo y seguimos hasta dar con un vecino. Nos dice que la pista la hemos dejado atrás, a menos de 100 metros del acceso al pueblo. Es la que habíamos visto. Nos informa que también podemos seguir por la carretera pasando por el desfiladero de La Yecla. ¡Estamos como para más asfalto! Y además son casi 4 km más. Nada, a volver y seguir por el Camino. ¡Qué lástima la ausencia de marcas! No vemos una flecha amarilla ni por casualidad.

Efectivamente, a 50 metros del acceso a Peñacoba, sale la pista en dirección a los cortados, un poco hacia atrás. A los pocos metros, la pista rectifica y se dirige a una embocadura por donde penetra un arroyo entre dos grandes rocas. Esta es la referencia que nos dio el pastor. Llegamos a la embocadura y dejando una pista a la izquierda, seguimos por el desfiladero el cauce del arroyo hasta donde no tenemos más remedio que abandonarlo, a 900 metros de la carretera.

Tomamos un camino carretero que sale a la izquierda y que comienza a remontar el monte por detrás del Alto de Peñacoba. El camino es pedregoso y molesto, sobretodo para mis ampollas. Por otra parte, el calor comienza a hacerse notar. Poco a poco vamos ganando altura, incluso vemos alguna flecha amarilla ¡Aleluya! Ya nos habíamos olvidado de ellas. Desde la cumbre se nos aparece de repente Santo Domingo de Silos a nuestros pies, con su famoso Monasterio benedictino en primer término. Otra de las imágenes impactantes de la Ruta de la Lana.

El camino convertido en sendero comienza a descender de forma vertiginosa, pasando por la ermita de la Virgen del Camino y la estatua situada a la derecha. Unos turistas se encuentran sentados en posición contemplativa. Y es que la vista que tienen ante sus ojos, se lo merece.

Otra bajada pronunciada nos lleva a cruzar el río Mataviejas por un puentecillo y tras pasar por el Arco de San Juan, accedemos a los aledaños del Monasterio. Desde el desvío han sido 3,6 km.

La puerta de acceso al Monasterio se encuentra cerrada. Un cártel avisa que hasta las 16:30 horas no abren. Son las dos de la tarde y habrá que ir pensando en comer algo para ir ganando tiempo.

Comemos bien en un bar de la plaza. Después de reposar con tranquilidad la comida nos acercamos al Monasterio donde nos recibe el Hermano Portero, Fray Antonio. Con muy buenas palabras nos dice que no podemos alojarnos, según las normas se requieren por lo menos tres noches. Haciéndole valer nuestra condición de peregrinos, intento persuadirle para que haga una excepción, aunque sea pagando, pero es una tarea imposible. Flaco favor a la Regla de San Benito, cuando dice en uno de sus normas:

“Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo, pues Él mismo ha de decir: “Huésped fui y me recibieron”. A todos dése el honor que corresponde, pero sobre todo a los hermanos en la fe y a los peregrinos”.

Parece como si la Regla no fuera con él. No obstante nos apunta con poca convicción pero buenas y medidas palabras:

-Tenemos un albergue a unos 500 metros de aquí pero no sé en que condiciones se encontrará. Yo que vosotros iría a un hotel.

Es una forma sibilina de librarse de nosotros, parece como si ni siquiera le apetece acompañarnos al albergue. Esto no se parece en nada al espíritu de la Regla pero no es cuestión de machacarle más. ¿Tan difícil sería tener reservadas una o dos habitaciones para los peregrinos? Aunque pensándolo bien, esto choca con otra de las Reglas que no permite a las féminas alojarse en el Monasterio y ¿qué hacer con ellas entonces? En la época de San Benito, pocas peregrinas habría, por no decir ninguna.

Seguiremos su recomendación, no estamos para pasar otra noche incómoda teniendo sitios alternativos donde alojarnos. Además necesitamos una buena ducha y sobretodo yo necesito un buen descanso. Así que sin pensarlo más, nos vamos al Hotel Santo Domingo que lo tenemos cerca, frente al Monasterio. No hay problemas. Una habitación sencilla pero suficiente para nosotros por 36 euros .

