La Vallivana a Morella: Etapa 5.
Le espera uno de los momentos más memorables de la ruta. La jornada es un descenso visualmente triunfal hacia la inconfundible silueta de Morella. Ver emerger su castillo medieval sobre la montaña es la recompensa épica a las etapas anteriores. Entrar por sus murallas y recorrer sus calles históricas es culminar un hito, sintiendo el peso de la tradición jacobea y la historia.
La Vallivana a Morella: La llegada a la Ciudad Amurallada. Etapa 5.
Le espera uno de los momentos más memorables de la ruta. La jornada es un descenso visualmente triunfal hacia la inconfundible silueta de Morella. Ver emerger su castillo medieval sobre la montaña es la recompensa épica a las etapas anteriores. Entrar por sus murallas y recorrer sus calles históricas es culminar un hito, sintiendo el peso de la tradición jacobea y la historia.
Mapa y Guía Detallada:
La Etapa 5 del Camino de Castellón al completo.
Un recorrido mayormente descendente que exige precaución en tramos pedregosos. El track garantiza la mejor ruta para obtener la vista panorámica más impactante de la ciudad de Morella. Descargue el GPS y prepárese para el momento fotográfico de su viaje.
Servicios en la etapa
Albergues y sellos
Apoyo al Peregrino: Servicios Esenciales para un Viaje Exitoso.
Pueblos en el camino
El inicio de su viaje: historia y naturaleza
La culminación del Maestrazgo. Esta breve pero impactante etapa comienza en el entorno sagrado de La Vallivana. Tras pasar de nuevo por el término de Catí, que marca la transición del paisaje, el sendero se centra en la joya final: Morella. Esta ciudad no solo es el destino de la etapa, sino un centro histórico y de servicios fundamental en su Camino. Planifique su llegada para disfrutar plenamente de su patrimonio.
DIARIO DE UN PEREGRINO EN EL CAMINO DE CASTELLÓN
5a Etapa: Del Santuario de la Virgen de Vallivana a Morella
Verano bajo el sol
El día amanece despejado y cálido en el Santuario de la Virgen de Vallivana. El sol ya apunta alto y promete una jornada exigente. Me pongo en marcha con la luz dorada de la mañana acariciando los pinos y el murmullo de mis recuerdos como única compañía.
Tomo una pista que sigue la pista que usan los peregrinos de la Virgen el denominado de la Rogativa y esto me va a permitir andar alejado de las carreteras con trafico. A cada curva noto un cosquilleo de emoción: el Camino se eleva y conmigo sube también la ilusión de llegar a la mítica Morella. Camino entre los árboles del bosque, pero el sol de justicia se cuela por entre las ramas y cae implacable. Ni los pájaros se atreven a salir de sus nidos en estas primeras horas de calor. Aun así, las vistas que se abren a mi alrededor me recompensan: montañas suaves al fondo, barrancos profundos y el verde de los bosques contrastando con el cielo azul.
Tras 3,1 km llego a la antigua carretera y, después de 1,1 km más, cruzo una potilla y alcanzo la N-232. Dejo esa vía y tomo otra carretera durante 2,2 km para coger una nueva senda junto al barranco de la Bota. Algunos tramos están hormigonados, lo que facilita el paso, pero pronto la senda se estrecha. Sube fuerte entre arbustos y rocas hasta una amplia explanada. Allí todo es luz y silencio; me quedo un momento a admirar el espectáculo. Aún me quedan unos 300 metros de ascenso hasta alcanzar la CV-111. Avanzo por ella 800 metros y llego al puerto de Querol, a casi 1.000 metros de altitud. Una brisa me acaricia la cara y agradezco cada soplo de aire.
Desde el puerto desciendo unos 300 metros hasta una rotonda donde tomo la N-232a. A los 500 metros giro a la izquierda para seguir un camino rural asfaltado. Paso junto a varias masías; el paisaje es llano y se extiende tranquilo, permitiéndome contemplar campos cultivados bajo la luz intensa del verano. Después de 4 km giro a la derecha y me adentro por una senda entre hierbas y piedras. La subida es exigente, de unos 600 metros. Tras coronarla, comienzo un descenso por un camino pedregoso, flanqueado por dos grandes fincas cuyas paredes de piedra, cuidadosamente colocadas, parecen centinelas que me guían.
Al cabo de un kilómetro hago una breve parada para beber agua y tomar un bocado. En este tramo la soledad es absoluta y el silencio solo se rompe cuando una lagartija se escurre entre las piedras. Sigo bajando otros 600 metros hasta que la pista se transforma en senda de tierra. Cruzo un seco riachuelo y en unos 300 metros salgo a la CV-12, que sube de manera constante durante 1,2 km. De pronto, asoma ante mí una silueta reconocible: la imponente silueta de Morella coronando una peña.
Me dejo llevar por la emoción. Inicio un largo descenso de unos 3 km hasta la N-232, en el polígono de Les Casetes del barrio Hostal Nou. Allí comienza la última subida de la jornada: 1,8 km de pendiente hacia la Puerta de San Mateo, una de las entradas de la muralla de Morella. Voy despacio, sudando, pero cada paso me acerca más a la ciudad amurallada. Entro por fin por la puerta y me invade la sensación de haber llegado a un lugar fuera del tiempo.
Busco el albergue para poder ducharme, el calor lo llevo hasta lo más íntimo, necesito cambiarme y tumbarme un rato, el verano hace sufrir al peregrino.
Después de descansar y asearme, dedico la tarde a explorar Morella. Sus orígenes se remontan a 1173, y a finales del siglo XII se construyó su primer castillo en el punto más alto de la peña. Caminar por Morella significa subir y bajar muchas escaleras, pero cada esfuerzo tiene su recompensa. Visito el Ayuntamiento, un edificio gótico del siglo XIV que fue sede del Consell, corte de justicia y prisión. Continúo ascendiendo hasta la Basílica Arciprestal de Santa María la Mayor, construida entre los siglos XIII y XVI en los estilos gótico valenciano y renacentista. En el interior me impresionan los pilares que sostienen las bóvedas de crucería y, sobre todo, el altar mayor con sus tres rosetones y vidrieras originales del siglo XIV, que filtran la luz en colores mágicos, y su escalinata policromada.
Sigo mi recorrido hacia la plaza de toros y el castillo. Situado en lo alto de la ciudad, el castillo aprovecha la roca misma como base. Recorro la plaza de armas, el palacio del gobernador, el aljibe, la torre de la Pardales, la prisión y las torres del homenaje. Desde allí las vistas son espectaculares: se divisan colinas, valles y la traza de un acueducto medieval. Ese es el Acueducto de Santa Lucía, obra gótica levantada entre los siglos XIII y XIV para llevar agua a la ciudad.
Mi siguiente parada es la torre de San Miguel, la más monumental del conjunto, construida en 1360. Desde sus alturas admiro el impresionante circuito de murallas que rodea Morella, levantadas entre los siglos XIV y XV: dos kilómetros de muralla flanqueada por siete puertas y diez torres que confieren a la ciudad un aire inexpugnable. Paseo después por el barrio judío, con sus calles estrechas y sus casas de piedra, y termino la jornada ante el Convento de San Francisco, fundado entre los siglos XIII y XIV. Actualmente está cerrado por obras, pero su presencia recuerda la importancia espiritual que Morella ha tenido a lo largo de la historia.
Al caer la noche regreso a mi hospedaje. Las piernas me pesan, pero en mi corazón guardo cada piedra, cada vista y cada historia que Morella me ha regalado. Empiezo a comprender que el Camino no sólo me lleva a lugares físicos, sino que me transforma por dentro, paso a paso.














