Masia Segarra a La Vallivana: Etapa 4.
Un cambio de ritmo y de paisaje. Tras la exigencia anterior, esta etapa es un regalo para el cuerpo. La ruta se adentra en un bello paisaje boscoso, siguiendo un antiguo camino de romería. El destino es el Santuario de La Vallivana, un lugar cargado de fe e historia. Es una jornada de reflexión y calma, preparándole para la llegada al gran hito del Maestrazgo.
Masia Segarra a La Vallivana: Peregrinación al Santuario, Respiro y Renovación. Etapa 4.
Un cambio de ritmo y de paisaje. Tras la exigencia anterior, esta etapa es un regalo para el cuerpo. La ruta se adentra en un bello paisaje boscoso, siguiendo un antiguo camino de romería. El destino es el Santuario de La Vallivana, un lugar cargado de fe e historia. Es una jornada de reflexión y calma, preparándole para la llegada al gran hito del Maestrazgo.
Mapa y Guía Detallada:
La Etapa 4 del Camino de Castellón al completo.
Un recorrido bien señalizado a través de bosques. La dificultad técnica es baja, permitiéndole disfrutar de la inmersión en la naturaleza. Siga el GPS para conectar directamente con el antiguo sendero que conduce a este hito espiritual.
Servicios en la etapa
Albergues y sellos
Apoyo al Peregrino: Servicios Esenciales para un Viaje Exitoso.
Pueblos en el camino
El inicio de su viaje: historia y naturaleza
La ruta hacia el Santuario. Esta etapa inicia en el punto de descanso de Masia Segarra y se convierte rápidamente en un sendero de gran valor paisajístico. El punto clave de paso es Catí, un municipio que ha sido históricamente un importante centro de romería. Conocer la historia y los servicios de estas localidades le enriquecerá la jornada antes de llegar a la espiritual La Vallivana.
DIARIO DE UN PEREGRINO EN EL CAMINO DE CASTELLÓN
4a Etapa: De Màs de la Segarra al Santuario de la Virgen de Vallivana
Primavera en plenitud
Amanece en Màs de la Segarra con un cielo completamente despejado y una temperatura de 13 grados. Respiro hondo el aire puro de la mañana y dedico un
pensamiento de gratitud a mis seres queridos y a quienes han apoyado este Camino.
Recuerdo con cariño la hospitalidad de Paqui en la masía y el esfuerzo de la Asociación de Amigos de la Ruta Jacobea de Castellón, que tanto trabaja por impulsar esta ruta. Comienzo la jornada cruzando un puente sobre el barranco en la confluencia de las carreteras CV-165 y CV-15. Avanzo por una senda de tierra y piedras que asciende suavemente entre campos cultivados y monte bajo salpicado de almendros y olivos. El sol brilla con intensidad, los trinos de los pájaros llenan el aire y la sensación de plenitud me acompaña en cada paso. Tras unos dos kilómetros, el sendero desciende hacia el barranco de Segarra. Camino
luego unos cinco kilómetros alternando pistas de tierra y pequeñas carreteras sin apenas tráfico. En el horizonte se perfilan cumbres que me acompañan como
guardianes silenciosos. Llego a la ermita del Pilar, un sencillo templo del siglo XVII que se alza donde antiguamente se repartía el pan y se bendecían los campos cada 3 de marzo, fiesta de la Santa Cruz.
Continúo por una senda cómoda entre campos de cereales ondulantes y manchas de amapolas que tiñen la tierra de rojo. Me siento afortunado de caminar rodeado de tal belleza. Cruzo carreteras, sigo arcenes, bordeo barrancos; a cada tramo el paisaje se renueva y me regala nuevas estampas. Nueve kilómetros después llego a una amplia rotonda que anuncia la entrada a Catí.

Catí es una villa con una larga historia unida a Morella. Sus hombres participaron en conquistas lejanas como Mazalquivir, Orán y Bujía, y su pueblo mantuvo pleitos con Morella desde 1282 hasta lograr su independencia en 1691. Paseo por sus calles y me detengo en el antiguo Ayuntamiento, construido en el siglo XIV, joya de la arquitectura gótica civil que conserva su estructura y materiales originales. Visito la Casa Miralles o Palacio de San Juan, levantada en 1455, y me maravillo ante su elegancia gótica. La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, también del siglo XIV, domina la población con su torre situada en plena calle Mayor.
Aprovecho Catí para hacer un alto y reponer fuerzas. A la salida del pueblo paso junto a la fuente de San Vicente, del siglo XIV, coronada por un pequeño templo. Sigo por la calle Mayor hasta llegar a una rotonda con un cruceiro y tomo la CV-1270. El camino se adentra por un pasillo de pinos altos y frondosos, donde el aire huele a resina y sombra. Tras unos 600 metros, abandono la carretera para seguir una pista asfaltada entre huertas, que pronto se convierte en senda de tierra y piedra. El paisaje se abre de nuevo, con montes a lo lejos y el verde de los cultivos a mis pies.
Durante los siguientes siete kilómetros alterno caminos estrechos y barrancos, algún tramo de arcén, subidas y bajadas que marcan el relieve. La naturaleza sigue
ofreciéndome campos de almendros, olivos y cereales. Finalmente llego al Santuario de la Virgen de Vallivana. Su nombre procede de Vallivana, “valle yermo”, y celebra su fiesta el 8 de septiembre, aniversario del hallazgo de la imagen. La talla de la Virgen, de apenas 29 centímetros y datada a finales del siglo XIV, fue coronada canónicamente en 1910 y proclamada patrona canónica de Morella en 1952. Una curiosidad: en lo alto del altar mayor hay una figura de Santiago Peregrino que sostiene a la Virgen en su brazo, recordándonos el espíritu jacobeo de este lugar.
Me alojo en el albergue de peregrinos del santuario. La altitud se deja notar; la noche es fresca y seca, y me arropo bien antes de dormir. Cierro los ojos agradecidos por la jornada, por los caminos recorridos y por las personas y lugares que hacen que este viaje sea tan especial.