Después de la ducha, lo primero es curar las ampollas. Pepe con mucha delicadeza las unta con Betadine, las pincha y aplica un apósito. Ya podemos tumbarnos a descansar un rato.

Tras el descanso, salimos a visitar el claustro del Monasterio. Cuando llegamos ya se encuentra cerrado para las visitas. Pepe intenta convencer al guía para que nos deje pasar diciéndole que somos peregrinos, pero ni por esas. Nos enfrentamos a las estrictas normas, una barrera imposible de traspasar. ¡Qué le vamos a hacer! Hoy estamos llegando tarde a todos los sitios. Nos acercamos a la Oficina de Turismo. Cerrada. Solo abren los fines de semana. De nuevo volvemos a la entrada de la Iglesia del Monasterio para esperar que den las siete, hora de comienzo de las “Vísperas”.

Los frailes se congregan alrededor de la sillería del coro. Un silencio sepulcral invade la iglesia cuando da comienzo el oficio con el “Deus, in auditorium meum intende…”. Música celestial. El canto gregoriano, magníficamente interpretado por los monjes, se eleva mansamente hacia el cielo. Un sentimiento de paz interior inunda todo tu cuerpo. Momentos propicios para pensar en tus seres queridos, en ti mismo y confesarte ante Dios.

Concluido tan emotivo acto, volvemos a la entrada del Monasterio para intentar, que por lo menos, nos sellen la credencial. En medio del patio de entrada se eleva un magnífico ejemplar de secuoya. El Hermano Portero está a punto de cerrar la verja. Le pedimos que nos selle la credencial y amablemente nos lleva al interior del monasterio. Le contamos que nos hemos quedado con las ganas de visitar el claustro. Parece compadecerse de nosotros y mientras marcha a sellar las credenciales nos permite que lo visitemos. Una deferencia por su parte. Parece como si quisiera congraciarse después de la fría acogida.

El claustro está formado por dos pisos. Muy de pasada vamos recorriendo las galerías del inferior, contemplando los extraordinarios bajorrelieves esculpidos en los machones de las esquinas en los que se plasman escenas de la Pasión y Resurrección de Cristo. Y entre las esquinas, la arquería con bellísimos capiteles sobre dobles columnas, alguna de ellas torsas, cada uno de ellos tallados con motivos inspirados en el arte andalusí. Verdaderamente, la sublime obra parece haber sido creada por poetas en lugar de por escultores. Cada capitel precisa un análisis detallado que nosotros tenemos que posponer para otra ocasión. Pasear por las pandas del claustro es una gratificación para los sentidos. Todo el conjunto se presta a la meditación. La galería norte la preside una bella imagen de la Virgen del Paraíso y hacia el centro la artística tumba y altar de Santo Domingo, el fundador del Monasterio a mediados del siglo XI. Tan ensimismados estamos contemplando las figuras de un capitel que no nos damos cuenta que fray Antonio está detrás nuestro.

-Es todo precioso, una verdadera joya del románico, ¿verdad peregrinos?, aquí tenéis las credenciales.

-Tiene razón, habría sido una pena pasar de largo sin verlo- le contestamos con entusiasmo.

Una última mirada al jardín, donde en uno de sus ángulos se alza el famoso ciprés plantado hace unos 125 años y que ha inspirado a varios poetas, entre ellos Gerardo Diego con un soneto precioso. Habrá que volver.

Con las credenciales selladas -¡Qué sello más chulo!- nos dirigimos a visitar parte del pueblo haciendo tiempo para asistir a las “Completas”. Por la calle Mayor llegamos hasta la plaza del Crucero situada al final de la calle. Al borde de un camino de tierra que sale del pueblo advertimos un poste con las marcas de un GR y la inscripción: “A Covarrubias”. Quedamos algo perplejos. La Guía indica que para ir a Covarrubias se tome la carretera y aquí vemos la señalización de un sendero que obviamente atravesará campo y monte, mucho mejor que el odioso asfalto. ¿Es que no se habrán dado cuenta que existe este sendero? No obstante, decidimos seguir las indicaciones de la guía, no vaya a ser que vayamos a tener problemas.

Próximos a las diez, nos acercamos a la Iglesia para asistir a las “Completas” que se inician a esa hora en punto en el ala norte del claustro, junto a la tumba de Santo Domingo. Al igual que las “Vísperas” los frailes en pleno rezan los oficios entonando con voz melodiosa cánticos gregorianos bajo la penumbra de la incipiente noche. Buen momento para dar las gracias por el día que hemos tenido y meditar. Para terminar nos dirigimos con ellos a la iglesia donde termina el oficio con la bendición con agua bendita, uno por uno de los presentes. Los frailes desfilan lentamente hacia sus aposentos y nosotros ya podemos recogernos plenamente satisfechos del deber cumplido.

En el Hostal nos disponemos a tomar algo ligero de cena. La dueña muy simpática es el “alma mater” del negocio, no para de hablar y de intercambiar bromas con los clientes. Le sobran “bemoles” para reírse a carcajada limpia y responder con ironía a los comentarios jocosos de unos jóvenes con ganas de juerga. El marido asiste impasible tras la barra del bar. Cuando los ánimos están calmados, nos dice que si vamos al Hotel Abadía de Burgos -de la misma familia- nos respetan el mismo precio. Ya veremos. Encargamos los desayunos que nos dejarán en el hall y nos retiramos a dormir y descansar. Hoy más que nunca, lo necesitamos de verdad.

Buenas noches y hasta mañana.

Santo Domingo de Silos-Covarrubias

Parcial: 18,0 km; Totales: 345,7 km; Restan: 42.9 km

 

Un pueblo con encanto

Tal como habíamos previsto anoche, a las 06:15 horas suena la alarma del móvil. Es algo pronto pero no hay más remedio que madrugar para evitar el calor que día a día va en aumento. En el hall del hotel encontramos un termo lleno de café con leche y un surtido de bollería. Es una buena idea para los casos de que el bar no esté abierto a la hora que piensas partir. Una vez desayunados ya podemos iniciar la jornada con algo caliente en el estómago.

Dejando el Monasterio a nuestra izquierda tomamos la carretera de Covarrubias. La Guía dice que existe un camino alternativo que pasa por la Ermita de Santa Cecilia, situada a orillas del río Mataviejas – el antiguo río Ura – pero no advertimos flecha alguna y optamos por seguir la carretera en dirección a Covarrubias sin desviarnos, tenemos verdadero miedo a perdernos.

A 600 metros dejamos la carretera que por la izquierda se dirige al desfiladero de La Yecla, un paraje espectacular digno de ser visitado alguna vez. Es esta la carretera que deberíamos haber tomado en el caso de haber optado por pasar por la Ermita de Santa Cecilia. A 1 km de la bifurcación sale a la derecha una pista en esa dirección. Se rodea un poco (700 metros) pero creo que merece la pena para evitar el asfalto y de paso tener la oportunidad de admirar una auténtica joya mozárabe del siglo X de las pocas que aun continúan en pie en España.

Nosotros eludimos el desvío y seguimos de frente encontrando la carretera en obras de ensanchamiento por lo que aprovechamos la calzada no pavimentada como andadero circunstancial evitando en parte el asfalto.

A 4,8 km de la bifurcación, llegamos a la altura de Santibáñez del Val que dejamos a nuestra izquierda. Un pequeño pueblo a orillas del río Mataviejas y cercano a la Ermita de Santa Cecilia.

A 1400 metros de Santibáñez, encontramos otra bifurcación, tomando la carretera de la derecha que se dirige a Covarrubias.

A partir de este punto, se acaba el llano y comienzan los repechos. Caminamos sobre el maldito asfalto entre montes de encinas. No tenemos prisa. De momento nos desprendemos de la ropa de abrigo que comienza a agobiarnos. Menos mal que el tráfico de vehículos es prácticamente nulo. Poco a poco y a ritmo vamos superando la pendiente. 3 km más arriba coronamos el puerto. 1 km de llaneo y la carretera comienza el descenso encauzada por un estrecho barranco que va abriéndose según se aproxima al valle donde divisamos la población de Retuerta después de 3 km de bajada. Nos llama la atención un borrón de negrura que destaca en medio del verdor de los campos. Enseguida nos percatamos que se trata de unas carboneras artesanas. Un paisano se afana en su tarea. Duro trabajo el de este hombre que parece obcecado en perpetuar la tradición.

Como ya llevamos 13,8 km recorridos, va siendo hora de hacer un receso. Bajo la protección del techo de una parada de autobús, tomamos asiento y nos damos buena cuenta de unas tabletas energéticas, bajo el ensordecedor ruido de una “pala” que tenemos casi encima recogiendo arena para que unos modernos peones camineros vayan corrigiendo las irregularidades de los márgenes de la calzada. No nos sentimos cómodos con tanto ruido y no es cuestión de martirizarse así que aligeramos y nos ponemos en marcha.

De nuevo la carretera tira hacia arriba. El asfalto va a ser hoy el protagonista de la jornada. Ya veremos mis ampollas como se portan. Tenemos que recorrer un kilómetro y pico para alcanzar un puertecillo. Tras una curva muy cerrada iniciamos el descenso al valle del Arlanza entre campos de cereal y huertos pequeños. Enseguida tenemos a la vista el río Arlanza que llevamos durante un rato a nuestra izquierda hasta que de repente aparece Covarrubias junto al recodo que forma el río. Llegamos a la ribera y antes de cruzar el puente advertimos a nuestra izquierda, perdido en la soledad del campo, un esbelto “rollo jurisdiccional” del siglo XVI. Cruzamos el puente y ya estamos entrando por las estrechas calles de Covarrubias, mientras escuchamos las campanadas de las doce. Han sido 4,2 km desde Retuerta y 18 km los totales recorridos.

Nos dirigimos a la Plaza Mayor, estampando el sello de la credencial en el Ayuntamiento. En la Oficina de Turismo nos informamos de los alojamientos eligiendo la Pensión Galín que está ubicada en una de las casas con más solera de las que rodean la Plaza Mayor, donde la dueña nos asigna una magnífica habitación en la que llama la atención su enorme baño.

Después de una reconfortante ducha, nos tumbamos en la cama para estirar las piernas y descansar hasta la hora de comer. Hecho un vistazo a las ampollas. La cura realizada por Pepe en Santo Domingo ha surtido efecto de lo cual me congratulo.
A la una y cuarto bajamos al comedor que en pocos momentos se llena, buen síntoma. Como era de esperar, el menú del día, estupendo. Terminada la comida a echarnos una buena siesta.

Sobre las cinco salimos a visitar con detalle el pueblo. En primer lugar contemplamos la hermosa Plaza Mayor donde destaca la antigua Casa Palacio del Conde Fernán González en la que hoy en día se ubica la Casa Consistorial, que conserva una amplia puerta románica de dos arquivoltas, y el Hotel Arlanza, actualmente en restauración. Es un encanto deambular por el casco de Covarrubias entre sus casas que conservan vivo su porte medieval. Covarrubias fue fundada por el rey visigodo Chindasvinto en el s. VII sobre los restos de un castro romano, aunque fue el conde Fernán González y su hijo, el conde García Fernández, en el siglo X, quienes convertirían a Covarrubias en capital del primer Infantado de Castilla y cabeza de uno de los señoríos monásticos más importantes.

Seguidamente nos encaminamos a la Colegiata de San Cosme y San Damián -los Santos Médicos – pasando por delante de la estatua de la infanta Cristina de Noruega, primera esposa del infante Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio, situada en un hermoso paseo de castaños.

La Colegiata fue construida en estilo gótico a mediados del siglo XV, como suele ocurrir, sobre otra anterior románica. En su interior, encontramos sentado en un banco, a un solitario señor bajo y regordete que no nos hace ni puñetero caso por lo que iniciamos, sin preguntar, la visita por nuestra cuenta. Destaca el Retablo Mayor barroco y el órgano. Bajo el altar mayor, descansan tres infantas abadesas, y en el presbiterio el Conde Fernán González y su esposa Sancha, en un bello sepulcro hispano-romano del siglo IV. Entre sus muros podemos ver los panteones de numerosas familias ilustres de la villa. Pasado un buen rato, sale de su letargo el buen señor y se dirige hacia nosotros mostrándonos los pases de visita que tenemos que pagar. Acto seguido ya convertido en nuestro cicerone, nos dirige a la capilla de los Santos Médicos para después pasar al claustro gótico, adosado al costado norte, construido en los primeros años del siglo XVI. En una de las galerías, se halla el sepulcro gótico de la infanta Cristina de Noruega.

A continuación, nos hace pasar al Museo donde podemos admirar una riquísima colección de piezas de arte sacro: capiteles románicos, tablas de Berruguete, Van Eyck, orfebrería del célebre maestro Calahorra, ropas litúrgicas de los siglos XVI al XVIII y la pieza mas valiosa del Museo, el tríptico de la Adoración de los Magos, magnífica talla anónima – de clara influencia flamenca – de finales del siglo XV. Terminada la visita, le pedimos que nos selle la credencial, más bien como recuerdo pues ya tenemos el sello del Ayuntamiento.

En el exterior hace mucho calor. Encontramos una terraza de bar a la sombra, en una plaza con crucero, justo frente al Torreón prerrománico de Doña Urraca – fortaleza mozárabe del siglo X – donde tomamos asiento para saciar la sed con unas refrescantes tónicas. El dueño del bar nos informa que el Torreón es de propiedad privada y se utiliza de vez en cuando para grandes eventos. Cuenta la leyenda, que la hija del fundador murió trágicamente emparedada en dicho Torreón.

Una vez refrescados nuestros cuerpos continuamos el errático deambular por las calles de tan pintoresco pueblo, es un placer para los sentidos perderse entre sus casas, de arquitectura tradicional de adobe armadas por vigas de madera, plazuelas y soportales y saber estar saboreando un poco de Historia. Escenario perfecto para el desarrollo de una película de época. Nos dirigimos al puente desde donde tenemos una bella perspectiva de lo que queda de murallas, el Torreón y la Colegiata con el color tornasolado de fondo del atardecer y las golondrinas revoloteando por el cielo.

Cruzado el puente seguimos en dirección a la Ermita de Nª Sra. de la Redonda pero cuando llevamos unos 500 metros, nos dice un paisano que la ermita queda a 4 km, así que a volver toca. Junto al puente me entretengo observando a una familia de alfareros en plena labor, modelando la arcilla para darle la forma adecuada y componer bonitas figuras de lo más característico del pueblo, es decir, sus típicas casas, la Colegiata y el Torreón. Mientras tanto, Pepe se aleja por la ribera del río lo suficiente para tomar una buena foto del puente.

Después de pasar un rato viendo la colección de objetos de alfarería a la venta, nos dirigimos a la circunvalación del pueblo para localizar la salida de mañana hasta llegar a la plaza del crucero y acceder de nuevo al pueblo por una entrada monumental que formaba parte de la muralla, el Arco renacentista del Archivo del Adelantamiento de Castilla con el escudo de Felipe II en lo alto.

Es hora de ir retirándose a cenar. Lo hacemos en la misma pensión. Durante la cena, preguntamos a la dueña si sabe de algún sitio entre Mecerreyes y Burgos para comer y dormir mañana.

-A la altura de Revillarruz tenéis la Venta de la Petra y un poco más adelante el Mesón Olmos –nos responde.

Muy buena información que tendremos en cuenta. Como la distancia a Burgos es de 40 km, no nos vendría mal parar a pernoctar a falta de unos 15 km que haríamos con tranquilidad al día siguiente. Habrá que tomar la decisión sobre la marcha, dependiendo del estado en que se encuentren nuestros cuerpos. Como saldremos antes de abrir el bar, nos van a dejar preparado el café con leche en un termo y algo de bollería.

Y sin más, a enchufarme el respirador y a dormir a pierna suelta sobre la amplia cama. Dejo a Pepe, que parece incansable, resolviendo un “sudoku“.

Buenas noches y hasta mañana.

Covarrubias-BURGOS

Parcial: 42,9 km; Totales: 388,6 km; Restan: 0,0 km

 

Las sorpresas del Camino

 

De nuevo duermo de un tirón gracias al buen lecho e indudablemente al respirador. A las 06:00 horas suena la alarma del móvil. Hay que madrugar pues la etapa podría alargarse y el calor va en aumento día a día. En el comedor encontramos el termo con el café con leche y bollería. Una vez desayunados, nos disponemos a emprender la etapa cuando son las 06:45 horas. El cielo sin una nube, lo que vaticina otro día caluroso.

Salimos de Covarrubias por la Puerta Norte, cruzando la plaza del crucero y dirigiéndonos hacia la carretera de Cuevas de San Clemente. Un perro dormitando en la cuneta se reincorpora de un salto a nuestro paso y sin pensárselo mucho nos sigue. Comenzamos la subida al puertecillo en compañía de este “peregrino” especial que algo inquieto, no para de correr sin rumbo fijo, meneando el rabo y volviendo siempre a nuestro lado. De vez en cuando, el Camino nos tiene preparada alguna sorpresa.

Después de 1,5 km de subida el horizonte se abre, mostrando los campos de cereal a ambos lados de la carretera que discurre por el valle. A nuestra derecha, más allá de los sembrados, llevamos la Sierra de las Mamblas, destacando dos elevaciones, que haciendo honor al nombre de la sierra, asemejan los dos firmes pechos de una mujer. A nuestra izquierda, y también tras los sembrados, se extiende una zona de pinares. Nuestro circunstancial compañero se divierte entrando y saliendo de los bancales, es puro nervio, se le nota contento de habernos encontrado. Es rarísimo que no nos haya dejado ya. De pronto, arranca hacia una finca donde dos perros tras la cerca se dan a conocer con sus ladridos. Se saludan olfateándose. ¡Vaya hombre! A ver si por casualidad uno de ellos fuera hembra y se queda con ella. Pero ni por esas. Al poco tiempo se cansa y vuelve a nuestro lado. Nos tendremos que resignar a su compañía, aunque todo hay que decirlo, su presencia y juegos nos distraen. Ya podemos divisar Mecerreyes al fondo. Casi sin darnos cuenta estamos entrando por sus calles cuando son casi las nueve. Han sido 8,5 km desde Covarrubias.

Pasamos por el monumento en honor a los héroes de la Guerra de la Independencia en busca de la salida del pueblo junto al frontón. El perro nos compromete al intentar meterse en una casa.

-No es nuestro –nos disculpamos– viene siguiéndonos desde Covarrubias.

-Pues llévenselo por favor –nos suplica el paisano– ya tenemos cuatro perros abandonados en el pueblo, ahí tienen uno de ellos junto a la casa de su amo fallecido, no se mueve de la puerta de la casa, cualquier día lo encontramos muerto.

Rellenamos las botellas en la fuente, hoy tenemos que ir bien aprovisionados de agua. El perro aprovecha también para saciar la sed. El lugareño nos indica la salida.

-Sigan esa pista que sale junto al frontón siempre de frente, es el camino a Hontoria.

Reanudamos la marcha con el perro siempre adelantado. Una vez en la pista, a unos 250 metros sale un ramal a la izquierda que evitamos. Seguimos de frente tal como nos indicó el paisano. La pista pica un poco hacia arriba. 1100 metros más adelante llegamos a un amplio collado donde nos encontramos con un cruce. Ni una flecha amarilla que nos oriente. Por intuición debemos seguir de frente aunque la pista termine y se convierta en un estrecho camino carretero. A la izquierda vemos próximas unas tenadas de ganado. Por la derecha, lo mas seguro es que llegaríamos a la carretera. Así que de frente. El perro es el que menos lo duda, él ya se ha metido por el camino carretero, parece nuestro guía.

Siguiendo el vallejo y evitando siempre los desvíos, llegamos al vallado de la Finca de Monte Negredo después de recorrer 2800 metros desde el collado. Aquí no hay duda posible. Seguimos el vallado llevándolo a la derecha. De vez en cuando, unos grandes charcos de agua en medio de la pista. El perro va con la lengua fuera y aprovecha los charcos para meterse y darse un buen chapuzón.

La cerca termina a los 2900 metros, justo donde está la entrada a la finca. Termina la pista y comienza un sendero que se introduce en el monte entre encinas y monte bajo. ¡Vaya! Una flecha amarilla pintada con “spray” sobre una piedra en medio del sendero. A buenas horas… Nuestro primer pensamiento es que ya podrían haber pintado algunas más, por lo menos en las intersecciones. Poco después dejamos a nuestra izquierda un gran rebaño de ovejas pastando. El perro ni se inmuta. Permanece a nuestro lado.

A 1900 metros alcanzamos una carreterilla. A la izquierda vemos las primeras casas de la aldea de Tornadijo. Según la Guía debemos tomar a la derecha en dirección a las canteras que advertimos en las laderas del monte. Es de reseñar, que de estas canteras se extrajo mucho material para la construcción de la Catedral de Burgos y otros templos castellanos.
A 700 metros, justo cuando se inicia la subida hacia las canteras, dejamos la carretera cruzando el cauce seco de un arroyo que discurre a nuestra izquierda. El camino comienza a tomar aspecto de cañada. Se observan las huellas de las ovejas en la tierra. Después de superar un repecho de unos 200 metros, continuamos por el monte entre encinas, estepas y brezos, siguiendo sin desviarnos la cañada hasta llegar a un valle que seguimos en dirección norte.

Hasta bordear un montecillo al final del vallejo, no vemos la localidad de Hontoria de la Cantera, prácticamente a nuestros pies cuando llevamos recorridos 2500 metros desde la carretera. No nos hemos perdido. ¡Aleluya! El amigo “Santi” no se ha olvidado de nosotros. Posiblemente el perro también habrá tenido su influencia. Unos paisanos nos indican donde queda el bar, aunque dudan de que esté abierto. Pues con el hambre que llevamos, solo faltaría eso. En total desde Covarrubias: 20 Km. Los mismos que lleva el perro con nosotros. Nos da mucha pena, pero no habrá más remedio que desprendernos de él como sea.

Afortunadamente la puerta del bar se abre a nuestro paso. El perro se queda fuera montando guardia. Encontramos al propietario en plena faena de limpieza. Son las 11:45 horas. Le pedimos algo de comer.

-Pues como no sea un poco de queso sin pan… No tengo otra cosa.

Pues con el hambre que llevamos no nos vendrá mal el queso aunque sea sin pan. Lo encontramos buenísimo. Está muy curado.

-Es puro de oveja, elaborado en Roa -nos informa el dueño.

Mientras damos buena cuenta del manjar charlamos con él, como de costumbre solemos hacer con los paisanos que se nos cruzan en el Camino. Nos enteramos que está vivo de milagro. Su propio tractor volcó y lo pilló debajo. Estuvo casi cuatro horas aprisionado hasta que le encontraron casi en las últimas. Nos confirma la existencia de un Mesón a la salida de Revillarruz por la carretera general.

-Aunque hay un camino hasta Revillarruz que evita la carretera, yo que vosotros iría por ella, no os vayáis a perder.

Con el estómago complacido, nos disponemos a partir. No hay rastro del perro. Menos mal que nos ha dejado por su voluntad. No hubiésemos sabido que hacer con él si nos hubiera continuado siguiendo. De todas formas ha sido una distracción llevarlo de compañero.
Atravesamos el pueblo. Junto a unos almacenes, un agricultor se encuentra limpiando los filtros de unas cosechadoras. Muy amable, nos explica con detalle el proceso de sembrado de las pipas de girasol que es la faena que en estos momentos, los agricultores están involucrados.

Una vez en la carretera, contemplamos al otro lado el ábside de la Ermita de Santa Isabel, lo único que queda de ella en pié.

Si estuviésemos seguros de que vamos a encontrar flechas nos iríamos por el camino pero si en 20 km solo hemos visto una, lo más seguro es que ya no veamos más. Así que a seguir por el arcén soportando el fuerte calor y el intenso tráfico. A ver si con un poco de suerte, hay habitaciones libres en el Mesón y nos quedamos allí a descansar. Por hoy ya está bien. Estamos deseando llegar. Los pies los llevo recalentados y doloridos. A 4800 metros pasamos a la altura de Revillarruz que dejamos a nuestra derecha. Al otro lado de la carretera, advertimos el letrero de la “Venta la Petra”, pero no hay ni rastro de movimiento, deben haberla clausurado. A ver si tenemos mas suerte con el Mesón. Y es que voy al límite de mis fuerzas.

1 km más adelante, llegamos por fin al Mesón Olmos, situado junto al cruce de Humienta y casi enfrente del Torreón de los Albarra. Pero nos llevamos una gran desilusión. Se encuentra cerrado por descanso del personal. Precisamente los jueves son los únicos días que no abren. Nuestro gozo en un pozo. Nos las prometíamos felices. Se nos cae el alma a los pies. No hay más remedio que parar un rato a descansar sentados en el suelo y tomarnos una buena ración de agua con “Flectomín”. Nuestra última esperanza está en Cojóbar.

Después de un cuarto de hora de parada, reanudamos el camino por la carretera. Como en otras ocasiones, toca apretar los dientes y adelante, algo encontraremos. Confiamos en el amigo “Santi”. 1 km más hasta el desvío de Cojóbar y 800 metros hasta unos silos que forman parte de la fábrica de piensos Trow-España. Unos metros más nos llevan a cruzar una antigua vía de tren. Un cartel a la izquierda indica “Vía Verde”. Es el camino que hay que tomar para ir a Burgos si se elige esta alternativa. La otra sería seguir por el camino que hay junto a la fábrica de piensos en dirección a Saldaña. De momento nosotros vamos a buscar un bar donde comer. Son las 13:45 horas y nuestros estómagos se van quejando. Aparte de esto, el sol cae a plomo. El calor se hace insoportable. Buscando, buscando, nos pasamos las casas del pueblo yendo a parar a la urbanización “El Valle del Sol”. Hay que retroceder un poco. El poblado está formado prácticamente por cuatro viejas casas alrededor de la Iglesia parroquial de San Cristóbal de estilo románico. No hay ningún servicio. De hecho, es un barrio de Modúbar de la Emparedada. ¿Será posible? Unos albañiles que están haciendo obras en una casa, nos dicen que el sitio más cercano para comer es el Mesón Olmos que hoy está cerrado o acercarse a Sarracín, donde además hay posibilidades de alojamiento. Pero eso queda en la confluencia de la carretera general y la autovía. No es nuestro camino. ¿Qué hacer? Esta es la cuestión en unos momentos de abatimiento. A Burgos nos quedan 12 km. No encontramos otra alternativa que continuar hasta Burgos. Decidido. El encargado nos llena las botellas de agua fresca y haciendo de tripas corazón nos disponemos a marchar hacia Burgos por la Vía Verde.

No sé de donde sacar fuerzas, pero habrá que sacarlas de donde sea. Lo importante es no ponerse nervioso y paso a paso ir aminorando la distancia. Bajo un sol de justicia, nos encaminamos por la Vía Verde. Ni un árbol que nos brinde de vez en cuando una pizca de sombra.

2200 metros más allá pasamos por la antigua estación de Modúbar de la Ensenada, un pueblecito situado en un fértil valle al abrigo del monte Altotero donde existe un yacimiento neolítico. A partir de aquí, la “vía” comienza a dar una gran vuelta de 360º para salvar un barranco y encarar el monte y 2500 metros más adelante llegamos a la entrada del túnel que salva el monte Altotero. Por lo menos vamos a tener sombra y algo de corriente de aire durante 600 metros que tiene el túnel de longitud.

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